9. EN EL TIEMPO
Llegamos a una cámara de unas diez pies cuadrados; era poco más que una caja de metal atornillada al casco interior del Juggernaut. Una sola bombilla eléctrica brillaba en el techo, y las paredes estaban recubiertas de piel acolchada, aliviando así la monotonía del fuerte y eliminando el ruido de los motores, aunque se sentía una vibración más profunda en la estructura del artefacto. Había seis sillas: rectas y atornilladas al suelo, enfrentadas unas con las otras y con cinturones de cuero. Había también un armario bajo.
Filby nos invitó a sentarnos y buscó algo en el armario.
—Deben ponerse los cinturones —dijo—. Este asunto del viaje en el tiempo es bastante vertiginoso.
Moses y yo nos sentamos el uno frente al otro. Me puse los cinturones; Nebogipfel tuvo algunos problemas con las hebillas, y las tiras colgaron a su alrededor hasta que Moses le ayudó a ajustárselas.
Filby volvió con algo en la mano; era una taza de té en un plato de porcelana resquebrajado y con una galletita a un lado. No pude evitar reírme.
—Filby, el destino nunca deja de sorprenderme. Aquí nos tienes, a punto de viajar en el tiempo en este amenazador fuerte móvil, ¡y nos sirves té y pastas!
—Bien, este asunto ya es lo suficientemente complicado sin los placeres de la vida. ¡Ya debes de saberlo!
Bebí el té; estaba tibio y un poco amargo. Reconfortado, me volví, incongruentemente, algo malicioso. Creo que eso era una muestra de la fragilidad de mi estado mental, y que estaba poco dispuesto a enfrentarme al futuro o a la perspectiva de un 1938 en guerra.
—Filby —le dije para molestarle—, ¿no ves nada… ah… raro en mis acompañantes?
—¿Raro?
Le presenté a Moses, y el pobre Filby comenzó una sesión de observación que hizo que el té le corriese por la barbilla.
—Y éste es el verdadero impacto del viaje en el tiempo —le dije a Filby sincero—. Olvida todo eso del Origen de las Especies o el Destino de la Humanidad. Sólo cuando te encuentras cara a cara contigo mismo de joven descubres qué es un verdadero impacto.
Filby nos interrogó un poco más sobre el tema de nuestra identidad. ¡El bueno de Filby, escéptico hasta el final!
—Creí haber visto suficientes maravillas y cambios en este mundo sin siquiera contar el viaje en el tiempo. Pero ahora… —Suspiró y sospecho que realmente había visto un poco demasiado en su larga vida, pobre diablo; incluso de joven era propenso a la fatiga mental.
Me incliné hacia delante todo lo que pude.
—Filby, apenas puedo creer que el hombre haya caído tan bajo, que sea tan ciego. Desde mi punto de vista, esa maldita Guerra Futura suena mucho al fin de la civilización.
—Para los hombres de nuestro tiempo —dijo solemne—, quizá lo sea. Pero esa nueva generación ha crecido sin conocer nada más que la guerra, nunca ha sentido el sol en la cara sin sentir miedo de los torpedos aéreos. Bien, creo que están habituados a la situación; es como si nos estuviésemos convirtiendo en una especie subterránea.
No pude resistir mirar al Morlock.
—Filby, ¿por qué esta misión en el tiempo?
—No es tanto tú como la máquina. Ellos tenían que asegurarse de la construcción de la Máquina del Tiempo —comenzó Filby—. La tecnología del viaje en el tiempo es vital para la guerra. O al menos eso piensan algunos.
»Conocen más o menos tu proceso de investigación, por las pocas notas que dejaste, aunque nunca publicaste nada sobre el tema; sólo tenían aquel extraño relato que nos hiciste en el breve regreso de tu primer viaje al futuro. El Raglan ha sido enviado para proteger tu casa de la intrusión de viajeros temporales, como tú…
Nebogipfel levantó la cabeza.
—Más confusiones sobre la causalidad —dijo—. Evidentemente, los científicos de 1938 no han entendido todavía el concepto de Multiplicidad, el hecho de que uno no puede asegurar nada en el pasado: no se puede cambiar la historia; uno sólo puede generar nuevas versiones de…
¡Filby se quedó mirando aquella visión parlanchina en traje escolar, con pelo en todos los miembros!
—Ahora no —le dije a Nebogipfel—. Filby, has dicho ellos. ¿Quiénes son ellos?
Parecía sorprendido por la pregunta.
—El gobierno, por supuesto.
—¿Qué partido?— preguntó Moses.
—¿Partido? Oh, eso es algo ya del pasado.
Con esas palabras casuales nos dio la terrible noticia: ¡la muerte de la democracia en Gran Bretaña!
Siguió.
—Creo que esperaban encontrar allí die Zeitmachine, corriendo por Richmond Park y esperando el momento propicio para cometer un asesinato… —Parecía triste—. Son los alemanes, sabes. ¡Los malditos alemanes! Lo están volviendo todo un lío… ¡Como han hecho siempre!
Y con eso se oscureció la bombilla y oí el rugido de los motores; noté nuevamente la sensación familiar de caer en picado que me indicaba que el Raglan se había lanzando en el tiempo.
LIBRO TRES
La guerra contra los alemanes
1. UNA NUEVA IMAGEN DE RICHMOND
Ese último viaje al futuro fue más caótico y desorientador de lo normal, supuse que debido a la distribución desigual de plattnerita en el Juggernaut. Pero el viaje fue corto y la sensación de caer desapareció pronto.
Filby se había quedado sentado con los brazos cruzados y la papada contra el pecho, formando la perfecta imagen de la miseria. Ahora miró lo que yo había tomado como un reloj de pared y se golpeó la rodilla.
—¡Ja! Aquí estamos; otra vez en el dieciséis de junio de 1938 d.C. —Empezó a quitarse los cinturones.
Me levanté de la silla para inspeccionar de cerca el «reloj». Descubrí que aunque las manecillas formaban la esfera convencional de un reloj tenía pequeños indicadores cronométricos. Bufé y golpeé con el dedo la esfera. Le dije a Moses:
—¡Mira esto! Es un reloj cronométrico, pero marca años y meses. Exceso de diseño, Moses; una característica de los proyectos gubernamentales. Me sorprende que no tenga muñequitos con chubasqueros y trajes de verano para señalar el paso de las estaciones.
Después de unos minutos la capitana Hilary Bond se unió a nosotros, así como el joven soldado que nos había recibido en Richmond Hill (cuyo nombre, nos dijo Bond, era Harry Oldfield). La pequeña cabina se hizo aún más pequeña. La capitana Bond dijo:
—He recibido instrucciones sobre usted. Tengo por misión escoltarle al Imperial College, donde se realizan las investigaciones sobre Guerra por Desplazamiento Cronológico.
Nunca había oído hablar de ese college, pero no dije nada.
Oldfield llevaba una caja con máscaras de gas y charreteras metálicas.
—Aquí tienen —nos dijo—, será mejor que se las pongan.
Moses sostuvo su máscara con disgusto.
—No pueden esperar que meta la cabeza en semejante artefacto.
—Oh, debe hacerlo —dijo Filby ansioso, y vi que ya se estaba colocando su propia máscara sobre la cara—. Tenemos que caminar un poco al descubierto, sabe. Y no es seguro. ¡Nada seguro!
—Vamos —le dije a Moses, y ceñudo cogí un juego de máscara y charreteras para mí—. Me temo que ya no estamos en casa, viejo.
Las charreteras eran pesadas, pero se ajustaron muy bien a la chaqueta; aun así la máscara que Oldfield me había dado, aunque era amplia y encajaba bien, era muy incómoda. Vi que las gafas se empañaban casi inmediatamente, y la goma y el cuero con los que estaba hecha pronto se empaparon de sudor.
—Nunca me acostumbraré a esto.
—Espero que no nos quedemos aquí el tiempo suficiente como para tener que hacerlo —murmuró Moses con la voz apagada por la máscara.