– ¿Y de carácter? ¿Cómo es Manuela?
– Es una chica decidida. Si quiere una cosa, va a por ella. En eso nos parecemos mucho las dos.
Lo dijo mirándome de nuevo directamente a los ojos, durante unos instantes más de lo debido.
Recordé lo que me había dicho Anita, que Manuela le había parecido una persona nerviosa.
– ¿Dirías que es una persona nerviosa o tranquila?
– Tranquila. Es de esas que controlan la situación hasta cuando están sometidas a estrés. Tranquila, sin ninguna duda.
En ese caso, si la impresión de Anita era correcta, esa tarde algo no debía haber ido bien, ya antes de su desaparición. El detalle, quizá, podía ser significativo. O quizá se trataba sólo de dos puntos de vista distintos. En cualquier caso, necesitaba averiguar algo un poco más concreto.
– Supongo que eres consciente de que esta conversación es absolutamente confidencial…
Por primera vez, desde que había entrado en mi despacho, me pareció que vacilaba unos segundos.
– Sí…, es decir…
– Quiero decir que todo lo que me cuentes, sea lo que sea, se quedará entre nosotros. Lo único que me interesa es encontrar algún punto, alguna rendija desde la que entender algo.
– Sí…, vale.
– Me gustaría que me dijeras, con franqueza, si tienes alguna idea sobre qué puede haberle pasado a Manuela.
– No. No tengo ni la más mínima idea. Los carabinieri me preguntaron lo mismo. Pero no consigo imaginarme qué puede haberle ocurrido. Yo también me he roto la cabeza pensándolo, como todos, pero…
– Dime qué has pensado, por muy descabellado que te parezca. Algo has tenido que imaginarte, por fuerza. Quizá lo has descartado, más tarde, pero algo ha tenido que ocurrírsete.
Ella me miró. Se había puesto seria. Me explico, hasta ese momento en su expresión había habido siempre un matiz ligeramente provocativo, como si, de alguna forma, se estuviera tomando todo eso como un juego. Ahora, ese matiz había desaparecido. Antes de contestarme, suspiró.
– He pensado que la desaparición de Manuela podía estar relacionada con Michele, su ex.
Era evidente que ese gilipuertas era el sospechoso perfecto, pensé. Qué pena (pero qué suerte para él) que ese día estuviese en el extranjero.
– Pero Michele se encontraba en el extranjero.
– En efecto.
– ¿Por qué pensó en Michele?
– ¿Qué importa eso ahora? Él estaba en el extranjero, así que no pudo tener nada que ver.
– Da igual, me gustaría que me dijeras, de todas formas, por qué has pensado en él.
Caterina sacudió la cabeza, como si estuviese convencida de que hablar de ese tema era un error. Suspiró de nuevo. Esta vez, haciendo más ruido y expulsando el aire por la boca. Bufando. Me sorprendí fijándome en que al respirar se le elevaba el pecho, llenando el vestido y la cazadora. Viejo verde.
– Michele nunca me gustó. Así que estoy influida por eso, pero…
– ¿Pero?
– Pero es un tío de mierda.
– ¿En qué sentido lo dice?
– En todos los sentidos. Es un tío violento y, en mi opinión, un perfecto imbécil, además. Cuando lo dejaron y a Manuela se le pasó el subidón, decía que era un tío de lo más vulgar. Creo que tenía razón.
– Pero si era así, ¿por qué Manuela salió con él y tanto tiempo, además? Por cierto, ¿cuánto estuvieron juntos?
– No lo sé exactamente. Cuando conocí a Manuela ya estaban juntos. Lo dejaron, mejor dicho, Manuela le dejó a él, hará cosa de un año. Pero él no se resignó. La persiguió durante meses. Imagínate, el gran Michele Cantalupi plantado por una cría.
– No me has dicho qué vio Manuela en semejante tipo. ¿Qué datos me faltan?
– Le falta que ese tío de mierda, por desgracia, está buenísimo. Por eso consigue hacerle daño a tanta gente. Está más bueno que Brad Pitt.
Permaneció unos segundos sin decir nada más. Adoptó una actitud pensativa, como si su información sobre la belleza de Cantalupi se mereciese una reflexión. Al final, asintió con gravedad, como si acabase de entender un concepto difícil. Volví a mirarla. Estaba sentada con toda corrección pero llenaba el espacio. Me fijé en las pequeñas gotas de sudor que tenía sobre el labio superior.
– ¿Y qué hace ese caballero en la vida?
– Nada. Nada útil, por lo menos. Se folla a todo lo que se le pone a tiro, juega a las cartas, no termina Económicas y Empresariales y…, punto, no hace nada más.
Se había detenido antes de decir algo más. Se había parado, lo noté claramente. Había algo que no me había dicho y de lo que no quería hablar. O, quizá, quería hacerlo y no hacerlo a partes iguales. Tenía que volver sobre el tema, pero no ahora.
– Has dicho que es violento. ¿Ése es el motivo por el que sospechaste que podía haber tenido algo que ver con la desaparición de Manuela? ¿O tenías una idea más precisa?
– No. No me hice ninguna idea precisa. Cuando me enteré de que algo le había pasado a Manuela y de que no se sabía el qué, pensé enseguida en él.
– Cuando ella lo dejó, él estuvo acosándola durante un tiempo, según me has dicho…
– Sí. Llamadas, correos electrónicos, lloriqueos suplicándole que volviera con él. También encerronas. Vino dos veces a Roma, una de ellas le montó el pollo en plena calle, llegaron a levantarse la mano, él le dio, ella reaccionó, nosotros nos pusimos en medio…
– ¿Quiénes estabais?
– Dos amigos y yo.
– ¿Cuánto duró esa persecución?
– Meses. No recuerdo cuántos.
– He leído su declaración a los carabinieri. Admitió que la relación había terminado de forma un tanto borrascosa, pero también dijo que luego las cosas se serenaron y que, al final, sus relaciones eran buenas, amistosas.
– ¿Amistosas? Yo no diría eso. Aunque sí que es verdad que las llamadas se acabaron y que él dejó de aparecer por allí. Manuela decía que, seguramente, ya había encontrado otra víctima.
– ¿Y así era?
– No lo sé. Creo que ni siquiera Manuela lo sabía. De todas formas, a ella se la sudaba.
– Antes, cuando te he preguntado qué hace Michele en la vida, has estado a punto de añadir algo pero te has interrumpido.
– ¿Cuándo?
– Estabas diciendo algo y te has parado. Caterina, todo lo que me cuentes es confidencial, pero necesito saber lo máximo posible. Quizá no tenga nada que ver con la desaparición de Manuela, es más, seguramente no tendrá nada que ver, pero necesito saberlo.
Ahora parecía incómoda, como si la situación se le hubiera ido de las manos y temiese meter la pata. Se estaba preguntando cómo dar marcha atrás. Recordé lo que había hablado con Anita, lo de que en los trulli circulaba droga. Pensé que no me costaba nada preguntarle por eso, como mucho me diría que estaba equivocado.
– Caterina -dije-, ¿ese algo está relacionado con la droga?
Me miró estupefacta.
– Entonces, ¿ya lo sabía?
Obviamente, no, no lo sabía. Me sentí como cuando vas de farol en el póquer. Encogí los hombros, con un gesto de indiferencia. No dije nada, era su turno.
– Si ya lo sabe, hay poco más que decir. Le gustaba mucho la coca, siempre llevaba y…, bueno…
– ¿También traficaba con ella?
– ¡No! Es decir, no lo sé. Eso no puedo decírselo.
Y, tras vacilar otro instante:
– Pero siempre llevaba mucha.
– ¿Lo de la droga tuvo algo que ver con la ruptura entre él y Manuela?
Sacudió con fuerza la cabeza. Durante una fracción de segundo, me pareció captar un chispazo de desesperación en aquel gesto. Me dije que tenía que controlar mi tendencia a sobreinterpretar.
– Como es lógico, aquí no se podrá fumar, ¿no?
– Nunca hubiera dicho que fueras fumadora, tienes aspecto de deportista.
– Fumo sólo tres o cuatro cigarros al día. Después de cenar, después de un vaso de vino… En los momentos de relax. Pero a veces, cuando estoy muy tensa, necesito uno. Como ahora.