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– ¿Y qué tiene que ver contigo un pobre desgraciado como Charlie Brown? No consigo imaginarme…

– Espera, déjame acabar. ¿Has leído esa serie de tiras en la que se va de campamento con la cara cubierta por una bolsa de papel, con dos agujeros para los ojos?

– No.

– Cuando Charlie Brown se pone una máscara, se disfraza con una bolsa de papel con dos agujeros para los ojos, de repente, incomprensiblemente, se vuelve simpático, popular, los otros niños del campamento acuden a él para pedirle ayuda o consejo. En definitiva, se convierte en otro. Pocos libros me han hecho sentirme tan identificado con lo que cuentan como ese álbum de los Peanuts. Charlie Brown, convirtiéndose en alguien sólo cuando lleva la cara cubierta con una bolsa de papel, soy yo.

Permaneció en silencio, mirándome. El perro, debajo de la mesa, se dio la vuelta, voluptuosamente, sobre un costado y emitió unos sonidos que parecían los ronroneos de un gato gigantesco. Keith Carradine cantaba en voz baja «I am easy».

– A mí me gusta leer, pero siempre me ha resultado más fácil identificarme con los personajes de las películas. El cine es lo que más me gusta. Me gusta todo, lo que más, el momento en que se apagan las luces de la sala y la película está a punto de empezar.

Tenía razón. Cuando se apagan las luces y todo está a punto de empezar es un momento perfecto. Durante un rato, permanecimos en silencio. Yo dejé vagar la mirada por los carteles de películas colgados de las paredes.

– ¿Dónde los compras? -le pregunté al cabo de unos minutos.

– Te anticipo que son casi todos originales. Sólo son reproducciones algunos de los más antiguos. Empecé a coleccionarlos hace ya bastantes años, entonces había que buscarlos en chamarilerías, viejas distribuidoras, librerías especializadas en cine. Ahora se encuentra todo en internet. Pero a mí me gusta todavía ir a buscarlos a esos sitios polvorientos.

Había de todo; desde La dolce vita a Manhattan, desde Nuovo Cinema Paradiso a El club de los poetas muertos, con Robin Williams llevado a hombros por los alumnos, sobre un fondo amarillo que parecía oro repujado.

– Seré muy simple, pero al final de esa película, cuando los chavales se ponen de pie sobre los bancos, tuve que hacer un esfuerzo enorme para no echarme a llorar -dije, señalando hacia el cartel.

– Yo soy mucho más simple que tú y me ahorré el esfuerzo. Lloré como una niña. Y cuando volví a ver la película, volví a llorar exactamente de la misma forma.

– Hay una frase que siempre recuerdo de esa película…

– … «Capitán, mi capitán…»

– «… nuestro tremendo viaje ha acabado». Pero no me refería a ésa.

– ¿A cuál entonces?

– A una que Keating-Williams les dice a los chicos: «No importa lo que digan por ahí, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo».

– Sería bonito que eso fuera verdad.

– Quizá lo sea.

Ella adoptó una expresión de seriedad, como quien toma nota mentalmente de algo, y le gusta.

– Me gustan las películas que emocionan.

– A mí también.

– Yo conozco más que tú.

– ¿Hacemos una competición?

– De acuerdo. Empieza tú.

– El cartero, con Massimo Troisi y Philippe Noiret.

– La vida es bella, de Benigni. Mi escena preferida es en la que cita El gran dictador de Chaplin.

– Ya que hablamos de Chaplin, Candilejas.

– Beau geste.

– ¿Con Gary Cooper?

– Sí.

– Tienes razón, es el melodrama en estado puro.

– Te toca a ti.

– Carros de fuego. Mi escena preferida es ésa en la que el entrenador Moussabini, que no ha tenido el valor de ir al estadio, ve desde la ventana de su hotel cómo se eleva la bandera inglesa, comprende que Abrahams ha ganado, se echa a llorar y rompe su sombrero de un puñetazo de alegría.

– Million Dollar Baby. Clint Eastwood es un genio y, decididamente, también mi tipo.

– Braveheart, con Mel Gibson. La escena final. Él está en el patíbulo y grita «libertad» mientras el verdugo está ya con el hacha preparada. Unos segundos antes de que le ejecuten ve a su chica que avanza entre la multitud. Ella lo mira a distancia y le sonríe, y también él sonríe, un segundo antes del final.

– Ghost.

– Gladiator.

– La milla verde.

– La lista de Schindler.

– Estás apostando fuerte, ¿eh? Tal como éramos, todo, sobre todo la escena final y la banda sonora.

– Nuovo Cinema Paradiso. La secuencia de los besos censurados.

– Es verdad, es maravillosa. Según creo yo, el Oscar se lo dieron justo por esa idea, es la típica cosa que vuelve locos a los americanos. ¿Y qué me dices de la escena final de Thelma y Louise?

– ¡Es verdad! Maravillosa. En esa película hay una frase que siempre he soñado con poder pronunciar, algún día.

– ¿Cuál?

– Harvey Keitel está interrogando a Brad Pitt y, para convencerle para que hable, le dice: «Muchacho, tu infelicidad va a ser mi misión en la vida». Eso sí que es amenazar como está mandado.

– Te sigue tocando a ti.

– Jesucristo Superstar. María Magdalena cuando canta al lado de la tienda de Jesús, mientras él está durmiendo.

– «I don't know how to love him».

Mientras ella pronunciaba el título de la canción de María Magdalena, la prostituta enamorada de Jesús, me di cuenta de la metedura de pata que acababa de cometer.

Ella no hizo caso. Mejor dicho, hizo tanto caso que la volvió irrelevante.

– Como comprenderás, ésa es una escena en la que me vi muy reflejada.

Al llegar a ese punto, inevitablemente, se produjo una pausa.

– Bueno, yo me identificaba con María Magdalena, ¿y tú? -dijo Nadia por fin.

– Yo me identifiqué con los dos protagonistas de Philadelphia al tiempo, Denzel Washington y Tom Hanks.

– ¡Dios, la secuencia final, en la que están montadas todas las películas en súper-8 de Tom Hanks cuando era pequeño! La recuerdo como si la estuviera viendo ahora mismo. El columpio, los niños jugando en la playa, la madre vestida a la moda de los sesenta y con un pañuelo en la cabeza, el perro, él disfrazado de vaquero…, la música de Neil Young. Se te parte el corazón de una forma insoportable.

– La escena final es la más conmovedora, pero mi preferida es una del juicio, cuando Denzel Washington interroga a Tom Hanks.

– ¿Por qué es tu preferida?

– Si quieres, te la recito, así quizá lo entiendas mejor.

– ¿Recitármela? ¿Es que te la sabes de memoria?

– Más o menos.

– No me lo creo.

– ¿Te acuerdas de qué va la historia?

Me miró como si a un jugador del Grande Slam alguien le preguntara si se acuerda de cómo se da un revés. Levanté las manos en señal de rendición.

– Está bien, perdona. Entonces, estamos en el momento crucial del juicio, Denzel Washington interroga a Tom Hanks, que en la película se llama Andrew. La enfermedad está ya en una fase muy avanzada y a él le queda poco tiempo de vida.

»¿Es usted un buen abogado?

»Soy un excelente abogado.

»¿Qué le convierte en un excelente abogado?

»Amo el Derecho.

»¿Qué es lo que le gusta del Derecho?

»Muchas cosas… (tiene un momento de confusión, está enfermo, cansado)…, ¿qué es lo que más me gusta del Derecho?

»Sí.

»El hecho de que algunas veces, no siempre, pero a veces, se convierte en parte de la justicia. La justicia aplicada a la vida.

» Gracias, Andrew.

Tras un breve silencio, Nadia empezó a aplaudir.

No hacía algo así desde hacía mucho tiempo. Años atrás, me resultaba muy fácil repetir de memoria las palabras de las películas, las canciones, los libros, las poesías. Luego, por diversas razones, me fue resultando cada vez más difícil.