A Jury le resultaba difícil de creer que, con la pericia y los métodos científicos del laboratorio, no hubieran hallado nada. No necesitaban huellas en la arena ni gotas de sangre en el alféizar de la ventana.
– Tiene que haber algo; el asesino tiene que haber dejado algo.
Pratt negó con la cabeza
– Hallaron algunos cabellos. De la camarera y del hombre con el que Small había estado tomando algo, Marshall Trueblood, creo, por si quiere relacionarlos. También encontramos marcas. Pero todas excluyentes. De gente con acceso legítimo a los cuartos de Small y de Ainsley, como los dueños de las posadas o las mucamas. En cuanto a la gente que estaba en la posada cenando la noche que mataron a Small, la oficina encontró las huellas de dos que ya estaban fichados. – Pratt tomó el expediente que le había dado a Jury y se acomodó los lentes. – Uno es Marshall Trueblood y otra, una mujer de nombre Sheila Hogg. – Pratt miró a Jury con una sonrisa. – “Actriz”, o mejor prostituta. Bueno, no una prostituta exactamente. “Actriz”, podríamos decir. De películas pornográficas y cosas por el estilo. La preferida de la División de Moralidad.
– ¿Y Trueblood?
– Algo de drogas, pero nada serio. Abastecía a sus amigos. Le allanaron la casa en Belgravia.
Pratt parecía ten fatigado que Jury le sugirió que se fuera a su casa a dormir.
– Gracias, inspector. No me vendría mal descansar un poco. – Siguió hojeando el expediente. – Sabemos que la firma en el registro es la de Small porque firmó la cuenta por la cena y pudimos compararlas. Pero en el caso de Ainsley alguien pudo escribir su nombre en la posada Jack And Hammer.
– No lo creo. Es la misma firma con que alquiló el auto, ¿no?
– Cierto. Yo pensaba en que el asesino no quiso que identificáramos a los dos.
– Al parecer no tuvo tiempo de hacer nada con lo del auto. – Jury encendió un cigarrillo que sacó del arrugado paquete de Players.
– ¿Usted qué piensa?
Pratt puso los pies sobre el escritorio y se reclinó.
– Mirémoslo desde este punto de vista. Digamos que este hombre Small llega desde Londres; quizá tenía problemas allí. Su amigo lo sigue, conciertan encontrarse en ese pueblo olvidado de la mano de Dios, ve su oportunidad cuando Small se aloja en la posada…
– ¿Alguna otra persona se bajó del tren en Sidbury?
– Muchas. Estamos investigando.
– ¿Entonces sigue a Small y después mata a Small y a Ainsley?
Pratt levantó la mano.
– Ya lo sé. Ya lo sé… Está bien. Entonces el Amigo vive en Long Pidd, o cerca. Los dos (Small y Ainsley) convergen en Long Pidd con el propósito de… bueno, no sabemos para qué. Algún peligro amenaza al Amigo, que les sigue el rastro y los despacha.
Jury asintió.
– Eso tiene más sentido. Es posible que Ainsley fuera un extraño que pasaba por aquí, ya que andaba en auto. Pero, ¿Small? Nadie se tomaría un ómnibus desde Sidbury a Long Piddleton porque sí. – Pratt estuvo de acuerdo. – Así que Small conocía a alguien aquí, no puede haber sido de otra manera. O, al menos, tenía la intención de venir aquí. ¿Sería muy aventurado decir que estaban relacionados los dos?
– Sí que lo estaban. Los dos se hicieron matar…
Después que Pratt se fue, Jury se dedicó a estudiar las declaraciones de los testigos que habían estado presentes aquella noche en la posada. Su concentración fue bruscamente interrumpida por la puerta que daba a la pequeña antecámara, por donde apareció Pluck con una señora mayor. Era la mujer que vio cuando entraban a Long Piddleton. Al parecer había habido un forcejeo con Pluck, que creía, con razón, que no se les podía permitir a los civiles entrar así como así a la oficina del inspector.
– Perdón, señor – comenzó a decir Pluck -. Lady Ardry, señor.
– No tiene por qué disculparse, sargento – dijo Agatha -. El inspector quiere verme. – Y se volvió a Jury -: El inspector Swinnerton, ¿no?
– ¿Swinnerton? – exclamó Pluck.
– No, señora, soy el inspector Richard Jury. ¿Quería verme?
La decepción se reflejó en la cara de la dama al oír el nombre, pero se recuperó con rapidez.
– Obvio, inspector, no he luchado con su subordinado para divertirme. Claro que quería verlo. Mejor dicho, debería ser usted el interesado en verme a mí. ¿Quién va a tomar notas? No tiene por qué suspirar, sargento Pluck. Si usted y el agente principal ese que no sé cómo se llama de Northampton tuvieran un poco de inteligencia, no habrían debido llamar a Scotland Yard. El inspector quiere oír mi testimonio, estoy segura.
Jury le pidió a Pluck que llamara a Wiggins a tomar notas, sintiéndose un poco como si acabara de recibir una reprimenda de una tía vieja y severa.
– Adelante, Lady Ardry.
Ella sentó, se alisó la pollera y carraspeó.
– Yo fui quien descubrió el cuerpo. Junto con esa muchacha Murch – agregó, como si no tuviera la menor importancia, como si “esa muchacha” fuera ciega, sorda y mucha -. Yo iba al,… al toilette, cuando la empleada de Matchett, esta Murch, llegó corriendo desde el sótano, blanca como el papel, haciendo ruidos con la boca y señalando hacia abajo, absolutamente fuera de sí. Luego se desplomó en una silla y se puso a gimotear aferrada a su delantal, y yo tuve que tomar el asunto en mis manos, mientras los demás corrían de un lado para el otro, sin saber cómo levantarle el ánimo a la chica. Yo bajé las escaleras y allí estaba ese Small. Y había un vaho a cerveza por todos lados.
– ¿Lo reconoció, Lady Ardry?
– ¿Si lo reconocí? Claro que no. Tenía la cabeza en el barril de cerveza. No se la saqué para mirarle la cara, mi querido señor. No toqué nada. Sé lo que uno tiene que hacer en esos casos. Tengo algunas nociones sobre estas cosas. Después de todo…
Jury vio a Wiggins, que se había sentado a su lado y engullido unas píldoras bicolores con el té. Sonrió y dijo:
– Continúe, señora. – Jury ya tenía los detalles proporcionados pro Lady Ardry en el informe de Pratt, aunque sin el detalle de la histeria de la camarera y de la absoluta eficiencia de Lady Ardry, cosa que no tuvo muy en cuenta, por supuesto. – ¿Qué hizo usted, entonces?
Ella enderezó los hombros y apoyó el mentón en el bastón.
– Me fijé en todos los detalles, porque pensé que podría ser importante más tarde. – Luego agregó, con suavidad: – Como soy escritora, tengo un gran poder de observación. El hombre no era grande, aunque es difícil juzgar el tamaño de un cuerpo en una posición como ésa. Fue estrangulado, ¿no? – Lady Ardry se agarró el cuello con las dos manos como si quisiera retorcérselo. – Tenía puesto un traje de estilo carrerista, bastante estropeado por la cerveza. – Sonrió ampliamente con su propio chiste. – Luego de observar el lugar y tomar nota mental de todo, regresé con los otros.
– ¿Los que estaban en el comedor y en el bar? Había muchos, tengo entendido. ¿Le molestaría darme una especie de lista de los presentes?
Acercando la silla al escritorio, la dama sacó de su bolsa de cuero unas hojas de tamaño oficio.
– Hice algunas anotaciones. – Se acomodó los lentes. – Ahora bien, aparte de mí y los sirvientes, es decir Murch y Twig, una jovencita tonta y un viejo medio paralizado, senil, del que no se puede sospechar, por supuesto. Entonces tenemos a mi sobrino, Melrose Plant. Vive en Ardry End. Usted habrá oído hablar de mi familia. Descendemos del Barón Mountardry de Swalesdale, alrededor del 1600, más o menos, y de los Ardry-Plant (nombre familiar que ha sido abreviado), Marqués de Ayreshire y Blythedale, Vizconde de Nithorwold, Ross y Cromarty. El padre de Melrose fue el octavo Conde de Caverness, casado con Lady Patricia-Marjorie Mountardry, hija segunda del tercer Conde de Farquhar. El padre fue jefe del Escuadrón Clive D’Ardry De Knopf, cuarto Vizconde de…
Jury la interrumpió.
– Me perdí, Lady Ardry. Qué linaje tan impresionante, señora.