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– ¿Usted no?

Melrose lo miró como diciendo que esperaba más de Scotland Yard pero era demasiado bien educado como para decirlo.

– Todos hablan de Small como de un “perfecto extraño” que pasaba de casualidad por Long Piddleton, lo cual es bastante improbable.

– ¿Por qué, señor Plant?

– Porque para llegar debió tomar un tren y un ómnibus. ¿Cómo podía “estar de paso”? – Al entrar el mayordomo, Plant dijo: – Ah, el desayuno.

– Lo serví en el comedor, señor.

Melrose se restregó las manos.

– Gracias, Ruthven. Venga, inspector Jury.

Bajo el techo abovedado del comedor colgaban los enormes y suntuosos retratos de los antepasados de Melrose Plant. El más pequeño, contra la pared del fondo, era de él mismo, sentado a una mesa con un libro abierto ante él.

– Vanidoso, ¿no?, eso de tener el retrato de uno colgado en la casa. Pero mi madre insistió, antes de morir. Esa es ella, la de negro.

Era un retrato de una mujer encantadora vestida de terciopelo negro, que posaba sencilla y dignamente. Junto a éste había otro retrato, de un hombre de cara regordeta y amistosa, rodeado de perros de caza. Plant se parecía a su madre.

– Veo que Martha supuso que mi tía se quedaba – dijo Plant mientras llenaba el plato -. Preparó comida para doce personas. Por favor, sírvase, inspector. – Levantó las tapas de plata de las bandejas: riñones condimentados, suavísimos huevos a la manteca, lenguado de Dover, scones calientes.

Jury no podía por cierto encontrar ningún defecto en ese ofrecimiento, pero declinó el elegante desayuno.

– No, gracias, señor Plant. Tomaría un poco de café. Me decía que no estaba de acuerdo con la teoría de que el asesino de Small forzó la entrada al sótano por la puerta de atrás.

– Inspector, estoy casi seguro de que usted tampoco lo cree, pero le daré mis razones, si así lo desea. Si el asesino hubiera sido alguien de afuera, ¿le parece razonable que eligiera un lugar público para encontrarse con su víctima? Pero supongamos que así fue. Luego de acordar un encuentro con Small en el sótano, ¿tiene que romper la puerta para entrar? El mismo Small podría haberla abierto. No se puede aducir que el asesino pasaba por casualidad por la parte de atrás de la posada, vio a Small por la ventana llena de tierra del sótano, y se dijo a sí mismo: “¡Válgame Dios! Ése es Small, mi archienemigo!” y entonces echó la puerta abajo. – Melrose negó con la cabeza y sirvió el café.

Jury sonrió, pues Plant acababa de resumir sus propias ideas sobre el asesinato. Sacó el paquete de cigarrillos y le ofreció uno a Plant, que aceptó.

– ¿Qué piensa usted, señor Plant?

Plant estudió los cuadros de la pared por un momento y luego dijo:

– A juzgar por el lugar de reunión, yo diría que no fue planeado de antemano. Alguien fue sorprendido por la aparición de Small en el pueblo, y durante el curso de la tarde tomó medidas para encontrarse con él en el sótano. El método improvisado del asesinato probaría que así fue, ¿no? El asesino lo estranguló con un alambre sacado de una botella de vino y luego le metió la cabeza en ese barril de cerveza. ¿Sabe cómo lo imagino?

– ¿Cómo?

– El asesino está hablando con Small y mientras tanto desenrolla el alambre. – Plant se llevó un alambre imaginario al cuello. – Oprime sobre la laringe lo suficiente como para que pierda el conocimiento y luego le sostiene la cabeza dentro del barril. Así parece bastante espontáneo. O…

– ¿Qué?

– También está la posibilidad de que fuera premeditado y quieren hacer parecer que no lo fue. El detalle grotesco de meterle la cabeza a Small en un barril de cerveza y de instalar a Ainsley ahí arriba en esa viga. – Los ojos verdes de Plant resplandecieron. – ¿Por qué? Los toques misteriosos son excesivamente misteriosos.

– ¿Se refiere a que llaman demasiado la atención hacia el método, alejándonos de otra cosa, como el motivo, por ejemplo.

– ¿Y no podría ser que cometieran un asesinato para apartarnos del otro? – sugirió Melrose -. Pudieron haber matado a Ainsley para apartar la atención de Small o viceversa.

Jury aceptó el café servido de la cafetera de plata, y pensó que Plant era un hombre excepcionalmente inteligente. Esperó que no fuera el asesino.

– Qué curioso – dijo Melrose -. Small y Ainsley eran, al parecer, perfectos extraños. Nadie los conocía, y ellos no se conocían entre sí, o eso parece, al menos. ¡Válgame Dios! Muy bien, inspector, ahí tiene un caso en el que todos tuvieron la oportunidad, pero ninguno parece haber tenido un motivo. Sería mucho más fácil si la víctima hubiera sido uno de nosotros.

– ¿Por qué?

– Porque hay tantos motivos. De haber sido Willie Bicester-Strachan, por ejemplo, se le podía endilgar a Lorraine. Si hubiera sido yo, ¡por Dios!, las posibilidades son infinitas, empezando por mi tía. De haber sido Sheila Hogg la víctima, tendríamos a Oliver Darrington.

– ¿Darrington asesino de la señorita Hogg? ¿Por qué?

– Porque entonces quedaría libre para casarse con Vivian Rivington. Por el dinero, se da cuenta. Sheila ejerce cierto chantaje sobre él, no me cabe ninguna duda, por si Oliver va demasiado lejos. De haber sido la tía Agatha, todo el pueblo sería sospechoso.

– ¿Y si hubiera sido Vivian Rivington?

Melrose le dirigió una larga mirada.

– ¿Qué pasa con Vivian?

– ¿No es significativo el hecho de que la señorita Rivington heredará muchísimo dinero dentro de seis meses? ¿Quién perderá y quién ganará con eso?

– Escuche, no estoy hablando en serio. ¿Qué tiene que ver la fortuna de Vivian con Ainsley y Small?

– Nada, que yo sepa. Pero no sería la primera vez que varias personas son asesinadas para enmascarar el verdadero motivo.

– No le entiendo, inspector.

Jury no insistió.

– La señora Bicester-Strachan me dijo que había compartido la mesa con usted durante esa noche. Me refiero a la noche en que mataron a Small.

– Yo no diría “compartió”. Me las arreglé para defenderme con una estrategia que habría sido la envidia de Rommel.- Melrose se sirvió una tostada de la bandeja de plata, la mordió, y dijo: – ¿Por qué los ingleses tienen fama de adorar las tostadas frías? – dejó el resto en su plato.

– La señora Bicester-Strachan parece tener sentimientos ambivalentes respecto de usted.

– Qué manera tan delicada de decirlo. – Melrose suspiró, y agregó: – No, inspector. Nunca hubo nada entre Lorraine y yo.

– ¿Tampoco entre la señorita Rivington y usted?

– Se está pareciendo a mi tía. No veo qué conexión puede haber entre mi vida privada y este asunto.

– Vamos, señor Plant. Si ignoráramos las vidas privadas nunca atraparíamos a ningún criminal, ¿no?

Plant levantó la mano.

– Está bien, está bien. Escúcheme, inspector. A pesar de lo que cree mi tía, que la mitad de las mujeres del condado quiere casarse conmigo y por lo tanto despojarla de su “legítima herencia”, créame que han sido poquísimas las mujeres que alguna vez t

Vieron alguna intención conmigo. He mantenido relaciones perfectamente comunes con mueres normalmente hermosas. Estuve comprometido, la dama en cuestión rompió el compromiso por considerar que yo era perezoso y frívolo, lo cual quizá sea cierto. Mi tía tiene terror a que alguna mujer me “pesque”, para usar su encantadora palabra. Pero ninguna parece muy interesada, en realidad.

Jury lo dudaba, pero volvió a cambiar de tema.

– Según el señor Scroggs, varios de ustedes fueron a la posada Jack and Hammer la noche siguiente, el viernes, cuando asesinaron a Ainsley.

– Sí, yo llegué entre las ocho y las ocho y media. Casi todos los demás estuvieron allí también. Vivian estuvo sentada conmigo; Matchett se acercó a comer algo. Creo que no podía soportar estar solo en su posada. De todas maneras, está la puerta de atrás de Scroggs. Cualquiera en Long Piddleton pudo haber entrado por ahí y haberse ido de la misma manera.