– ¿Ya se enteró?
– Por supuesto; como todos. No le sirve de mucho saber quién estaba adentro.
– ¿Qué me dice de ese rumor sobre un compromiso entre el señor Matchett y Vivian Rivington?
– No sé nada de ello. Pero espero que no sea cierto.
– ¿Por qué?
– Porque no me gusta Matchett. Ella es demasiado para él. Usted dio algo de “enmascarar” el motivo “verdadero”. ¿Espera que haya más asesinatos?
– No querría hacer semejante predicción. Usted mismo sugirió que había varios motivos para un asesinato en Long Piddleton.
– Ah, pero no hablaba en serio. – Melrose giró hacia la puerta del comedor, de donde llegaba un gran estruendo y voces.
Ruthven entró en ese momento.
– Perdón, señor. Es Lady Ardry. Insiste…
– ¿Mi tía? ¿Dos veces en el mismo día?
Pero antes de que pudiera reaccionar o de que Ruthven pudiera sacarla de en medio, Agatha empujó la puerta, llevándose a Ruthven por delante, y avanzó dentro de la habitación.
– ¡Ajá! Ya los veo, muy tranquilos aquí, comiendo riñones y tocino mientras todo el pueblo está en plena conmoción.
– El pueblo ha estado en plena conmoción desde hace días, Agatha. ¿Qué te trae de vuelta?
Lady Ardry plantó el bastón frente a ella. No podría haber suprimido el acento triunfal aunque lo hubiera querido.
– ¿Qué me trae de vuelta? Ver si logro arrancar al inspector en jefe Jury de su almuerzo. ¡Hubo otro!
– ¿Otro qué?
– Otro asesinato. En The Swan.
CAPÍTULO 9
– ¡Apenas me enteré vine directamente! – dijo Lady Ardry desde el asiento de atrás del Bentley de Plant. Iban a toda velocidad por la carretera que conectaba Sidbury con Dorking Dean.
Jury intentaba controlarse.
– ¿Por qué no me llamó el imbécil de Wiggins? No habríamos perdido la media hora que le debe de haber llevado a usted llegar en la bicicleta.
Ella tarareaba y miraba los campos nevados que pasaban rápidamente por la ventanilla.
– Supongo que no sabía dónde estaba.
Jury se volvió en su asiento y, con voz férrea, dijo:
– Usted lo sabía, Lady Ardry.
Ella se alisó la falda.
– No tenía idea de que seguía en lo de Plant, tomando café.
La posada The Swann with too necks quedaba a un kilómetro y medio de Dorking Dean. Cuando llegaron, había tres patrulleros en el pequeño estacionamiento frente a la posada. Varios curiosos se habían detenido desordenadamente en la carretera. Apenas el Bentley de Plant se detuvo, Wiggins se acercó corriendo.
– Lo siento muchísimo, señor. Llamé a todos lados, y…
Jury lo tranquilizó diciéndole que no era culpa suya.
– Estaba en Ardry End – dijo.
– Desayunando – agregó Agatha, saliendo con esfuerzo del auto.
Pratt se aproximó.
– El equipo ya recorrió todo el lugar, así que puede verlo tranquilo. Tengo que ir a Northampton. El jefe está… bueno, y se imaginará. Wiggins puede darle los detalles. – Pratt esbozó un saludo al subirse al auto que se detuvo junto a él.
Melrose Plant se había confundido con la multitud, arrastrando consigo a la furiosa Lady Ardry, que parecía convencida de que la investigación se había visto entorpecida por su ausencia.
– ¡Pluck – llamó Jury -, saque a esa gente de aquí! El forense tiene que entrar con su auto. – Había bastantes niños también, esperando ver sangre y tripas. Reconoció a los chicos Double entre ellos y los saludó. Ellos le devolvieron el saludo, ruborizados.
– ¿Dónde está el cadáver, Wiggins? ¿Quién lo encontró?
– En el jardín, señor. Lo encontró la señora Willypoole, la dueña.
Varios periodistas se abrieron paso hasta él.
– ¿Estamos frente a un psicópata, inspector?
– No lo sé. Eso es, al parecer, lo que piensan ustedes, según lo que he leído en los diarios.
– Pero hay elementos comunes. Otro asesinato en una posada, inspector.
– Avísenme qué significan esos elementos comunes cuando lo averigüen – dijo Jury, y pasó entre ellos.
Antes de entrar, se detuvo a mirar el letrero de la posada que chirriaba por el viento en su barra de hierro. El dibujo estaba descolorido, pero aún se veía con claridad que era un cisne de doble cuello y dos cabezas que apuntaban en dirección opuesta. El cisne flotaba serenamente en lo que en un tiempo habría sido un río verde, y no parecía muy consciente de su extraña deformidad.
– ¿Cómo diablos se les ocurren? – masculló Jury.
– ¿Cómo dice, señor? – preguntó Wiggins, perdida la voz entre los pliegues de un pañuelo.
– Los nombres, Wiggins, los nombres.
Jury abrió la puerta cancel de vidrio que daba al bar. Una mujer que él supuso sería la señora Willypoole estaba bebiendo un vaso de gin como una señal de victoria.
– La señora Willypoole – dijo Wiggins -. Fue quien lo encontró.
– Inspector Jury, señora, de New Scotland Yard. – Jury le mostró su identificación, que a ella le costó enfocar. Un gato amarillento, enrollado sobre sí mismo encima del mostrador, abrió un ojo. En apariencia satisfecho con las credenciales de Jury, bostezó y siguió durmiendo.
– ¿Toma algo, mi amor? – le ofreció. Jury negó con la cabeza -. Me va a perdonar, mi amor, pero no estoy acostumbrada a estos sustos. Le voy a decir una cosa, cuando salí y… – se cubrió el rostro con las manos.
– Por supuesto, comprendo, señora Willypoole. Primero me gustaría ver el jardín y luego hacerle algunas preguntas. – Ella pareció no oírlo, y él decidió que, a menos que quisiera tener un testigo inconsciente, sería mejor no ser tan pomposo con ella. Se acodó en el bar e intentó ponerse a tono.
– Claro que le entiendo. Pero escúcheme, mi amor, no se entusiasme con eso. – Tocó la botella con el dedo. – Voy a necesitar su ayuda. – Y le guiñó un ojo.
Ella lo miró y dejó el vaso.
– Me llamo Hetta. – Aunque ya estaba en los confines de la madurez, aún quedaban en Hetta restos de un antiguo encanto. Ella tapó la botella y dijo: – El jardín queda saliendo por esa puerta.
Hacía mucho frío.
– ¿Por qué vino aquí afuera a tomar cerveza? – preguntó Wiggins mientras miraban el cuerpo inerte apoyado contra la mesa blanca de metal. Junto al cuerpo había un vaso de cerveza a medio beber.
– Porque tenía que encontrarse con alguien, supongo.
– Ah, ¿con quién, señor?
Jury miró a Wiggins, que parecía esperar una respuesta.
– Ojalá lo supiera, sargento. Mire esto. – Jury señaló un libro debajo de la mano del hombre asesinado. Como Pratle había dicho que el equipo de laboratorio ya había trabajado en todos lados, no tenía por qué preocuparse por las huellas digitales, y con cuidado tomó el libro. – Bueno, bueno. Si es una de las obras de nuestro querido señor Darrington.
– Eso ya es algo – dijo Wiggins -. ¿Una pista falsa, le parece, señor?
A veces Wiggins maravillaba a Jury. Era capaz de hacer preguntas realmente estúpidas, como la de hacía unos segundos, y a veces se descolgaba con deducciones perfectas. Quizá tuviera que ver con el estado de su nariz.
– No me sorprendería, sargento. Ahora explíqueme un poco.
Wiggins sacó su caja de pastillas, y Jury esperó paciente a que la abriera y se pusiera una en la boca.
– Se llamaba Jubal Creed, señor. Según el registro de conducir vive en un pueblo en East Anglia llamado Wigglesworth. Eso queda en Cambridgeshire. Los hombres de Weatherington están tratando de ponerse en contacto con la familia. Encontramos el auto en el estacionamiento. También se lo llevaron a Weatherington. Paró aquí anoche, cenó y esta mañana desayunó La señora Willypoole dice que se ubicó aquí afuera a eso de la diez y media.