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Pero Pratt fue interrumpido por el sargento Pluck, que anunció la llegada de Lady Ardry.

– ¿Usted la mandó llamar, señor? Eso dice ella. – Pluck estaba estupefacto, como si Jury hubiera perdido el juicio.

– Sí – dijo Jury -. Cuando lleguen la señorita Rivington y el señor Matchett, hágalos esperar un poquito, por favor.

Pero Lady Ardry ya estaba en el habitación, abriéndose paso alegremente a pesar de Pluck por el sencillo método de plantarle el bastón en el pecho. Pratt bebió lo que le quedaba de té y dijo que tenía que irse. Hizo una inclinación de cabeza y salió.

Agatha se sentó con su enorme capa en la silla y aferró el bastón con las dos manos.

– ¿Quería verme por el caso Creed?

Jury se sorprendió.

– ¿Cómo sabe su nombre, Lady Ardry?

– Por el pregonero del pueblo – dio ella sonriendo mezquinamente -. El sargento Pluck. Lo está contando a todo el mundo. – Luego infló los carrillos y le ofreció su conclusión. – ¿Y, inspector? ¡Parece que este lunático sigue merodeando por Long Piddleton!

– ¿No creerá en serio que es un forastero que recorre el pueblo esperando la oportunidad de atacar?

– ¡Dios santo, no estará sugiriendo que es alguien que vive aquí! – Bufó. – Estuvo hablando con el loco de Melrose…

– Me temo que el lunático, si lo es, está entre ustedes, Lady Ardry. Usted me dijo que iba en bicicleta por la carretera a Dorking Dean. ¿Qué hora sería?

– Después de que lo dejé a usted charlando con Melrose, por supuesto.

– ¿No podría ser un poco más precisa? ¿Cuánto le llevó ir hasta la carretera desde Ardry End?

Ella frunció el entrecejo haciendo un esfuerzo por recordar.

– Quince minutos.

– Entonces se encontró con ese auto…

– ¿Auto? ¿Qué auto?

Jury se obligó a tener paciencia.

– El auto que, según tengo entendido, se detuvo para informarle de lo sucedido en The Swan.

– ¿Ah, ese auto? ¿Por qué no me lo dijo? Yo estaba en la carretera de Dorking. Fue Jurvis, el carnicero, que había visto el movimiento frente a The Swan y se detuvo a contarme.

– La posada quedará a unos ochocientos metros de ese lugar – calculó Jury -. Le habrá llevado algunos minutos.

– Sí, en caso de que yo hubiera querido ir. No soporto a esa mujer Willypoole, es una loca.

Jury la interrumpió.

– Quise decir que usted podría haber salido de aquí en bicicleta a eso de las once y media y llegar a The Swan antes de las doce. – Jury esperó a que ella interpretara lo que había dicho.

Así fue.

– ¿Y para qué iba a hacer eso?

Jury ocultó una sonrisa.

– Tengo buenas noticias que darle. – Miró el papel sobre el que había estado calculando los horarios. – No se lo diría a ninguna otra persona – susurró.

Ella casi se trepó encima del escritorio en su ansiedad por oír el secreto.

– Soy una tumba – dijo, poniéndose un dedo sobre los labios.

– Hay una persona que tiene una coartada perfecta.

Agatha ladeó la cabeza como un gran pájaro y dijo, con una sonrisa tonta:

– Yo, por supuesto.

Jury simuló el asombro.

– Oh, no, señora. No es precisamente de usted de quien estaba hablando. Me refería a Melrose Plant. – le dedicó su sonrisa más encantadora. – Sabía que con esta noticia usted se sentiría mejor.

Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. Su cara estaba roja como un tomate.

– Pero…

– Fíjese. Entre las once y media y la hora en que usted volvió a Ardry End, el señor Plant estuvo conmigo. Antes de esa hora, estuvo con usted.

Ella permaneció jugueteando con el bastón y mirando a su alrededor con ojos extraviados. Luego se le iluminaron los ojos.

– ¡Pero eso también me da a mí una coartada! – exclamó, con aire de haber dicho algo muy inteligente. Luego apoyó el mentón en la mano y los codos sobre el escritorio.

– Pero es como dijimos. Creed fue asesinado entre las diez y media y el mediodía. Hemos establecido la hora a la que usted salió de Ardry End y cuánto le lleva ir en bicicleta hasta The Swan.

Por fin Lady Ardry comprendió. Él observó los colores que le subieron por la garganta y le llegaron a la cara. La vieja dama se levantó como una montaña.

– ¿Algo más, inspector? – le temblaba la voz y Jury supo lo que ella querría hacer con el bastón.

– No, por ahora. Pero esté disponible porque habrá más preguntas – Jury esbozó una sonrisa.

Apenas la vasta figura desapareció por la puerta, Jury se volvió a la ventana que tenía a sus espaldas, apoyó la cabeza en los brazos y se echó a reír.

Apena oyó que la puerta a sus espaldas se abría y volvía a cerrarse, porque seguía riéndose. La voz lo hizo volverse.

– ¿Inspector Jury?

Sin pensar, giró en redondo, todavía con el rostro sonriente.

– Soy Vivian Rivington. El sargento me dijo que podía pasar. – La joven lo miraba con expresión sorprendida.

Jury s quedó tieso, con una sonrisa idiota en el rostro, incapaz de moverse. Miró a Vivian Rivington por primera vez y se enamoró perdidamente de ella.

Era cierto. Como había dicho Lady Ardry, Vivian llevaba un suéter marrón oscuro, con un cinturón, pero no tenía las manos metidas en los bolsillos, sino que jugueteaba nerviosamente con el borde del suéter, como la niñita Double se tironeaba de la pollera. Su cabello tenía los colores de un día de otoño, uno de esos paisajes castaños, dorados, con toques de rojo oscuro. La cara era triangular, sin maquillaje; los ojos ámbar, con puntos de luz que podrían haber sido fragmentos de piedras preciosas. Pero fue la atmósfera particular que la rodeaba lo que hizo que Jury recordara a Maggie: una cualidad triste, melancólica, que, paradójicamente, se sentía como un resplandor. Para él, eso era un estigma.

Su tos incómoda lo hizo volver en sí. Jury salió de detrás del escritorio y le tendió la mano, la retiró y volvió a tendérsela. Ella miró la mano dubitativa, como si pudiera volver a desaparecer, dejándola con la suya en el aire.

Estaba esforzándose por comenzar la entrevista diciendo algo, cuando Wiggins asomó la cabeza por la puerta para decirle a Jury que el señor Matchett había llegado.

– Gracias, lo veré en un momento – dijo Jury-. Por favor, venga y tome notas, sargento Wiggins. – No reparó en la mirada sorprendida de Wiggins.

– Señorita Rivington – dijo, pasándose la mano por el pelo como si la cara de ella fuera un espejo-, soy el inspector Jury, Richard Jury. Tome asiento, por favor.

– Gracias.

Entrelazó las manos encima de la mesa e intentó mostrarse tremendamente serio. Demasiado, al parecer, pues ella apartó la mirada y la dirigió hacia Wiggins. Wiggins le sonrió y ella pareció tranquilizarse un poco.

Jury trató de suavizar su expresión.

– Señorita Rivington, usted estuvoen The Swan en el momento en que… – quería decirlo con delicadeza pero no sabía cómo.

– Que mataron a este hombre, sí. – Ella bajó los ojos.

– ¿Podría por favor explicarme qué estaba haciendo allí?

– Por supuesto. Estaba almorzando. Me encontré allí con Simon Matchett.

Matchett. Jury se había olvidado por un momento que se decía que Matchett iba a casarse con esa mujer. Podría preguntárselo a ella. No, no todavía.

– ¿Dije algo malo, inspector?

– ¿Malo? No, no, claro que no. – Seguramente había fruncido el entrecejo, a juzgar por la preocupación de ella. Le dirigió la mirada ceñuda a Wiggins, dando a entender que allí radicaba todo el problema. – ¿Lo tiene todo, sargento Wiggins?

Wiggins levantó la cabeza bruscamente.

– ¿Cómo, señor? Oh, sí, por supuesto.

Jury asintió en dirección al sargento y se volvió a Vivian Rivington.

– Continúe, señorita Rivington.