– Aquí, Sheila estuvo conmigo.
Jury no vio nada sospechoso en las caras de los dos, pero nadie mejor que un culpable para mirar a los ojos en plena mentira. Sonrió y dijo:
– También quería devolverle esto. – Le tendió los libros. – Son muy interesantes, especialmente en sus diferencias. – Observó los gestos nerviosos de Sheila. – A propósito, dan la impresión de que alguien lo hubiera ayudado un poco. – Jury fue tan sutil que se sorprendió cuando Darrington giró en redondo y enfrentó a Sheila.
– ¡Hija de puta!
– ¡No le dije nada, Oliver! ¡Te lo juro!
Su enojo se disipó con la misma rapidez con que había aparecido y suspiró.
– Bueno, otra farsa que termina. Díselo.
– Fue mi hermano – dijo Sheila -. Se mató en un accidente con la motocicleta. Cuando estaba revisando sus cosas después de su muerte, encontré la carta que Oliver le había escrito con referencia a su libro. Yo no sabía siquiera que Michael, mi hermano, había escrito un libro, mucho menos que quería publicarlo. Creo que nadie lo sabía. Era muy reservado. Fui a la compañía de Oliver, supongo que con la intención de hacer que de alguna manera el libro fuera publicado, como una especie de recordatorio. Oliver era el editor que lo había recibido. Fue muy comprensivo, almorzamos y hablamos sobre el libro de Michael. Después volvimos a encontrarnos para almorzar y para cenar, hasta que… – Sheila suspiró -. Me enamoré de él. Lo que creo era, si no me equivoco – le dirigió a Darrington una mirada áspera -, su intención, ¿no es así, mi amor?
Darrington se limitó a observar su copa.
– Había otro manuscrito, entre las cosas de Michael en un baúl. Oliver lo leyó y dijo que era tan bueno como el primero. La tentación resultó demasiado fuerte para éclass="underline" podía publicar el primero con su propio nombre y dejar el otro para más adelante. – Sheila rió artificialmente. – Pero cuando Oliver escribió la segunda novela por sí mismo, tuvo tan malas críticas que…
– Gracias – dijo Darrington.
– De nada, mi amor – dijo ella con amargura. Y agregó, dirigiéndose a Jury: – Eso es todo; un asco, una inmundicia. ¿Qué más puedo decir?
Un buen recordatorio, pensó Jury. Él la había arrastrado a ese deshonor y ni siquiera era capaz de proponerle matrimonio.
– Guardó el segundo manuscrito de Michael como un resguardo por si el libro de su verdadera autoría era un fiasco. Y lo fue.
Oliver levantó la cara. Al menos era capaz de sentirse humillado.
– Así es. Yo intenté escribir Creí que podría hacer algo decente, pero no fue así. Soy un pésimo escritor. Cuando el segundo libro tuvo críticas tan malas saqué el otro manuscrito de Hogg y eso me devolvió prestigio. Pensé que en el siguiente intento lo lograría. Pero ahora… – Extendió las manos en un gesto de impotencia. Luego al parecer recordó que el tema en cuestión no era el problema principal. – Espere un minuto, inspector. ¿Qué tiene todo esto que ver con el hombre que encontraron esta mañana?
– ¿No lo conocía?
Darrington explotó.
– ¡Carajo! ¡Claro que no!
Jury disfrutó por anticipado de lo que estaba a punto de decir. Lo consideró una pequeña venganza por la manera en que Oliver trataba a Sheila.
– Qué raro. Era admirador suyo. Tenía el libro, ¿sabe? – Jury simuló que se le acababa de ocurrir una nueva idea, y chasqueó los dedos -. Quizá no fuera un admirador, después de todo. El chantaje es un muy buen motivo para cometer un crimen.
Darrington se levantó de un salto.
– ¡Dios! ¡Yo no lo maté! No lo había visto nunca en mi vida.
– ¿Cómo sabe eso, señor Darrington?
– ¿Qué?
– ¿Cómo sabe que no lo había visto nunca si no sabe quién es?
– ¿Está tratando de atraparme? Supongo que el hecho de que tuviera mi libro en la mano lo da todo como servido en bandeja, ¿no?
Sheila mostró más clase e inteligencia que Darrington.
– Por todos los cielos, Oliver. No me parece que el inspector Jury crea que tres personas diferentes vinieron aquí a chantajearte, ¿no, inspector?
Oliver los miró alternadamente, como un niño que se pregunta si sus padres están confabulados en su contra. ¿Qué diablos veía Sheila en ese hombre?
– El libro sugiere que usted no lo mató. – Jury se levantó y guardó los cigarrillos. – Porque, si lo hubiera matado, no habría dejado una pista tan obvia en las manos del muerto, una pista que lo señalara tan directamente. Sería muy extraño, ¿no le parece? Sólo una persona muy osada, con una calma férrea, para no hablar de cierto toque macabro, se atrevería a hacer algo así. Y no he observado en usted, señor Darrington, ninguna de esas cualidades.
Sheila se echó a reír a carcajadas.
CAPÍTULO 13
Melrose Plant iba por la ruta a Sidbury, sonriendo. Sabía que Agatha se resentiría mucho al darse cuenta de que ella era sospechosa, pero él no. No le parecería decente de parte de Melrose eso de desprenderse de las tenazas de New Scotland Yard de esa forma, mientras ella (después de toda su dedicada colaboración) era abandonada a luchar sola. Así lo vería Agatha. Llegaría a la conclusión de que todo era culpa de Melrose. Probablemente una conspiración entre Melrose y Jury.
Se acomodó en el asiento del Bentley pensando si no tendría un anhelo inconsciente de ser detective en alguna parte oscura de su naturaleza que hasta ese momento había pasado inadvertida. Se entretuvo repasando las posibles respuestas a la serie de asesinatos. Quizás el asesino había matado a dos de las víctimas para disimular su verdadero objetivo. La vieja treta de dar una pista falsa. Era una posibilidad, claro, pero, ¿por qué diablos elegir justamente a esos forasteros o haberlos llevado al pueblo para matarlos? ¿Por qué no matar en cambio a un par de habitantes locales?
Quizá todos esos asesinatos eran una cortina de humo para disimular otro aún no llevado a cabo, perspectiva algo estremecedora sugerida por Jury. La razón por a cual se le helaba la sangre era que la primera persona que se le había ocurrido como el blanco verdadero fue Vivian Rivington. Había mucho dinero en juego y mucha gente interesada en él.
Plant levantó el pie del acelerador y redujo la velocidad para pasar por la pequeña elevación anterior a la curva frente a la posada Cock and Bottle. Algo resplandeció a la luz del sol cuando se acercó a la elevación. Miró por la ventanilla y vio que el resplandor provenía de un objeto tirado en el barro, un trozo de vidrio, probablemente. Pero de pronto la imagen de lo que en realidad había visto se materializó en su mente y Melrose frenó tan bruscamente que estuvo a punto de romper el parabrisas con la cabeza. Se quedó sentado unos segundos repitiéndose que el objeto cubierto por la tierra no podía ser lo que él creía que era.
Un anillo. ¿Pero en realidad estaba en una mano?
Sheila todavía se reía cuando Jury se puso el sobretodo y los guantes de cuero.
– Habrá más preguntas, señor Darrington. Pero, por el momento, no tengo tiempo. Pero me gustaría usar el teléfono, si me permiten, para llamar al sargento.
– Por acá – dijo Darrington, indicando la puerta que daba al vestíbulo. Recuperó algo de su antigua altiva confianza para decir: – Entonces debo entender, inspector Jury, que el hecho de que mi libro apareciera en las manos de ese hombre es de alguna manera prueba de que yo no tuve nada que ver con el caso.
Hijo de puta hasta el último minuto, pensó Jury. Ni la menor consideración hacia Sheila, que había renunciado a todo el respeto por sí misma para que Darrington llegara a ser alguien en el mundo. Ese estúpido necesitaba una sacudida.
– Lo que dije es que es una indicación de que usted no lo hizo. Pero eso no lo libera. Hay un detalle que lo convierte en sospechoso, señor Darrington: la publicidad. El hecho de que su libro apareciera en la primera plana obraría milagros con su decaída fama, ¿no?, quiero decir que se encuentre su novela en manos del muerto. Haría subir hasta el cielo las cifras de venta de sus libros. Usted se habría librado de un chantajista recibiendo, por añadidura, un poco de publicidad.