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– Está bien. Wiggins, necesito uno o dos datos. Primero, sobre William Bicester-Strachan. Trabajó en el Ministerio de Guerra, así que vea s puede conseguir la información sobre una investigación en la época en que él vivía en Londres. Segundo: que busquen en los archivos una muerte accidental ocurrida hace unos veintidós años en Escocia, en Sutherland para ser exactos. El nombre del muerto era James Rivington. Me interesa especialmente la hora exacta en que ocurrió el accidente.

– Muy bien, señor. Feliz Navidad. – Wiggins cortó. Jury se sintió un poco avergonzado de sí mismo. Durante mucho tiempo había menospreciado a Wiggins; por cierto siempre hacía su trabajo hasta donde su salud se lo permitiera. ¿Su pobre cadáver se aferraría a una libreta, junto a su pañuelo? Durante años, Jury había intentado llamarlo por el nombre de pila, pero por alguna razón se le hacía difícil hacerlo. Siempre estaba allí con el lápiz y las pastillas para la tos. Jury pensó que quizás estaría deseando tener una cena de Navidad con el agente Pluck y su familia. Y Jury debía concurrir a lo de Melrose Plant. Pero primero iría a ver a Darrington y a Marshall Trueblood.

– Esa chica Ruby Judd era una chismosa. Con razón le gustaba al vicario, era capaz de hacer hablar a los muertos. Habrán tenido encantadoras charlas juntos. – Sheila Hogg estaba por terminar su tercer gin-tonic.

– ¿Dónde la conoció, Sheila? – preguntó Jury.

– En los negocios del pueblo siempre andaba dando vueltas alrededor de mí pensando que podía invitarla a casa a echarle un vistazo al “gran autor”. – Estaba sentada junto a Jury y balanceaba una larga pierna envuelta en seda y un pie calzado con un zapato de terciopelo que hacía juego con su pollera larga. Pero su mirada parecía triste, a pesar del sarcasmo.

– ¿Y lo logró? – preguntó Jury -. ¿Logró venir aquí?

– Sí. Varias veces, me traía los paquetes. Recorría todo, entre exclamaciones de asombro, mirando detrás de las puertas. Una muchachita entrometida.

– ¿Y usted, señor Darrington? ¿Tuvo algo que ver con Ruby Judd?

La pausa fue mínima, pero existió.

– No.

– ¿Estás seguro, mi amor? – dijo Sheila -. ¿Entonces por qué de pronto ella empezó a adoptar ese aire de superioridad conmigo? ¿Nunca le hiciste ningún favorcito?

– ¡Qué ordinaria eres, Sheila!

– Señor Darrington, es muy importante que sepamos todo lo posible sobre Ruby Judd. ¿Hay algo que pueda decirnos que pueda ser de utilidad? Por ejemplo, ¿le dijo algo alguna vez de alguien en Long Piddleton que pudiera ser chantajeado?

– No sé de qué mierda está hablando…- Darrington estiró el vaso casi vacío a Sheila. – Dame otro.

– ¿Dónde estuvieron los dos el martes de la otra semana? La noche anterior a la cena en lo de Matchett.

Oliver bajó la mano que sostenía el vaso y miró a Jury con ojos turbados por el gin y el miedo.

– Supongo que usted piensa que yo maté a Ruby, ¿no?

– Tengo que controlar los movimientos de todas las personas que estuvieron en la posada la noche que mataron a Small. Obviamente, hay una relación oculta.

El pie de Sheila se detuvo en el aire.

– ¿Quiere decir que piensa que fue uno de nosotros? ¿Alguien que estaba esa noche en la posada?

– Es una posibilidad. – Jury miró a uno y luego al otro. – ¿Dónde estuvieron?

– Juntos – Oliver vació el vaso -. Aquí mismo.

Jury miró a Sheila, que se limitó a asentir con los ojos fijos en Oliver.

– ¿Está muy seguro? – preguntó Jury -. La mayoría de la gente no podría recordar dónde estuvo dos días atrás sin un esfuerzo. Esto fue hace más de una semana.

Oliver no respondió. Pero Sheila sí lo hizo, dirigiendo una sonrisa demasiado brillante hacia Jury que contradecía la sombría determinación de su voz.

– Créame, encanto, yo sé cuando Oliver está aquí. – La sonrisa desapareció al mirar Sheila a Darrington. – Y cuándo no.

Como era Navidad, el negocio de Trueblood estaba cerrado, así que Jury fue a su casa, situada frente a la plaza. Era una casa preciosa, escoltada por dos robles cuyas ramas se tocaban graciosamente en las copas y cuyos troncos se curvaban. A uno de los lados había dos ventanas, bastante separadas una de otra, con vidrios en forma de diamantes.

Trueblood ultimaba los detalles de su indumentaria para ir a cenar con los Bicester-Strachan.

– ¿Usted no viene, amigo? Tendría una buena oportunidad de interrogarnos a todos al mismo tiempo. La crême de la crême de Long Pidd. A excepción de Melrose Plant, por supuesto. Jamás asiste a esas reuniones de Lorraine. – Terminó de hacerse el nudo de su corbata de seda gris y suspiró.

– Ceno con el señor Plant – dijo Jury, buscando un lugar donde sentarse, pero todos los muebles parecían demasiado delicados como para sostener su peso -. Tengo entendido que la señora Bicester-Strachan estaba interesada en el señor Plant…

– ¿“Interesada”? Querido, una noche en lo de Matchett casi lo tira al piso. – Trueblood se puso la corbata por dentro del chaleco, se acomodó el saco de corte perfecto y fue a buscar un botellón de cristal tallado, dos copas de jerez en forma de tulipán y un bol de castañas peladas que puso frente a Jury.

– Supongo que ya se habrá enterado de lo de Ruby Judd.

– Sí. La joven que había huido a la luz de la luna. Una lástima.

– No fue exactamente una huida a la luz de la luna. Creo que fue persuadida por alguien. El asesino debió de sugerirle que preparara una valija para que la ausencia fuera más aceptable. De lo contrario, la gente habría empezado a hacerse preguntas.

– Como las que se hacen ahora, supongo. – Trueblood encendió un cigarrito. – Usted quiere saber dónde estaba yo la noche en cuestión.

– Sí. Pero ésa es sólo una de mis preguntas. La otra es: ¿cuál era su relación con Ruby Judd?

Trueblood se sorprendió.

– ¿Mi “relación”? Está bromeando. – Cruzó las piernas enfundadas en impecables pantalones y dejó caer un poco de ceniza en un cenicero de porcelana. – Si los viejos amigos de Scotland Yard me encontraran en las calles de Chelsea con un aro en la oreja me meterían en la cárcel antes de que me pudiera sacar los senos postizos.

Jury se ahogó con el jerez.

– Vamos, señor Trueblood.

– Dígame Marsha, como todos.

Jury no quería entrar en terreno con Trueblood.

– ¿Se acostaba con Ruby Judd o no?

– Sí.

La respuesta directa lo tomó por sorpresa.

– Pero sólo una vez. Bueno, ella era bastante bonita, pero terriblemente aburrida. No tenía la más mínima imaginación. Ahora escúcheme una cosa, querido, no vaya a divulgar esto, ¿eh? – sin sus modales fingidos, sería atractivo para las mujeres, pensó Jury.- Haría pedazos mi reputación. Mi negocio se iría a los caños. Además tengo un amigo en Londres que se moriría del disgusto si supiera que le he sido infiel. Era una tontita. Pero qué más va a hacer uno en un pueblo de mala muerte como éste aparte de oír las discusiones de la señorita Crisp y Agatha. Supongo que la vieja estará en lo de Melrose arruinando la fiesta. ¿Por qué no viene a lo de Lorraine? Se divertiría mucho más. Habrá mucha más gente para acusar.

– Trato de descubrir la persona de este pueblo sobre la cual Ruby sabía lo suficiente como para ser asesinada.

Trueblood pareció intrigado.

– No le entiendo.

– Creo que estaba chantajeando a alguien.