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– ¿Quién más? No tienen otros parientes.

– Entonces Isabel tendría necesidad de convencer a Vivian del accidente. Y eso le daría un motivo para querer ocultar su pasado – concluyó Jury.

– No pensará que una mujer pudo cometer esos asesinatos.

– Usted es tan sentimental, señor Plant.

Jury pidió usar el teléfono y Melrose fue a la sala de estar a reunirse con las damas.

Jury pidió disculpas por interrumpir al agente Pluck en su cena de Navidad, pero dijo que tenía hablar con Wiggins.

– ¿Sí, señor? – dijo la voz.

– Escúcheme, Wiggins, cuando termine de cenar, me gustaría que fuera a la policía de Dartmouth y me investigara una lista de nombres. Quizá tenga que recurrir a Central. – Jury le leyó la lista de los nombres de huéspedes o personal que habían estado en la vieja posada de Matchett dieciséis años atrás.

El pobre Wiggins no estaba demasiado contento.

– Pero me dio veintitrés nombres, inspector. No creo que estén todos vivos siquiera.

– Lo sé. Pero encontrará a alguno. Y quizá sea uno que tenga buena memoria. – Se oyó un ruido sordo y luego otro como si alguien le masticara al lado del oído. Wiggins estaría comiendo apio. Farfulló que se dedicaría a la lista lo antes posible.

Cuando Jury entró en la sala, Agatha estaba contemplando la pulsera nueva que ya había colocado en su muñeca.

– Te habrá salido muy cara, ¿no? – Al parecer, había olvidado su insinuación de que las piedras eran falsas.

– Puedo decirte exactamente cuánto costó, Agatha.

– No seas ordinario, Melrose. Es muy bonita. Aunque no es antigua, como las joyas de Marjorie.

– ¿Quién es Marjorie? – preguntó Jury.

– Mi madre – dijo Melrose -. Tenía una hermosa colección de joyas. – Miró hacia el techo. – Las guardo en la torres, con los cuervos. Se las puedo mostrar por cincuenta peniques, si quiere.

– Deja de hacerte el gracioso, mi querido Plant. No te queda bien.

Vivian se levantó.

– Melrose, la cena ha estado estupenda. Pero me tengo que ir.

– ¡Oh, vamos! ¿Por qué? – preguntó Melrose, también poniéndose de pie -. ¿Por qué no te quedas y ayudas a desmoronar mi coartada?

– ¡Melrose! – Vivian lo miró como si fuera un niño desobediente.

– Pero Agatha necesitará ayuda…

– ¡Melrose, basta! – Vivian parecía verdaderamente molesta.

Jury pensó que se tomaba todo con demasiada seriedad. No quería decir, por supuesto, que los asesinatos no fueran algo serio. Pero era evidente que Plant sólo intentaba hacerles más liviana la carga. Quizás eso mismo fueran los poetas. Y los policías. Pero él apreciaba el humor de Melrose Plant.

– ¿Te vas? – preguntó Agatha a Vivian -.Yo me voy a quedar otro ratito.

– Viniste con Vivian, querida tía. ¿No vas a permitir que se vaya sola?

– Yo diría que Vivian es bastante grandecita como para cuidarse sola – dijo Agatha con suavidad -. El inspector Jury puede llevarla.

Melrose sonrió.

– Yo no sería tan impertinente con el inspector, querida. – Melrose estaba parado frente al hogar de mármol, haciendo aros de humo con el cigarro.

Jury ayudó a Vivian a ponerse el abrigo y Melrose los acompañó a la puerta.

– No es muy justo de su parte irse con Vivian y dejarme a Agatha – le susurró al oído.

– Nunca me caractericé por ser justo, señor Plant – replicó Jury del mismo modo.

– ¿Qué le puedo servir, inspector? ¿Una copa? ¿Café? – ofreció Vivian.

Él se apresuró a hacerle saber que no era una visita social.

– Nada, gracias Quería hacerle algunas preguntas.

Ella suspiró.

– Dispare, inspector. ¿Nunca descansa?

– Es difícil hacerlo con cuatro asesinatos.

– Perdón – dijo ella, frotándose los brazos como si de pronto la casa se hubiera enfriado -. No fue mi intención ser impertinente, pero… – Se sentó en el diván y sacó un atado de cigarrillos.

Jury se sentó en el sillón de enfrente.

– En primer lugar, tengo entendido que está comprometida con Simon Matchett.

La mirada de ella tuvo un destello de conejo atrapado. Jury le encendió el cigarrillo y luego hizo mismo con el suyo, esperando su respuesta.

– Sí. Sí, supongo que así es. – Se puso de pie. – Voy a tomar algo. Me gustaría que me acompañara. ¿Qué prefiere?

Jury miró la brasa diminuta del cigarrillo.

– Whisky.

Mientras ella iba a un aparador galés y sacaba los vasos y la botella, él miró la habitación.

– En cuanto a Simon, todavía no estoy decidida – dijo ella ya de regreso. Le tendió el vaso.

– ¿Quiere decir que no sabe si se casará con él? ¿Por qué no?

Vivian permaneció de pie frente a él, con los ojos perdidos.

– Porque no creo amarlo.

Los muebles en los que Jury no había reparado antes de pronto empezaron a resplandecer como piedras preciosas en la oscuridad. Se aclaró la garganta y dijo:

– Si no lo quiere, ¿por qué va a casarse con él? Discúlpeme la intromisión – agregó con rapidez, bebiendo casi todo el contenido del vaso.

Vivian estudió su vaso y lo hizo girar entre las manos como una bola de cristal. Luego se encogió de hombros, como si las razones la superaran.

– Uno se cansa de vivir sola toda vida. Él parece amarme, a veces.

Jury dejó el vaso con fuerza.

– Es una razón muy estúpida para casarse.

Ella abrió más los ojos, sorprendida.

– ¡Inspector Jury! ¿Qué razones consideraría apropiadas para casarse?

Jury se levantó, fue hacia la ventana y miró la nieve que caía afuera.

– ¡Pasión! ¡Enamoramiento! Deseo, si quiere. ¡Que uno no pueda dejar pasar un segundo sin tocar al otro y no pueda pensar en otra cosa! – Se volvió de la ventana. – ¿Nunca sintió ninguna de esas emociones?

Por un momento ella sólo lo miró.

– No estoy segura. Pero usted parece que sí.

– No se preocupe por mí. ¿Cuánto dinero heredará?

– Un cuarto de millón de libras, si le parece que tiene algo que ver con esta conversación. – La voz de ella se había opacado.

– ¿Alguna vez se le ocurrió que Simon Matchett podría ser un cazafortunas?

– Claro que sí. Pero eso puede pasarme con cualquier hombre.

– Un comentario absurdamente cínico. No todos los hombres son así. Las mujeres como usted suelen atraer la desgracia. Se envuelven en su propia vulnerabilidad como si fuera una capa y luego se asombran si alguien aprovecha la oportunidad.

– Pues ese comentario no es cínico. – La voz de ella volvió al tono normal. – Más bien diría que es poético.

– Dejemos la poesía. ¿Conocía bien a Ruby Judd?

Vivian se llevó la mano a la frente.

– ¡Cielos santos! Hablar con usted es como intentar nadar en un remolino. Me marea.

– ¿Conocía a Ruby?

– Sí, por supuesto. Pero no muy bien. La veía a veces en el vicariato.

– ¿Qué le parecía? – Ella dudó. – No tiene sentido ocultar los verdaderos sentimientos, señorita Rivington.

– Bueno, no era que Ruby me desagradara. Pero siempre estaba escuchando a hurtadillas cuando yo hablaba con el vicario. Era demasiado curiosa. Entraba y salía mil veces. Creo que Ruby era una especie de oportunista, eso es todo. Dicen que anduvo detrás de Marshall Trueblood, aunque no pueda creerlo. Quizá Melrose Plant fue el único que se salvó. – Hizo una pausa. – Usted hablaba recién de cazafortunas. Al menos Melrose no lo es; de eso puedo estar segura – y rió artificialmente.

Jury miró sin ver el resto de líquido en su vaso. Había notado en el tono de ella una sonoridad muy particular.

– Isabel odia a Melrose. Nunca pude descubrir por qué.

La razón era obvia, si Isabel tenía a Simon en mente como candidato para Vivian. Pero otra vez el mismo interrogante: ¿por qué quería Isabel que Matchett controlara el dinero que sin duda recibiría Vivian, cuando podía controlarlo ella misma si su hermanastra no se casaba? A menos, claro, que pudiera controlarlo a través de Matchett. La idea se le había ocurrido mientras hablaba con Plant y le congeló la sangre en las venas.