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– ¿Qué importancia tiene la opinión de su medio hermana? – preguntó.

Ella respondió en forma indirecta.

– ¿Le han dicho algo sobre mi padre? – Él asintió y ella continuó: – Fue culpa mía, ¿sabe? Yo estaba sobre mi caballo y él fue al establo. Estaba muy oscuro, no había luna aquella noche. Él se acercó por atrás del caballo. El caballo retrocedió y lo pateó. – Vivian se estremeció. – Murió instantáneamente.

– Lo siento mucho. – Jury calló un momento. – Eso sucedió en el norte de Escocia, me han dicho.

Ella asintió.

– En Sutherland.

– ¿Estaban los tres solos? ¿Usted, su padre e Isabel?

– Y una vieja cocinera que ya murió. – Vivian miraba fijamente el líquido en su vaso como si viera los restos del pasado reflejados en un estanque.

– ¿Cómo se llevaba su hermana, quiero decir, su medio hermana con su padre?

– No muy bien. A decir verdad, creo que siempre le ha disgustado que no le hubiera dejado algo directamente en el testamento.

– ¿Pero por qué su padre iba a dejarle dinero a una hijastra que había tenido por sólo tres o cuatro años?

– Eso es cierto. – Vivian tomó otro cigarrillo. El primero se había convertido en una serpiente de ceniza en el cenicero de porcelana. Agitó la mano para apagar el fósforo, como apartando los fantasmas del pasado.

– Usted quería mucho a su padre, ¿no? – Ella asintió. A él le pareció que estaba a punto de llorar. – Según Isabel, usted se enojó con él, salió corriendo de la casa hacia el establo y saltó sobre su caballo. ¿Tiene algún recuerdo claro de eso?

Ella pareció intrigada.

– ¿Un recuerdo? Bueno, sí. Quiero decir, no con exactitud.

– Lo recuerda porque se lo contaron, ¿no? Pero…

Una voz sonó a sus espaldas.

– ¿Emborrachándose juntos?

Los dos miraron hacia atrás sorprendidos. No habían oído entrar a Isabel. Estaba parada en la puerta, con aire misterioso y bellísima, aunque quizá con ropa demasiado lujosa para Jury. Tenía un traje sastre de terciopelo verde, collar de cuentas de ámbar y el saco de visón plateado al hombro.

– ¿Cómo está usted, inspector en jefe Jury?

Jury se puso de pie e hizo una pequeña inclinación.

– Muy bien, muchas gracias, señorita Rivington.

Ella entró, tiró el saco sobre una silla se dirigió al armario galés.

– ¿Les importa si los acompaño?

– Por supuesto que no – dijo Vivian sin entusiasmo. Su deuda moral con Isabel Rivington parecía angustiarla un poco.

Isabel se sirvió una gran medida de whisky, le agregó soda y se acercó a Vivian, pasándole el brazo por los hombros. El gesto le pareció a Jury posesivo, absorbente, más que afectuoso. Luego se dejó caer en el diván, acomodando los almohadones a su alrededor.

– Qué caras tan largas. ¿Melrose no les dio bien de comer? Tendrían que haber ido a lo de Lorraine. Qué comilona.

– Fue una cena estupenda – dijo Vivian con algo de acritud. Jury se alegró de ver algo de temperamento en ella.

– Simon no estaba muy contento con tu ausencia – agregó Isabel, como al pasar.

Vivian no respondió.

– Por desgracia, el reverendo Denzil Smith también estaba allí, así que pasamos casi toda la noche oyendo historias sobre cuevas de contrabandistas en posadas en la costa del mar e historias de los nombres de las posadas. Estos asesinatos lo han puesto en actividad. El resto del tiempo hablamos de Ruby. Es espantoso. El vicario dice que registraron la casa buscando una especie de pulsera. Y el diario de la chica.

Jury miró el reloj.

– Gracias por el trago. Tengo que irme.

Vivian lo acompañó hasta la puerta, y cuando él se dirigió hacia el Morris, lo llamó.

– ¡Espere! – Entró corriendo en la casa y volvió con un librito que le tendió. – No sé si le gusta la poesía, pero me pareció que alguien que sabe una cita de Virgilio quizá…

Jury miró el libro No alcanzaba a leer el título en la oscuridad.

– Me gusta la poesía, sí. ¿Es suyo?

Ella desvió los ojos, claramente avergonzada.

– Sí. Es mío. Fue publicado hace tres o cuatro años. No se vendió como pan caliente, se imaginará. – Como él no respondió ella agregó: – Claro que no tendrá mucho tiempo, supongo, para leer otra cosa que informes policiales. Pero no son muchos poemas. No escribo mucho. Quiero decir, me resulta difícil escribir incluso uno solo.

Mientras la voz de ella se perdía, Jury dijo:

– Me haré de tiempo para leerlo.

Pasó la noche en la cama, leyendo los poemas de Vivian. No eran por cierto la obra de una joven débil que se dejara dominar o que permitiría que la disuadieran de casarse con el hombre amado.

De pronto se le ocurrió algo: quizá fuera Melrose Plant quien no quería casarse con Vivian Rivington.

El libro de poemas se le cayó de las manos. Se quedó dormido pensando cómo podía existir alguien que no quisiera casarse con Vivian Rivington.

CAPÍTULO 15

Sábado 26 de diciembre

Durante el desayuno, el sargento Wiggins le dijo a Jury que había llamado a Scotland Yard luego de hablar con él el día anterior y que le habían proporcionado la dirección de dos ex sirvientes de la vieja posada de Matchett.

– Daisy Trump y Will Smollet, señor. Parecen ser los únicos miembros del personal aún vivos. Todavía no ubicamos a ninguno de los huéspedes. Puedo llamar a estos Trump y Smollet y combinar para que usted vaya a verlos, señor.

– Perfecto – dijo Jury, sirviéndose más tocino -. Trump y Rose Smollet fueron los que tuvieron relación con el hallazgo del cuerpo de la señora Matchett.

– Además, aquí tengo algunas anotaciones sobre el señor Rivington. – Wiggins le alcanzó una hoja a Jury.

Jury leyó la página mecanografiada y descubrió que los hechos desnudos no diferían de lo que Isabel y Vivian le habían contado. Pero daban la hora exacta del accidente, y eso era lo que Jury tanto buscaba.

– Muchísimas gracias, sargento. Ha hechos un trabajo estupendo; lamento mucho haberle estropeado la cena de Navidad.

Wiggins prefería un reconocimiento de parte de Jury que cualquier cena de Navidad. Sonrió, pero fue interrumpida por un acceso de tos. Se disculpó y subió en busca de nuevas píldoras.

– Dígale a Daphne Murch que querría verla, por favor.

Daphne apareció diez minutos después con la cafetera en la mano.

– ¿Quiere más café, señor?

– Quería hablar contigo un minuto, Daphne. Siéntate. – Ella no vaciló, acostumbrada ya a su posición privilegiada como testigo principal y amiga de Ruby Judd. – Daphne, hay dos objetos que pertenecían a Ruby, que no han aparecido, y a mí me parece que tendrían que estar en algún lado: la pulsera y su diario. Escúchame, tú me dijiste que nunca se quitaba la pulsera, ¿es cierto?

– Eso es lo que ella decía, y era cierto. Nunca la vi sin ella.

– No la tenía encima cuando la encontramos.

– Bueno, eso es muy raro. Especialmente si iba a algún lado. Quiero decir, se la pudo haber sacado para limpiar o lavar, pero seguro se la habrá puesto si salía a pasear, ¿no? Quizá se le rompió el cierre, o algo. Recuerdo que no hace mucho…- Daphne se interrumpió y bajó la cara.

– ¿Sí?

Ella tosió nerviosamente.

– No sería nada, supongo. Estábamos en su cuarto en el vicariato. Nos visitábamos. A veces yo iba a verla, a veces ella venía aquí. Bueno, estábamos bromeando, jugando a la guerra con las almohadas, y nos pegábamos fuerte, tanto que Ruby se cayó de la cama. Casi nos morimos de risa. Yo me estiré para agarrarla, ella seguía debajo de la cama, ¿entiende?, y ella me agarró de la muñeca tan fuerte que se me salió la pulsera. El cierre no es muy seguro. Mientras yo me reía y trataba de recuperarla, ella salió de debajo de la cama y dijo: “Qué raro”. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Qué raro. Parecía que hubiera visto un fantasma. O como si se hubiera llevado una impresión muy fea. Se quedó ahí sentada con mi pulsera como si se hubiera vuelto loca. Después miró su pulsera y dijo “Creí que la había encontrado”, como si estuviera hablando consigo misma. Le dije que dejara de hacerse la tonta. Entonces se levantó, pero se sentó en la cama y siguió sacudiendo la cabeza. Poco después de eso fue que empezó ese asunto de que sabía algo y de que tenía a alguien en el puño.