Melrose bostezó.
– ¿Por qué no vienes con nosotros a Torquay? Hemos planeado un precioso fin de semana, contigo seríamos cuatro.
Cuando Agatha golpeó con el bastón sobre la mesa, la señora Withersby se levantó de un salto, murmuró algo y se fue.
– ¡Scroggs! – gritó Agatha, sentándose en la silla de la señora Withersby -, tráeme un poco de ese jerez sedante. – Pero la señora Withersby estuvo de regreso enseguida.
– ¡Si está abajo esta noche, si se cae del árbol, entonces el encantamiento se romperá y el daño triunfará! – Y golpeó el vaso vacío sobre la mesa, haciendo saltar a Agatha.
– ¿Por qué está rezongando, buena mujer?
– Ya nos lo explicó – dijo Trueblood -.Lo del zorrillo. Estamos esperando a que se caiga del árbol para poder dormir en nuestras camas otra vez.
– Señor Trueblood – dijo Agatha con burlona dulzura -, tiene diez personas en su negocio esperando. ¿No sería mejor que se fuera?
Trueblood bebió el resto de su vaso y se puso de pie con pereza.
– Nunca en toda mi vida hubo diez personas en mi negocio. Pero me doy cuenta de que no se aprecia mi compañía. – Y se fue.
– Muy bien, te las arreglaste para limpiar la mesa, Agatha. ¿Qué diablos pasa?
Ella dijo, triunfaclass="underline"
– ¡Encontramos la pulsera de Ruby Judd!
– ¿Qué? ¿Qué quieres decir con “encontramos”?
– Yo. Yo y Denzil Smith. – Mencionó el nombre del reverendo tan al pasar que Melrose sospechó quién había sido en realidad el que había encontrado la pulsera.
– Si ya habían registrado e vicariato de arriba abajo. ¿Dónde estaba?
Agatha se demoró en responder.
– No sé si debo decirlo. – musitó al fin, como al pasar -. Estaba allí mismo.
– Entiendo, querida tía, no lo sabes. La encontró el vicario, entonces. ¿Se la dio al inspector Jury?
– Lo haría, sin duda – dijo Agatha con suavidad -, si pudiera encontrarlo al inspector Jury. Siempre anda paseando por cualquier lado cuando uno lo necesita.
– ¿Se lo dijiste a alguien más? – Melrose se sentía incómodo con un descubrimiento así flotando por todo el pueblo.
– ¿Yo? ¡Yo no! Yo soy reservada. Pero tú sabes o chismoso que es Denzil Smith. Acabo de venir de lo de Lorraine y ya lo sabían. – Lo dijo con algo de irritación: era obvio que le habría gustado darles la noticia ella misma.
Melrose suspiró.
– El inspector Jury será el último en enterarse.
– Si se quedara en el pueblo dos minutos seguidos, podría ser el primero. Estuve en la central de policía. No le pude sacar ni una palabra al agente Pluck. Me pasé toda la mañana haciendo lo que tendría que hacer Jury.
Melrose tenía sus dudas, pero no pudo resistirse a preguntar:
– ¿Qué estuviste haciendo?
– Interrogando sistemáticamente a los sospechosos de esta lista. – Sacó un pedazo de papel del bolsillo, arrugado como una hoja de lechuga, y se lo tendió a Melrose. Luego volvió a gritarle a Dick Scroggs que le trajera el jerez y no demorara tanto.
Melrose se acomodó los anteojos e inspeccionó la lista. Había s títulos: Sospechosos y Motivos.
– ¿Qué quiere decir todas esas veces que escribiste Celos debajo de Motivos? ¿De quién iba a estar celosa Vivian Rivington? ¿Tachaste el nombre de Lorraine?
– Es obvio que ella no lo hizo. ¡Ah, el jerez! – Dick esperó a su lado que le pagara, hasta que Melrose le dio unas monedas.
– A propósito, esta noche cenaremos todos en la posada de Simon Matchett
Melrose tenía el vaso en una mano y la lista en la otra.
– ¿Quiénes son “todos”?
– Los Bicester-Strachan, Darrington y esa mujer pecaminosa con la que anda. Y la luz de tu vida: Vivian. – Agregó solapadamente: – Simon estaba en la casa de ella cuando fui esta tarde.
Melrose lo dejó pasar.
– ¿Cómo sabes que Lorraine no tuvo nada que ver en estos asesinatos?
– Por una cuestión de linaje, mi querido Plant. Linaje.
– Eso explicaría que su caballo no los hubiera cometido, pero no exceptúa a Lorraine.
Más adelante en la lista, vio su nombre sepultado entre los otros, en letras pequeñas, apretado entre el de Sheila y el de Darrington, como si lo hubiera agregado a último momento. Debajo de Motivo había un signo de interrogación.
– ¿No se te ocurre ningún motivo para mí, tía?
Ella gruñó.
– No te había anotado al principio. Es por esa condenada coartada que inventaste con Jury.
– Pero he notado que tu nombre no está en la lista.
– Claro, tonto, yo no lo hice.
– Debajo del nombre de Trueblood escribiste Drogas. ¿Drogas? ¿Qué tiene que ver con eso?
Ella sonrió con afectación.
– Mi querido Plant, Trueblood está en el negocio de las antigüedades, ¿no?
– Eso no es ninguna novedad.
– Con todas esas cosas que le mandan desde el exterior, probablemente del Pakistán y Arabia incluso, ¿dónde esconderías tú la droga que quisieras introducir de contrabando en el país?
– No tengo la menor idea. ¿En la oreja?
– Estos hombres que asesinaron eran “enlaces”. Pudo haber sido una guerra de pandillas.
– Pero Creed era policía jubilado. – A pesar de sí mismo, no podía evitar razonar con ella.
– ¡Exacto, mi querido Plant! Los perseguía, ¿no te das cuenta? El círculo de la droga. Trueblood tuvo que… – Se pasó el dedo por la garganta.
– ¿Y Ruby Judd?
– Un intermediario.
– ¿Entre quiénes?
– Siempre hay intermediarios.
Melrose abandonó.
– Escúchame, hay que informar a Jury sobre esa pulsera.
Agatha se bebió todo el sedante jerez.
– Quizá la Interpol pueda localizarlo. – Sonrió vilmente.
Jury estaba sentado en el bar de Matchett esperando a Melrose Plant. Esa mañana habían arreglado encontrarse allí por la noche. Jury miró el reloj: las ocho y media pasadas.
Jury bostezó. Al mirarse en el largo espejo del bar se vio la cara distorsionada por el cristal de color bronce tallado con un elaborado diseño de campanillas y enredaderas. No, probablemente no fuera el espejo sino que tenía tan mal aspecto. Se sentía muy cansado; había estado repasando la evidencia con el inspector Pratt durante toda la tarde.
Además, sentía pena de sí mismo, observando la proximidad de Vivian Rivington y Simon Matchett en una mesa del rincón. Cerca de ellos estaban Sheila Hogg y Oliver Darrington. Cuando él entró habían estado inmersos en un coloquio poco amistoso pero en ese momento les dedicaban grandes sonrisas a Lorraine Bicester-Strachan y a Isabel Rivington. Jury había visto a Willie Bicester-Strachan recorriendo los demás salones, buscando al vicario. Hacía unos momentos le había preguntado a Jury si no había visto a Smith.
Jury oyó su nombre, levantó la cabeza y por el espejo vio a Melrose Plant parado detrás de él.
– Acabo, acabamos, de llegar. Perdóneme por demorar tanto, pero mi querida tía me ha estado hablando hasta por los codos durante la última hora. Ahora está en el vestíbulo haciendo lo mismo con Bicester-Strachan. – Plant se sentó junto a Jury. – ¿Vio al reverendo Smith?
– No, pero tiene que venir.
Plant pareció preocupado.
– Escuche, según Agatha…
– Agatha puede hablar por ella misma, muchísimas gracias – dijo Lady Ardry entrometiéndose y empujando a Jury -. Un gin con bitter, por favor, Melrose.
Melrose pidió las bebidas, y dijo:
– Aunque le parezca mentira, creo que tendría que escuchar lo que mi tía tiene que decirle.
Jury notó que la hermosa pulsera de rubíes y esmeraldas de Lady Ardry rodeaba un hermoso guante de cuero. Ella lo miraba como la Reina miraría a una desaliñada ayudante de cocina.