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– ¿Cree que Ruby la puso ahí? – preguntó Melrose -. ¿Antes de desaparecer?

– Sí. Fue muy inteligente, en realidad. Creo que era una especie de seguro. Ella sabía que la pulsera era importante, y sabía que tarde o temprano la descubrirían, si ella no regresaba a buscarla. Empiezo a creer que tenía cabeza.

– Eso – dijo Lady Ardry – lo dudo.

Cuando regresaron a la posada quince minutos después, Jury se encontró con que Pluck había logrado llegar y retener a los otros y que nadie estaba demasiado contento con eso. Vio en el mostrador a Trueblood, Simon Matchett, los Bicester-Strachan y Vivian Rivington. Isabel estaba sentada sola con una copa de licor almibarado. Sheila Hogg, según Pluck, se había ido antes de la llegada de él, al parecer en un arranque de celos por el coqueteo entre Darrington y la señora Bicester-Strachan.

Jury le pidió a Daphne Murch que le alcanzara un paquete de cigarrillos y leyó las declaraciones tomadas por Pluck. Ni uno de ellos tenía una coartada para las horas anteriores a sus respectivas llegadas a la posada. Le pareció recordar que Plant había dicho que Lady Ardry estuvo con él durante ese lapso; en ese caso, ella quedaría libre de sospechas. Pero Jury se deleitaría en no decirle nada por el momento. En cuanto a los otros, cualquiera de ellos pudo haber salido de la posada casi en cualquier momento sin atraer a atención de nadie. El vicariato quedaba a escasos metros de distancia, y los autos no cesaban de entrar en el patio y volver a salir. Jury se enteró por las notas de Pluck que Darrington había llevado a Lorraine a su casa a buscar la chequera. Lindo cuento. Aparentemente Sheila Hogg había pensado lo mismo. Jury recordó que en determinado momento Matchett se había retirado del bar. Y también Isabel. Quizá hubiera ido al baño.

Cuando los miró uno por uno notó que todos lo miraban o jugueteaban con objetos a su alcance. Pidió a Wiggins que fuera a buscar a Sheila Hogg y le tomara declaración; él se quedaría y seguiría con las notas del agente Pluck.

Simon Matchett quebró la tensión diciendo:

– Tengo la sensación de dejà vu con todo esto. Es como si estuviéramos en la noche en que Small… – Pero se le quebró la voz en las últimas palabras.

– Cuánta razón tiene, señor Matchett. ¿Podría ver a cada uno de ustedes por separado? Agente Pluck, creo que el mejor lugar será la habitación pequeña en el frente.

– Señor Bicester-Strachan, comprendo que esto es muy doloroso para usted. Sé que era muy buen amigo del vicario. – Bicester-Strachan tenía la cabeza inclinada hacia adelante y los ojos cerrados. Sacó un pañuelo y volvió a guardarlo. – Iba a encontrarse aquí con el señor Smith, ¿no?

Bicester-Strachan asintió.

– Sí. Íbamos a jugar a las damas después de cenar. Es decir, él no iba a cenar aquí, pero después de preparar el sermón para mañana…- Se le quebró la voz.

– ¿Cuándo se vieron para acordar esto?

– Esta tarde. A eso de las dos – La mirada del anciano vagó por la sala, como tratando de fijarse en algo para apartar el pensamiento de la muerte del vicario.

– Usted salió a caminar. ¿Se alejó de los límites del estacionamiento?

– ¿Qué? Oh, no. Caminé un rato por el estacionamiento. Se enrarece tanto el aire con el humo de los cigarrillos… Además, estaba preocupado por Denzil. – El anciano estaba aturdido. – Siempre es tan puntual. – Bicester-Strachan se volvió hacia la puerta como si esperara que el vicario pudiera entrar en cualquier momento.

– ¿Reconoce esto, señor Bicester-Strachan? – Jury colocó la pulsera de Ruby Judd sobre la mesa plegable. Bicester-Strachan negó con la cabeza con expresión ofendida, como si considerara una frivolidad que Jury cambiara de tema.

– Pero sabía que el señor Smith la había encontrado esta mañana.

Bicester-Strachan frunció las cejas.

– No sé de qué me habla.

– ¿No le informó el vicario que había encontrado una pulsera perteneciente a Ruby Judd?

– ¿Ruby? La pobre chica que… sí, supongo que sí. Pero no le di mucha importancia.

Jury le agradeció y le dijo que podía irse. Se dijo que ese hombre parecía haber envejecido diez años en el curso de dos horas.

– Señor Darrington, usted llevó a la señora Bicester-Strachan a su casa para que buscara su chequera, ¿no es así?

– Sí. – Oliver no lo miró a los ojos.

– ¿Para qué la necesitaba?

– ¿Qué se yo?

– Me imagino que el señor Bicester-Strachan tendría dinero suficiente para pagar la cena. De lo contrario Matchett lo pondría a su cuenta.

– Inspector, no sé para qué quería Lorraine su chequera.

– ¿Reconoce esa pulsera, señor Darrington?

– Me parece conocida.

Muy torpe para mentir, pensó Jury. Darrington no podía apartar los ojos de la pulsera.

– La vio antes.

Oliver encendió un cigarrillo, se encogió de hombros y dijo:

– Puede ser.

– ¿En la muñeca de Ruby Judd?

– Es posible.

– Según su declaración, usted dejó a la señora Bicester-Strachan en su casa y luego fue a la suya. ¿Para qué?

– ¿Para qué? Necesitaba dinero, eso es todo.

– Todo el mundo parece corto de finanzas esta noche. ¿Está muy seguro de que no fue a su casa con la señora Bicester-Strachan?

– Escuche, inspector. Estoy cansado de sus insinuaciones…

– ¿No la llevó a su casa después de buscar la chequera?

– ¡No!

– Ya veo. Bueno, es una lástima, en cierto sentido. Quiero decir, si ella hubiera ido con usted, los dos habrían tenido una coartada, ¿no?

Lorraine Bicester-Strachan puso la silla lo más cerca posible de Jury y cruzó las piernas enfundadas en medias de seda. Como la pollera larga de tweed estaba abotonada sólo desde la cintura hasta encima de la rodilla, dejó al descubierto buena parte de sus piernas.

– No, nunca la había visto – dijo, refiriéndose a la pulsera -. ¿Se supone que es mía y la hallaron en la escena del crimen?

A Jury siempre lo asombraba la insensibilidad de alguna gente.

– Su esposo está terriblemente perturbado por la muerte del vicario. Eran amigos íntimos. – Ella tiró la ceniza del cigarrillo en el hogar como única respuesta ante ese comentario. – Claro que puede ser que la amistad y la lealtad no signifiquen mucho para usted.

– ¿Qué quiere decir?

– Me refiero a esa información que supuestamente su esposo dejó deslizar hace tiempo ante quien no debía… Esa persona era usted. O al menos usted pasó esa información a alguien que no usaba precisamente las insignias de la nación.

Ella parecía una escultura en hielo.

– Su… amante, ¿no? Amigo también de su esposo. Y, para salvar su reputación, el señor Bicester-Strachan permitió que se arruinara la de él. Y continúa haciéndolo. Eso es lealtad. Algunos lo llaman amor.

Lorraine se inclinó hacia él de pronto y quiso golpearlo. Pero Jury atrapó su mano en el aire, y luego la echó hacia atrás con escasa suavidad.

– Volvamos al asunto que nos ocupa. ¿Estaba aburrida esta noche, señora Bicester-Strachan? ¿Es por eso que invitó a su casa al señor Darrington?

Además de estar furiosa Lorraine estaba confundida. No había manera de leer en la expresión de Jury si Oliver le había dicho algo o no.

– ¿Bueno? – dijo Jury, divertido por las alternativas del dilema en el que Darrington y Lorraine se veían atrapados.

– Oliver mintió si le dijo que fui con él. – Ella hizo girar su reloj de diamantes en su muñeca.

Jury sonrió.

– Yo no dije que él había dicho nada, señora Bicester-Strachan. Sólo lo supuse.

Quería burlarse de la vanidad de ella, de la sonrisa pedante que jamás se le borraba de la cara. Cuando ella salió del cuarto moviendo apenas las caderas, se le ocurrió que la visión de Darrington y Lorraine haciendo el amor en algún rincón oscuro sería algo insoportablemente aburrido.