Jury así lo hizo, modulando las palabras.
– ¡God encompasseth us! [3] ¡Matchett! Ésas eran dos de sus posadas. Pero ¿cuál es la tercera? No hay ninguna posada que se llame Hirondelle.
– Claro que no. Es una palabra derivada, como las otras. ¡Santo Dios, con razón el vicario pensó que usted podría desentrañar el mensaje! Había estado sugiriéndonos los nombres de las posadas. Tenía razón, lo subestimamos. Qué brillante.
Y qué valiente. ¿Cuántos tendrían la misma presencia de ánimo?
– ¿Cómo se llamaba la tercera posada de Matchett?
Jury buscó entre sus papeles el legajo del caso Matchett.
– … Devon, Devon, acá está. Caramba.
– ¿Cuál es el nombre?
– The Iron Devil. [4]
Daisy Trump tenía poco más de cincuenta años y era una personita redonda como una pelota. Dijo que no podía imaginarse qué precisaba Scotland Yard de ella, pero que todo eso era como unas vacaciones con los gastos pagos por el gobierno.
– ¿Cuánto hace que vive en Yorkshire, señorita Trump?
– Hace diez años, más o menos. Fui a ocuparme de mi hermano cuando murió mi cuñada, que en paz descanse.
Jury la interrumpió antes de que se internara en los vericuetos de su biografía.
– ¿Fue mucama en una posada en Devon dirigida por el señor Matchett y señora, hace unos dieciséis años, señorita Trump?
– Así es. Fue donde cometieron ese crimen espantoso. ¿Es por eso que me quería ver? Nunca averiguaron quién lo había hecho, quién entró en su escritorio esa noche y se alzó con el dinero.
– Recuerda a los Smollet, ¿no? Ella era la cocinera, pero no estoy seguro de lo que hacía él.
– Casi nada. Era un vago. Rose Smollet era mi mejor amiga. Murió ya, pobrecita. – Un pañuelo apareció de entre la manga del vestido. – Querida Rose. La sal de la tierra. El marido hacía changas de vez en cuando. Él y ese mariposón, Ansy.
Jury sonrió.
– ¿Quién?
– Un amanerado. Él y Smollet eran como carne y uña.
Jury no recordaba haberlo visto registrado en el informe.
– ¿Cómo era su nombre?
Daisy Trump se encogió de hombros.
– Andrew, supongo. No me acuerdo. Nosotros le decíamos “Ansy”. Sí, sería Andrew.
– Hemos tratado de localizar al señor Smollet para ver si recordaba algo. ¿Usted se ha mantenido en contacto con él?
– No, ya no, después de la muerte de Rosie, no. Fui al entierro. Vivían en las afueras de Londres, en Crystal Palace creo. – Preguntó si podía tomar otra taza de té.
Jury llamó a la camarera.
– ¿Le parece que podría recordar los sucesos de aquella noche? – preguntó -. Sé que hace mucho tiempo, pero…
– ¿Recordar? Ojalá pudiera olvidar. Además, hasta sospecharon de mí. Querían saber si le había envenenado la cocoa a esa pobre mujer. Muy bien, yo se lo dije. La señora Matchett siempre tomaba pastillas para dormir de noche. Esa noche habría tomado más que de costumbre. Yo era la que llevaba la bandeja a la oficina de la señora todas las noches. Y después Rosie o yo, una de las dos, iba a retirarla. Esa noche fue Rose, pobrecita. Imagínese la impresión que se llevó al ver a la señora encima del escritorio, muerta. Al principio pensó que se había quedado dormida. Pero en seguida notó que el cuarto estaba todo revuelto. Faltaba todo el dinero. Aunque yo aún digo que era muy poco para que mataran a alguien. Cien libras.
Jury interrumpió.
– Parte de la posada había sido transformada en un teatro, ¿no? ¿La habitación que usaba la señora Matchett quedaba al final del estrecho vestíbulo que daba al escenario?
– Así es, señor. Creo que ella siempre quería saber qué estaba haciendo el señor Matchett. No sé cómo hizo él para escapar a su vigilancia y mezclarse con esa chica.
– Harriet Gethvyn-Owen.
– Ajá Así se llamaba. Un nombre extravagante para un artículo extravagante – comentó ella. Jury sonrió -. Mucho más joven que él. Pero él también era más joven que la mujer. No entiendo por qué se casó con ella. Buscaría un buen pasar.
Jury sacó la pulsera de dijes del bolsillo, envuelta en el pañuelo.
– ¿Alguna vez vio esto, señorita Trump?
Ella tomó a pulsera, la estudió detenidamente y miró impresionada a Jury.
– ¿De dónde la sacó, señor? Esta pulsera era de la señora. Me juego la vida. La razón por la que estoy tan segura es que cada uno de estos dijes tiene un significado especial, aunque yo no sé qué representa cada uno. Por ejemplo, este zorro; a ella le gustaba cazar con perros. O este cubo con dinero. Ella había hecho una especie de apuesta con el señor Matchett, me acuerdo bien… – Daisy miraba la pulsera maravillada.
– Representaban una obra aquella noche, ¿no? ¿Otelo? El señor Matchett encarnaba el papel principal y la chica, Harriet Gethvyn-Owen, actuaba también. ¿Hacía de Desdémona?
– No recuerdo qué obra era. Algo mórbido. Pero yo no sé mucho de esas cosas. La señora Matchett preguntó si era yo, y dijo que por favor pusiera la bandeja adentro, sobre la mesita junto a la silla, así que entré.
– ¿Dónde estaba la señora Matchett?
– Sentada ante su gran escritorio. Me dio las gracias y me fui.
– ¿Cree que podría cerrar los ojos y visualizar la habitación, señorita Trump? ¿Y describirme exactamente lo que sucedió, tal como lo ve en su mente?
Obediente, Daisy cerró los ojos como si Jury fuera a hipnotizarla.
– Ella me dice, por la puerta abierta: “Daisy, por favor deje la bandeja en la mesita al lado de la silla”, Entonces yo entro, dejo la bandeja y ella me dice, por encima del hombro: “Gracias”. Y yo le pregunto: “¿Alguna otra cosa, señora?”. Ella me dice: “No, gracias”. Y sigue con sus libros. Ella llevaba todas las cuentas. Una mujer muy inteligente, la señora. Pero fría. No como el señor Matchett, nada parecida. Él era tan amable siempre. Tenía mucho éxito con las damas. No me extraña; era muy apuesto. Eso es lo que le molestaba tanto a ella. Yo sé que tenía esa oficina ahí para estar cerca y que él supiera que ella estaba siempre allí. Lo tenía cortito, créame. Muy celosa. Yo nunca había visto a una mujer tan celosa.
– ¿Quién cree usted que mató a la señora Matchett? – preguntó Jury.
– Un ladrón, por supuesto – respondió con presteza -. Lo que dijo al fin la policía. Entró por la ventana y se alzó con todo. – Bajó la voz. – Le voy a decir la verdad, yo llegué a sospechar de Smollet y del mariposón de Ansy. No me hubiera extrañado que fuera alguno de los dos. Aunque nunc dije ni una palabra, ni loca, por Rose, ¿se da cuenta?
– Pero parece que todos los que estaban en la casa esa noche fueron absueltos, señorita Trump, incluyendo a los empleados.
Ella frunció la nariz, aún no convencida.
– ¿Usted no sospechó del esposo, Matchett?
Ella respondió con admirable franqueza.
– Por supuesto. Rosie y yo los oíamos discutir todos los días, en la habitación que quedaba justo encima de la cocina. Siempre lo mismo. Él quería el divorcio. Ella gritaba como una loca cuando se enojaba. Era el carácter de la señora. Lo que le pertenecía, le pertenecía, aunque no fuera justo. Recuerdo que Rosie y yo pensamos en seguida que la mataron: “Bueno, el señor no aguantó más y se decidió”. Pero después la policía dijo que ni él ni la novia podrían haberla matado. ¿Cómo es que le dicen en francés?
– Crime passionnel – dijo Jury sonriendo.
– Qué palabra preciosa, ¿no? Tenía algo que ver con la hora. La habían matado entre el momento en que yo le llevé la cocoa y el momento en que Rose fue a retirar la bandeja, y se encontró con el cuerpo de la pobre mujer. Lo calcularon al minuto. Ni el señor Matchett ni su novia pudieron haberlo hecho porque los dos estaban actuando en la obra durante todo ese tiempo. Pobre Rosie, estaba desesperada…