Algo dio una vuelta en la mente de Jury, como la imagen de un libro leído mucho antes. Devon. Dartmouth quedaba en Devon. ¿Cómo pudo ser tan ciego? Rose. Rosie. La señora Rosamund Smollet. Will Smollet. “Iba a ver a la tía Rose y a tío Will”. Las palabras de la señora Judd volvieron a sonar en sus oídos. Will Smollet. William Small. No se precisaba demasiada imaginación para elegir un nombre falso así.
Sacó las fotografías de Small y Ainsley del legajo y se las alcanzó.
– Señorita Trump, ¿reconoce a estos hombres?
Ella tomó la de Small y la estudió detenidamente.
– ¡Por supuesto que sí! Es la viva imagen… Sí, es Will. Lo único es que antes tenía bigote. – Miró la otra foto. – ¡Por todos los santos del cielo, si es el mismísimo Ansy! Pero éste no tenía bigotes antes.
– No se llamaba Andrew – dijo Jury -. El nombre era Ainsley. “Ansy” era por Ainsley.
– Ainsley. Ainsley. ¡Claro! Siempre nos reíamos de él porque no pronunciaba las haches. Su nombre era Hainsley, Rufus Hainsley. “¿No sabes ni pronunciar bien tu propio nombre?” le decíamos.
Como Smollett, que se había cambiado el nombre a Small.
– Pero, ¿dónde consiguió estas fotos, señor?
Jury no respondió.
– ¿Los Smollett tenían una sobrina que a veces se quedaba con ellos?
– ¡Pero claro que sí! – Daisy elevó las manos al cielo en una parodia de horror -. Ruby. La señorita más curiosa que he conocido. Pero qué le va a hacer, con una madre y un padre que la echaban cuando les daba la gana, ¿qué se puede esperar de la pobrecita?
Jury le mostró la pulsera.
– ¿Pudo haber robado esto, entonces?
– ¿Eso? No lo creo, señor. La señora Matchett no se la sacaba nunca, le tenía mucho cariño. Como otras mujeres con los anillos de compromiso. No, Ruby no la habría tocado. A menos que fuera sobre el cadáver de la señora.
Daisy Trump se fue. Jury le dijo que sería elegantemente transportada de regreso a Yorkshire por la policía del condado. El inspector estaba sentado a la mesa, con el café frío a un costado y el diagrama de la oficina que ocupara Celia Matchett la noche fatal en la posada Goat and Compasses. Matchett tenía que haber matado a su mujer; era el único motivo que justificaba sus crímenes de la actualidad. La escena en la oficina había sido preparada para un público unipersonaclass="underline" Daisy Trump, la única testigo de que Celia Matchett todavía vivía en ese momento. Pero Jury se jugaba la placa a que no estaba viva. La mujer sentada al escritorio no era Celia Matchett, sino un doble. La única doble posible era la amante de Matchett, Harriet Gethvyn-Owen. La gente ve lo que está acostumbrado a ver, y Daisy Trump esperaba ver a Celia. De espaldas, con la ropa apropiada, una peluca, quizás, y la habitación en sombras.
Pero todavía quedaba el problema, al parece insoluble, de la coartada. Jury volvió a leer el informe de la policía. Se suponía que tanto Matchett como Gethvyn-Owen estaban en el escenario cuando asesinaron a Celia Matchett. Había una cantidad de testigos: el público. Jury reflexionó sobre el papel de Otelo. Exigía un maquillaje muy elaborado. Pero si alguien más, otro actor, había tomado el lugar de Matchett para la representación de esa noche, implicaría otro cómplice, y era menos probable. ¿O no? ¿Podía alguno de esos tres hombres, Ainsley, Creed, Small, haber tenido algo que ver? No de ese modo, seguramente. Ninguno de ellos era lo suficientemente grande y no parecían capaces de caminar arriba de un escenario. Además, si sólo se trataba de que alguien ocupara su lugar en el escenario, ¿para qué sería necesario que su amante imitara a Celia en la oficina?
Jury abandonó sus especulaciones, por completo frustrado. Se puso de pie y miró por la ventana. Melrose Plant, parado junto al Morris, charlaba con el agente Pluck, quien debía haber regresado a la estación hacía ya más de media hora. Jury gritó por la ventana.
– Agente Pluck, ¿tendría mucho inconveniente en cumplir mis órdenes?
– Ya lo hice, señor. Fui a Long Pidd y volví. Creí que necesitaría el Morris.
– Ajá. Está bien, gracias. Señor Plant, ¿podría subir un momento, por favor? Quiero charlar algo con usted.
Plant se apartó del auto y entró.
Jury pidió más café.
– Quiero que piense en esto – dijo -. Estoy seguro de que Matchett mató a su mujer en esa posada en Devon. Pero la cuestión es: ¿cómo lo hizo?
Jury repasó todos los hechos del caso.
– La dificultad – concluyó -, es, por supuesto, la coartada. Ninguno de los dos pudo, según las apariencias, haber estado cerca de Celia a la hora del crimen.
– ¿Pero no es eso muy común, inspector? Alguien mata a otra persona y después la esconde en cualquier lugar y hace que un tercero tome el lugar del muerto durante el período crucial para poder tener una coartada.
Jury negó con la cabeza.
– Está bien. Pero no es el caso. Celia Matchett estaba viva antes de que empezara la obra. Al menos media docena de personas la vieron, antes de la obra. Seguimos con el problema. ¿Cómo pudo este hombre estar en dos lugares al mismo tiempo?
– Bueno, en cierto sentido, un actor está siempre en dos lugares al mismo tiempo.
– No le entiendo.
– ¿Cuándo empezó la obra?
Jury abrió el legajo.
– A las ocho y media o unos minutos más tarde.
– ¿Y cuándo vieron a Celia, o a la otra mujer, en la oficina?
Jury volvió una página y recorrió los renglones.
– A eso de las once menos veinte, según lo declarado por Daisy Trump.
Durante dos o tres minutos, Plant estuvo en silencio, fumando. Los ojos verdes parecían iluminar el rincón oscuro en el que estaban sentados. Por fin habló.
– La clave es la obra, inspector.
– ¿Cómo dice? No va a decirme que ya sabe cómo ocurrió.
– Sí, pero prefiero demostrárselo antes que contárselo. Tendré que hacer algunos arreglos, así que permítame un segundo para llamar a Ruthven. – Y antes de que Jury pudiera decir nada, Plant tomó el teléfono.
Media hora más tarde, Pluck dejaba a Jury en la estación de Long Piddleton. Wiggins estaba adentro, poniéndose gotas en la nariz.
– Estaré en Ardry End, Wiggins.
– Sí, señor. Pero el superintendente en jefe Racer está aquí, mejor dicho, estuvo aquí. Se fue a Weatherington con el inspector Pratt.
– No se preocupe por eso. Quiero que se vaya hasta la posada de Matchett y no le saque los ojos de encima. No lo pierda de vista, pero que él no se dé cuenta.
Wiggins estaba asombrado.
– ¿Sospecha de él?
– Así es, sargento. Y otra cosa. Cuando vuelva el superintendente Racer, trate de haber olvidado a dónde fui. No se lo voy a reprochar – dijo y sufrió un ataque de tos.
Wiggins le dedicó una amplia sonrisa.
– Tengo una pésima memoria, señor. Pero tome. – Wiggins metió la mano en el bolsillo y sacó una caja flamante de pastillas para la tos -. Tómese una de éstas. No se puede descuidar una tos como ésa. – Wiggins estaba fascinado de compartir su parafernalia con su superior.
Jury intentó devolvérselas.
– Oh, no. No necesito…
Si bien podía ser algo inseguro en asuntos de procedimiento policial, no carecía de confianza en sus medicinas.
– Insisto. Al menos, llévelas en el bolsillo.
Obediente, Jury hizo lo que le decían.
CAPÍTULO 18
Cuando entraron en la sala de Ardry End, a Jury le sorprendió ver a Lady Ardry y a Vivian Rivington allí.
Agatha pareció igual de sorprendida al ver al inspector Jury.
– ¡Conque acá estaba! Ya sabrá que el superintendente Racer, un hombre bastante desagradable, a decir verdad, ha estado tratando de ubicarlo desde que llegó. – Era evidente que luchaba entre ayudar y encubrir la causa de Racer para así asegurarse algo de información. Luego se dirigió a Melrose Plant: – Te pregunté cuando me llamaste dónde estaba el inspector, Plant, y me dijiste que no lo habías visto en todo el día