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En esos días se pasaba todo el tiempo yendo a la posada de Matchett, aún tratando de inducirlo a ir a la cama con ella, a pesar de todo. Después comenzó a hacer planes: Llamé al tío Will a hoy. Si él se acuerda, cualquiera puede acordarse. Al principio me dijo que estaba chiflada. “Ruby tú tenías siete años, no sabes lo que pasó”. Me costó mucho, pero al final lo convencí de que tuvo que ser Simon quien la mató. Él o esa chica, Harriet, de la que hablan los periódicos. Ahora me acuerdo de lo asustada que estaba yo. ¡Ese brazo! ¡Ajj! Nunca le dije a nadie que había encontrado la pulsera. Pensé que se iban a enojar conmigo.

Al día siguiente: El tío Will me llamó y me dio que no hiciera nada, que él iba a llamar a unos amigos y a un policía. Le pregunté si iba a hacer arrestar a Simon, y se rió. Me dio la impresión de que quiere sacarle dinero. La otra vez le dije que había rumores de que Simon se iba a casar con esa heredera vieja y aburrida. Tiene kilos de plata.

Al día siguiente: Pero si él le puede sacar plata, ¿por qué yo no? Jury podía casi visualizar los ojos brillosos de Ruby y la risita de escolar resonando contra las vigas de la iglesia.

Había un lapso de dos o tres días en blanco y luego: Él estaba abajo en el sótano eligiendo el vino para la cena y yo bajé, le mostré la pulsera y le pregunté si no la reconocía. Seguro que sí, le dije, ya que le gustaba tanto hacerla girar en mi muñeca. Entonces me animé y le dije todo lo que sabía. Al principio pensé que me iba a pegar. Pero no. Se acercó, me atrajo hacia él y ¡me besó! Me dijo que estaba muy mal haberle contado a mi tío y me preguntó si se lo había contado a alguien más. Le dije que no. Y no es mentira. “Ahora no se puede hacer nada”, me dijo y era una lástima, porque siempre había sentido algo por mí, pero yo era tan joven para él que nunca se animó a decirme nada. Estaba tan triste. Entonces me pidió que me fuera con él a pasar el fin de semana, a pensar qué podíamos hacer. Pero yo no soy ninguna estúpida. Le dije que no se molestar en intentar eso conmigo. Quería asegurarse de que yo no se lo dijera a nadie. Abrió una botella de champagne, nos sentamos ahí, nos reímos y nos besamos. Ahora sé que me quiere de veras. Voy a preparar un bolso y a decir que voy a Weatherington, para que nadie ande haciendo preguntas. Ahora me acuerdo de que el tío Will me dijo que me sacara esta pulsera, que la pusiera en algún lado y que no la usara más. No me hago ningún problema. Pronto voy a usar un gran diamante. ¡Se me acaba de ocurrir un lugar fabulosos para dejar la pulsera! ¡Qué risa!

La última anotación: Ahora no puedo escribir. Ahí viene ella. La señora Gaunt, probablemente. Tengo que cerrar. ¡¡¡SIGUE MAÑANA!!!

Ruby debió de haberlo dejado en el escondite junto con los libros de himnos y de haber tomado la escoba. De modo que el diario había quedado allí hasta más tarde, y después, con todo su entusiasmo, Ruby se lo había olvidado.

¡¡¡SIGUE MAÑANA!!! Jury leyó las patéticas palabras una vez más. Una chica tonta. No hubo mañana para Ruby Judd. Jury permaneció allí en la iglesia oscura; la pequeña lámpara formaba un halo de luz sobre las páginas en blanco. Tan inmerso estaba en la pasión adolescente que Ruby Judd había sentido por Simon Matchett que apenas oyó cuando la pesada puerta de roble de la iglesia se abrió y volvió a cerrarse.

Jury no alcanzaba a ver nada en el oscuro vestíbulo de la iglesia, pero reconoció la voz de Matchett.

– Vi la luz desde el camino y me pregunté quién estaría aquí a esta hora. Extraño lugar para encontrarse a un policía: en el púlpito.

Hubo un largo silencio, luego un movimiento y Jury supuso que Matchett se había sentado en alguno de los bancos de atrás.

– ¿Y usted, señor Matchett? ¿Qué está haciendo usted en la iglesia a esta hora? No me diga que los posaderos son más religiosos que los policías.

– No. Pero son igualmente curiosos.

Había algo desconcertante en mantener una conversación con una voz sin cuerpo. El único punto de luz en la iglesia era el halo que arrojaba la lámpara sobre el púlpito. Jury se sintió como un ciervo encandilado.

– Supongo que a usted se le ocurrió lo mismo que a mí, inspector. Si el diario no estaba en el vicariato, entonces podía estar quizá en la iglesia. Porque supongo que no estará ahí leyendo el Libro de Oraciones de la Iglesia Anglicana.

– Si fuera así, señor Matchett, en este momento usted me está “mostrando sus cartas”, como se dice, ¿no?

Una breve risa flotó en la oscuridad.

– Su sargento me ha estado pisando los talones como un perro. Parece que no quería que saliera a ningún lado. No, no se preocupe. Está bien, durmiendo junto al fuego. Ron caliente adicionado pródigamente con sedantes. Ahora, por favor, alcánceme el librito, inspector.

Jury supuso que le estaba apuntando con un revólver. La confiada suposición de Matchett de que él le entregaría el libro lo atestiguaba.

– Si tiene un revólver, inspector, mejor arrójelo hacia acá, también. Nunca lo vi portar armas, pero nunca se sabe.

Jury no tenía arma. Hacía tiempo había descubierto que era más peligroso tener arma que no tenerla, por lo general. Pero no tenía sentido decírselo a Matchett. Jury quería darse un poco de tiempo para estudiar su situación. Por encima del púlpito de tres pisos estaba la galería del crucifijo, a no más de un metro.

– Señor Matchett, si tiene intenciones de despacharme, ¿cómo puede estar tan seguro de que nadie sabe que usted asesinó a esas personas? – Jury no tenía intención de mencionar a Plant, pero necesitaba hacer pensar a Matchett.

– Vamos, inspector Jury. No intente ese viejo truco conmigo. Ni siquiera su superintendente en jefe lo sabe. Su sargento sí, pero ya me ocuparé de él.

La altura y la distancia de la galería no era excesivas, pero él ya no era tan ágil como antes.

– ¿No podría satisfacer mi curiosidad en uno o dos puntos, señor Matchett? ¿Por qué la exhibición tan extravagante de los cuerpos? Podría haber dejado a Hainsley muerto en la cama y enterrado a Ruby en el bosque. – Jury sabía que los asesinos en serie como Matchett eran terriblemente vanidosos. Su propia habilidad les parecía irresistible. Después de todo, tomarse todo ese trabajo y no poder decirle a nadie lo inteligente que es uno debía de ser una tortura. Sin embargo, al principio creyó que Matchett no respondería. En esos lugares oscuros y abovedados el mínimo ruido se amplifica, y Jury creyó oír el golpecito con que se quita el seguro de un arma. Pero no se había equivocado con la compulsión del asesino a contar su hazaña.