– Usted se acercó cuando se dio cuenta de que eran pistas falsas, inspector. La mejor manera de disimular un ruido es hacer otro más grande. Yo no tenía tiempo para ser sutil y reservado al deshacerme de esa gente. Y ya que no podía hacer discretamente, decidí irme al otro extremo: hacer un ruido tan grande y estrafalario que sería endilgado a un asesino loco y sin motivos. Un psicópata.
– Y lo fue por un tiempo. – A Jury no le hacía mucha gracia el ruido que indicaba que Matchett avanzaba. Desde la galería del crucifijo hasta la galería que recorría los otros tres lados de la iglesia no tendría problemas. Pero debía ser rápido.
– Permítame que le haga una pregunta, inspector Jury. Supongo que ya averiguó que maté a mi esposa. ¿Pero cómo diablos…?
– Muy estúpido de su parte, señor Matchett, suponer tal cosa, y confesar de paso. Lo que yo me he venido preguntando es cuál era su compromiso con la señorita Rivington.
Matchett guardó silencio un momento.
– ¿Cuál de las dos? – preguntó.
– Me parece que eso responde a mi pregunta – Jury aún calculaba la distancia -. ¿Quién atrajo a los otros dos aquí? ¿Small, quiero decir, Smollett, o usted?
– Yo. La voz de Smollett era fácil de imitar. Después que él me dijo que les había contado a Hainsley y a Creed, los llamé, simulando ser Smollett, y les dije que tenían que venir inmediatamente. Les aconsejé que se alojaran uno en la Jack and Hammer y otro en The Swan. No podía permitir que todos murieran en mi posada, ¿no?
– Así que no llegó a The Swan a las once sino a las diez y media. Sabía que descubriríamos la ventana y las huellas.
– Sí, por supuesto. Quería que lo descubrieran, ya que yo estaba sentado con Vivian en The Swan cuando había sucedido el crimen. No me importaba quién creyeran ustedes que había entrado por esa ventana. Unas botas con un número bien grande y un mono para no ensuciarme la ropa. Nada especial.
Jury intentó estimularlo para que siguiera hablando.
– ¿Cómo hizo para acercarse a Creed por la espalda?
– Lo hice creer que estaba revisando la instalación del agua. El mono ayudó. Soy actor, inspector; no lo olvide
– Ya me di cuenta. ¿Por qué diablos no se encontró con Creed en otro lado en lugar de hacerlo venir a Long Piddleton?
– Bueno, usted no nos iba a dejar salir de aquí, ¿no? ¿Qué opción me quedaba? Además empecé a divertirme con el tema de las posadas. Los diarios hablan tanto…
– Ya veo. -Jury estaba calculando el impulso que necesitaría; casi no prestaba atención al hombre invisible que le hablaba desde la negra oscuridad – ¿El asesinato se convierte en hábito después de un tiempo?
– Puede ser. Pero ahora debo insistir en que me dé ese diario, inspector. Tenga la amabilidad de moverse muy despacio y bajar los escalones…
– No tengo mucho para elegir, ¿no, compañero? – Jury de pronto apagó la luz y se escondió detrás del púlpito mientras el primer disparo sacaba astillas a la madera sobre su cabeza. Entonces trepó hasta el borde y se impulsó hacia la galería del crucifijo. La oscuridad absoluta era su único resguardo y necesitó de todas sus fuerzas para agarrarse del borde de la galería. Se balanceó por un momento, hasta que se elevó con el último impulso. Otro disparo dio en los aledaños del techo encima de su cabeza. Luego se hizo un silencio que él respetó tratando de no respirar, aunque sentía que sus pulmones estaban a punto de explotar. Desde la galería del crucifijo podría fácilmente balancearse hasta la otra, pero en ese momento su mente estaba ocupada en tratar de averiguar qué tipo de revólver tenía Matchett y cuántos tiros le quedaban. Matchett no era tan estúpido como para seguir disparando en la oscuridad.
Jury oyó pasos rápidos a la izquierda, y supo que Matchett subía la escalera de la galería del crucifijo, a su izquierda. Se abrió camino, agachado, hasta el otro extremo, y saltó hasta la otra galería a la derecha justo en el momento en que Matchett terminaba de subir la escalera. Hubo otro relámpago y un nuevo estallido de yeso; Jury habría jurado que acababa de errarle a su oreja por milímetros. Aún agachado, se abrió camino entre los bancos y luego se detuvo. Otro silencio. Despacio, sacó la linterna del bolsillo del impermeable, la apoyó en el borde de la galería, la encendió y salió corriendo hacia el extremo opuesto de la galería mientras resonaba otro disparo. La linterna rodó y se estrelló en la nave allá abajo.
Al sacar la linterna del bolsillo, Jury tocó en el bolsillo interior del impermeable la caja de pastillas para la tos que le había dado Wiggins. Si era capaz de sacarle el celofán sin revelar su posición, sacaría del otro bolsillo la honda que le había dado el niño Double. Agradeció a Dios la bondad del chico. Luego apartó una pegajosa pastilla de las otras, la puso en la honda y apuntó a la ventana más cercana. Al golpear el proyectil el vidrio se oyó otro disparo. Jury disparó otra pastilla hacia la oscuridad y oyó que algo se hacía añicos. Posiblemente le había pegado a la estatuilla de yeso de la Virgen.
Pero en lugar de un disparo como respuesta, oyó los pies de Matchett que corrían por los escalones de la galería del crucifijo en dirección a la nave.
Otra vez un largo silencio y luego una luz barrió la galería. Jury se acurrucó.
– Admiro sus tácticas de distracción, inspector – dijo la voz desde abajo. – Pero ha sido tan desafortunado de su parte abandonar su linterna como estúpido de la mía no haber traído una. Como además es obvio que usted no tiene revólver y yo sí, ¿no le parece que sería mejor que bajara ya mismo?
Matchett no iba a malgastar otro tiro, y Jury pensó que no le quedaba elección. ¿Le dispararía directamente cuando lo tuviera en la mira? ¿O esperaría a asegurarse de que tenía el diario? Jury deseó que esperara.
– ¿Me haría el favor de bajar a la nave, inspector? Necesito ese diario. Después podemos ir a dar una vuelta en auto.
Jury dejó de transpirar. Prefirió entregarse y pensar algo camino al bosque. Ya se le ocurriría algo.
– Voy a bajar, Matchett.
– Con cuidado, con cuidado.
Jury pasó por los bancos hacia el este, y luego bajó los escalones de piedra que Matchett había usado unos minutos antes. Al mirar hacia abajo, Jury vio que Matchett estaba parado en la mitad de la nave, entre las filas de bancos. Al pasar entre los bancos, tomó rápidamente un libro de himnos de su soporte de madera. Al llegar abajo levantó el libro por encima de la cabeza, con las dos manos en el aire.
– Tráigamelo aquí, por favor.
Jury caminó hacia él. Matchett le dijo que se detuviera cuando estuvo a unos tres metros.
– Ya está bastante cerca.
En ese momento Jury abrió apenas los dedos y el libro de himnos cayó sobre la suave alfombra.
– Qué torpe. – dijo Matchett.
Jury comenzó a inclinarse, sabiendo que Matchett se lo impediría.
– Vamos, inspector, levántese. Déle un puntapié al libro, por favor.
Era lo que Jury esperaba, y sólo rogaba tener fuerza suficiente en la pierna izquierda para lograrlo. Enganchó con el taco la alfombra y la atrajo hacia sí lo bastante rápido como para hacerle perder e equilibrio a Matchett. Resonó un último disparo rozándole el brazo, y entonces Jury arremetió contra el otro. No fue tarea difícil empujar a Matchett contra la hilera de bancos. Jury estaba tan furioso que toda la ira que sentía hacia ese loco afloró en ese momento. El golpe a la mandíbula y el otro al estómago fueron casi simultáneos y muy efectivos. Matchett se dobló sobre sí mismo y cayó al piso de piedra entre dos bancos.
Jury levantó el libro de himnos. El diario estaba todavía en el púlpito. Lo había deslizado debajo de la inmensa Biblia iluminada mientras hablaba con Matchett. Miró al asesino y pensó en la naturaleza del hombre que terminaba amando el crimen como otros aman las ostras.