– Sí, lo sé.
– No creo que fuera el hombre adecuado para usted, de todos modos. – Jury miró las nubes que atravesaban el acuoso cielo invernal. – No era su tipo. – Se interrumpió allí, esperando que Dios le solucionara el problema.
– ¿Cuál sería mi tipo, entonces?
– Pues… alguien más reflexivo, supongo.
Ella guardó silencio.
– ¿Cómo era aquel verso que usted citó? – preguntó entonces -. Agnosco… algo parecido.
– Agnosco veteris vestigia flammae: Reconozco los vestigios de una antigua llama.
– Habrá sido muy importante para él.
– ¿Para Eneas?
– Sí.
– Así parece.
– Quién sabe. – Ella también miró el cielo límpido. – Creo que iré a Francia, o quizás a Italia.
O a Marte, pensó Jury, apenado.
Ella permaneció un momento mirándolo, luego se levantó y se encaminó hacia su casa.
– Adiós. Y gracias. Qué inadecuada manera de agradecer. – Su mano apenas rozó la de él.
Mientras la miraba alejarse, dejando otra prolija línea de huellas sobre la nieve, Jury pensó: Eres un demonio con las mujeres, querido amigo. Es comprensible que salgan gritando de entre los matorrales a arrancarte la ropa a jirones cada vez que pasas. A la distancia, Vivian parecía una muñeca que entraba en su casita y cerraba la puerta.
No supo cuánto tiempo se quedó allí sentado, mirando a los patos. Las aves surcaban el agua junto a los juncos en pares, como si incluso ellas supieran manejarse mejor en esas cosas que Jury. Se suponía que tenía que ir a lo de Melrose Plant a almorzar. Se forzó a levantarse del banco. Pero de pronto oyó un crujido en los arbustos a sus espaldas y se volvió justo a tiempo para ver una pequeña cabeza que desaparecía debajo de la línea de arbustos.
– Muy bien. Salgan de ahí, de inmediato. – Jury usó el tono más siniestro que pudo. – Si uso mi fiel Magnum 45 sobre ustedes, van a salir rodando con el estómago agujereado como una rosquilla.
Oyó unas risas. Luego aparecieron lentamente los hermanitos Double. La niñita con la cabeza baja, mirando el suelo y haciendo un círculo en la nieve con a punta de su bota vieja.
– Hola, James y James. ¿Por qué me siguen hoy? Vamos, ¡confiesen!
La niña emitió una risita ahogada y luego bajó la cabeza como si quisiera hundirla en la nieve. El varón habló.
– Nos enteramos de que se iba, señor. Vinimos a darle esto. – Sacó del deformado bolsillo del sobretodo un paquete bastante sucio, envuelto en un papel que había quedado de Navidad. Era chato y estaba atado con un pedazo de cinta muy manoseada.
– ¿Un regalo? Bueno, se lo agradezco mucho. – Abrió el paquete y encontró un pedazo de cartón, cortado, para que sirviera de marco; contra éste habían pegado una foto. Mostraba una especie de montaña, cubierta de nieve, y la distancia una figura oscura, amorfa, como un King Kong fuera de foco. La habían cortado de una revista. Jury se rascó la cabeza.
– Es el Abominable Hombre de las Nieves – dijo James, demorándose al pronunciar abominable -. Vive en… ¿cómo se llamaba? – Miró a su hermana en busca de información, pero sólo recibió un furioso gesto con la cabeza.
– ¿Los Himalaya? – dijo Jury.
– Sí, señor. ¿No es idéntico, señor?
Jury no supo qué contestar. Pero dijo:
– Es fabuloso, James. En serio, es idéntico.
– Y mire las huellas, señor Jury. Yo pensé que eso le iba a gustar a usted, las huellas. ¡Piense en lo que podría hacer aquí! – James extendió los brazos abarcando la plaza del pueblo. Luego, al observar las líneas rectas que había hecho Vivian al ir y regresar, dijo: – ¿Quién hizo eso?
Jury sonrió, volvió a envolver la fotografía con el papel y dijo:
– El otro regalo que me hicieron me salvó la vida. – Y les contó detalladamente el enfrentamiento con Matchett en la iglesia.
Los niños tenían los ojos casi fuera de las órbitas mientras él les contaba.
– ¡Jesús, María y José! – dijo la niña y en seguida se tapó la boca con la mano.
– Así que quiero proponerles algo – dijo Jury -. Pensé que podría gustarles dar una vuelta conmigo. – Señaló el auto policial.
– ¡Viva! – dijo James -. ¿En ese auto? – Se miraron entre sí totalmente impresionados y luego asintieron con alegría.
Mientras los hacía subir al auto, Jury notó que comenzaba a sentirse mejor. Se imaginó el extenso e ilimitado paisaje de Ardry End, brillante, cubierto de nieve lisa, blanca y suavemente curvada.
Cuando salieron del pueblo y tomaron la ruta a Ardry End, Jury pensó: “Y bueno, ¿qué tiene de malo? Hay que festejar”.
Y encendió la sirena.
15 DE ABRIL, CARTA DE MELROSE PLANT A RICHARD JURY
Estimado Jury:
Ya hace tres meses que se fue, pero la compañía de Agatha hace que parezcan tres años. Sin embargo, las visitas de mi tía se han visto considerablemente reducidas, en razón de su convencimiento de que estamos en una loca carrera para ver cuál de los dos termina su libro primero. Cada vez que viene le digo que ya terminé otro capítulo y ella sale corriendo a su casa.
Hablando de escritores, Darrington se fue a los Estados Unidos; supongo que logrará retrasar en unos cien años el curso de la novela norteamericana. No me sorprendió demasiado enterarme de su plagio. Usted no esperaba que los labios de Pluck mantendrían ese secreto durante mucho tiempo, ¿no? Sheila se alegró de librarse de él. Habla de contar lo del fraude a los periódicos, aunque eso implique ir a la cárcel. Esa muchacha es verdaderamente valerosa.
Lorraine envejece aceleradamente a falta de compañía y me ha sugerido que piensa ir a visitarlo. Tranque la puerta, viejo. Willie ha encontrado otro compañero en el nuevo vicario, un hombre mucho más joven pero como todos los vicarios, dueño de un aspecto asombrosamente atemporal. Uno siente que debería pasarle el plumero todos los días.
Isabel se fue y Vivian también, pero por supuesto que no lo hicieron juntas. Vivian le dio algo de dinero con la condición de que se mantuviera alejada de ella. Se ha comprado una villa en Nápoles. ¿Usted no anda precisando unas vacaciones?
Tengo un perro. Estaba pensando en comprarme uno, de todos modos. Uno de esos elegantes, tipo lebrel, que aparecen siempre en los cuadros que hay en las salas de la nobleza. Sin embargo, hace poco salí a andar en bicicleta por la posada de Matchett. Era una tarde de lluvia. Siempre lo hago; por razones sentimentales, quizás, ¿o suena eso demasiado macabro? Los establos, los aleros y el cartel chorreaban agua de lluvia. Fui hasta detrás de los establos y ¿a que no sabe con quién me encontré? Con Mindy, el perro de Matchett. Lo habían dejado abandonado. Puedo llegar a entender a alguien que mata a cinco personas, pero dejar a un perro abandonado está más allá de mi compasión. Lo dejé que me siguiera a casa, lo que resultó un largo proceso, porque Mindy no es muy rápido, como recordará.
Esos chicos tan peculiares, los Double, me visitan de vez en cuando. Asoman la cabeza por detrás de los setos en cualquier momento. Admiro especialmente a la niña por haber aprendido a tan tierna edad el secreto de la mejor conversación: el silencio. Es tan poco exigente con uno en cuanto a reclamos de comentarios ingeniosos y ese tipo de cosas que siempre mantenemos interesantes charlas, aunque unilaterales.
¿Puedo pedirle un favor? Si se tipa con otro caso (no tengo demasiadas pretensiones) y si me permite serle de alguna utilidad, llámeme. Mi vida aquí ofrece pocos desafíos a la imaginación.
Ya no nieva.
El papel de carta espeso y con membrete estaba escrito con tinta negra y firmado con una sola palabra: PLANT.