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Y en eso les llevaban ventaja los armonistas. Contaban con teleportadores que ya obraban milagros. Unas pocas generaciones de trabajo genético, y enviarían expediciones a los demás sistemas solares. Una vez transportado un hombre a ocho kilómetros de distancia, sano y salvo, sólo era cuestión de un salto cuantitativo, no cualitativo, enviarle a Proción. Martell tenía que decírselo. Santa Fe, aquella vasta extensión de edificios en donde los técnicos escindían genes y los encajaban de nuevo trabajosamente, donde familias de espers se sometían a interminables pruebas, donde hombres biónicos realizaban maravillas más allá del alcance de la comprensión, le llamaba.

Pero no fue. Un informe personal parecía innecesario. Bastaría con un cubo mensaje. Para Martell, la Tierra era ahora un mundo extraño. Le incomodaba volver y vivir en el interior de un traje respiratorio. Se negó a embarcarse en un viaje de vuelta.

Gracias a los buenos oficios de Nat Weiner, Martell grabó un cubo y lo envió a Kirby. Se alojó en la embajada marciana mientras aguardaba la respuesta. Había expuesto la situación reinante en Venus tal como él la entendía, expresando su gran temor de que los armonistas les llevaran la delantera y alcanzaran antes las estrellas. La respuesta de Kirby llegó en su momento. Agradecía a Martell sus valiosísimos datos. Y se expresaba a continuación en tono tranquilizador. Decía que los armonistas eran hombres. Si alcanzaban las estrellas, sería un logro de la raza humana. Ni de ellos ni nuestro, sino de todos, porque el camino estaría abierto. ¿Seguía su razonamiento el hermano Martell?, preguntaba Kirby.

Martell experimentó la sensación de que andaba sobre arenas movedizas. ¿Qué estaba diciendo Kirby? Se mezclaban de cualquier manera medios y fines. ¿Se cumpliría el propósito de la orden si los herejes conquistaban el universo? Se irguió frente al altar que había improvisado en su habitación de la embajada, desolado, buscando respuestas a preguntas imposibles.

Pocos días después volvió con los armonistas.

7

Martell estaba de pie junto a Christopher Mondschein a la orilla de un lago brillante. El opaco resplandor del sol se filtraba a través de las espesas nubes, esparciendo una luminosidad sobre el aguaquenoeraagua. El brillo del agua no era debido a un efecto del sol, sino a los celentéreos luminosos que bullían en su fondo poco profundo. Sus tentáculos, que las corrientes hacían oscilar, emitían una suave radiación verdosa.

Había otros animales en el lago. Martell vio que brillaban bajo la superficie, nervudos y huesudos, de mandíbulas rechinantes y aletas metálicas. De vez en cuando, un hocico hendía el agua, y un ser feo y delgado saltaba veinte metros en el aire antes de hundirse de nuevo. Desde las profundidades asomaban tentáculos retorcidos y erizados de ventosas, pertenecientes a monstruos que Martell no tenía ningún interés en conocer.

—Pensé que nunca le volvería a ver —dijo Mondschein.

—¿Cuando salí a enfrentarme con los venusinos?

—No. Después, cuando se devaneció. Pensé que estaba preparándose para volver a la Tierra. Ya sabe que es inútil tratar de fundar un templo vorster aquí.

—Lo sé, pero llevo la muerte de aquel muchacho sobre mi conciencia. No puedo marcharme. Le animé a visitarme y por eso murió. Estaría vivo si le hubiera alejado. Y yo también estaría muerto si uno de sus pequeños venusinos no me hubiera puesto a salvo teleportándome.

—Teníamos depositadas en Elwhit grandes esperanzas —dijo con tristeza Mondschein—, pero era demasiado impetuoso. Por eso acudió a nosotros. Era un chico inquieto. Ojalá le hubiera dejado en paz.

—Hice lo que tenía que hacer —replicó Martell—. Lamento que acabara tan mal.

Siguió la trayectoria de una sinuosa serpiente negra que se deslizaba de un lado a otro del lago. Proyectó de súbito unos brazos extensibles con un gesto terrorífico y se apoderó de un ave que volaba bajo.

—No he vuelto para espiarles —dijo Martell con cautela—. He venido para unirme a su orden.

Mondschein arrugó levemente su frente azul.

—Por favor. Ya lo hemos discutido antes.

—¡Examíneme! ¡Haga que uno de sus espers me lea la mente! Se lo juro, Mondschein, soy sincero.

—En Santa Fe le introdujeron una serie de órdenes hipnóticas. Lo sé. Yo también he pasado por ello. Le enviaron aquí para espiar, pero usted no lo sabe, y, aunque le sondeáramos, nos costaría mucho descubrir la verdad. Extraerá toda la información que pueda, volverá a Santa Fe y le pondrán en manos de un esper que se la sacará, ¿eh?

—No. Nada de eso.

—¿Está seguro?

—Escuche, no creo que manipularan mi mente en Santa Fe. Acudo a ustedes porque pertenezco a Venus. He sido transformado —extendió las manos—. Mi piel es azul. Mi metabolismo es la pesadilla de un biólogo. Tengo branquias. Soy un venusino, y aquí vienen los transformados. No puedo ser un vorster, porque los nativos no lo aceptarían. Por lo tanto, he de unirme a ustedes. ¿No lo entiende?

Mondschein asintió con la cabeza.

—Sigo pensando que es un espía.

—Le digo…

—Cálmese. Sea un espía. No hay problema. Puede quedarse. Puede unirse a nosotros. Será nuestro puente, hermano. Será el vínculo que conectará a los vorsters con los armonistas. Juegue a dos bandas, si quiere. Es exactamente lo que queremos.

De nuevo, Martell experimentó la sensación de que el suelo se hundía bajo sus pies. Imaginó que se precipitaba en un pozo desprovisto de gravedad, cayendo, cayendo, cayendo eternamente. Escrutó los ojos mansos de Mondschein, sospechando que tal vez estuviera obsesionado por algún demencial proyecto universal, una fantasía personal que…

—¿Intenta reunificar ambas órdenes? —preguntó.

—Personalmente, no le respondió Mondschein—. Forma parte del plan de Lázaro.

Martell pensó que Mondschein se refería a su asistente.

—¿Aquí manda él o usted?

—No me refería al Lázaro de aquí —sonrió Mondschein—. Me refiero a David Lázaro, el fundador de nuestra orden.

—Está muerto.

—En efecto, pero todavía seguimos el camino que nos trazó hace medio siglo. Y ese camino contempla la reunificación de ambas órdenes. Es esencial, Martell. Cada una tiene lo que la otra desea. Ustedes tienen la Tierra y la inmortalidad. Nosotros tenemos Venus y la teleportación. Todo apunta a una fusión de intereses, y usted será, posiblemente, uno de los hombres que ayuden a cimentarla.

—¡No lo dirá en serio!

—Con toda la seriedad de que soy posible —Martell observó que la expresión de Mondschein se endurecía, apartando la máscara de cordialidad—. ¿Quiere vivir para siempre, Martell?

—No deseo morir, excepto por un fin elevado, desde luego.

—Traducido a palabras vulgares significa que desea vivir tanto tiempo como pueda, y con honor.

—Exacto.

—Los vorsters se acercan cada día más a ese objetivo. Tenemos cierta idea de lo que está ocurriendo en Santa Fe. Una vez, hace cuarenta años, robamos el contenido de un laboratorio de longevidad. Nos sirvió de ayuda, pero no lo suficiente. No accedimos al sustrato del conocimiento. Por otra parte, hemos hecho algunos progresos, como habrá descubierto. La reunificación vale la pena, ¿no? Nosotros alcanzaremos las estrellas, ustedes la eternidad. Quédese y espíe, hermano. Pienso, y creo coincidir con Lázaro, que cuantos menos secretos ocultemos, más rápidos serán los progresos.