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Una luz púrpura apareció en la Pantalla de Anomalías. Donovan experimentó una leve curiosidad, pero estaba demasiado ocupado con su propio cometido para mencionarlo a Weiner.

—Capto algo extraño, Donovan —dijo en aquel momento Weiner, arrastrando las palabras. ¿Qué opina, cuidadano?

Donovan frenó el vehículo oruga y estudió el cuadro de mandos.

—Parece una cueva de roca subterránea. A unos… seis u ocho kilómetros de la pista.

—¿Cree que deberíamos echar un vistazo?

—¿Para qué? La pista no pasa por las cercanías.

—¿No siente curiosidad? Tal vez sea la cripta de un tesoro oculto por los antiguos marcianos.

Donovan no se dignó responder al comentario.

—¿Qué le parece que es, pues? —insistió Weiner—. Tal vez sea una caverna horadada por una corriente subterránea, ¿no cree? El subsuelo de Marte contenía grandes masas de agua antes de que terraformaran el planeta. Los ríos corrían bajo el desierto.

—Puede que se trate tan sólo de una oquedad practicada por los ingenieros terraformadores —respondió Donovan, irritado—. No comprendo por qué… Oh, maldita sea. Está bien. Vayamos a investigar. Paralicemos toda la obra durante media hora. ¿Qué más me da?

Empezó a mover interruptores.

Era una interrupción absurda y estúpida, pero había que satisfacer la curiosidad del viejo. ¡La cueva del tesoro! ¡Corrientes subterráneas! Donovan se vio forzado a admitir que no se le ocurría ningún motivo racional para que hubiera en este lugar una bolsa de espacio abierto subterráneo. Geológicamente, carecía de sentido.

Se desviaron en dirección al punto. Se hallaba a unos seis metros bajo sus pies, y la superficie estaba cubierta de hierba, que en apariencia no había sido hollada. Una sonda sonora confirmó que la cripta tenía tres metros de largo, casi cuatro de ancho y unos dos y medio de profundidad. Donovan estaba convencido de que era obra de los terraformadores. En cualquier caso, no constaba en ningún plano. Llamó a un robot excavador y lo puso a trabajar.

El techo de la cripta quedó al descubierto al cabo de diez minutos: una placa de cristal fusionado verde. Donovan se estremeció un poco.

—Creo que hemos localizado una tumba, ¿no cree? —dijo Weiner.

—Dejémoslo correr. No es nuestro problema. Haremos un informe y…

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó Weiner, y deslizó su mano en una abertura. Dio la impresión de que acariciaba algo en el interior. Sacó rápidamente la mano cuando un resplandor amarillo se derramó sobre la parte superior de la cripta.

—Que la bendición de la armonía eterna sea con vosotros, amigos —dijo una voz—. Habéis llegado al lugar de descanso temporal de Lázaro. Asistencia médica cualificada me revivirá. Solicito vuestra ayuda. Os ruego que no intentéis abrir esta cripta si no es con asistencia médica cualificada.

Silencio.

—Que la bendición de la armonía eterna sea con vosotros, amigos —repitió la voz—. Habéis llegado al lugar…

—Un cubovoz —murmuró Donovan.

—¡Mire! —jadeó Weiner, señalando el techo de la cripta. El cristal, iluminado desde abajo, ahora era transparente. Donovan divisó una cripta rectangular. Un hombre delgado, de rostro afilado, yacía de espaldas en una solución nutritiva; cables alimentadores estaban conectados a sus extremidades y tronco. Era como una Cámara de la Nada, pero mucho más complicada. El durmiente sonreía. Había símbolos misteriosos escritos en las paredes de la cámara. Donovan los reconoció como símbolos armonistas, aquel culto venusino. Se sintió confundido. ¿Cómo habían llegado hasta aquí?

—El lugar del descanso temporal de Lázaro —dijo el cubovoz. Lázaro era el profeta de los armonistas. Para Donovan, todas aquellas religiones eran anodinas. Ahora tendría que informar del descubrimiento, se retrasaría la construcción de la pista, adquiriría sin quererlo cierto prestigio y…

Y nada de esto habría ocurrido si Weiner se hubiera quedado adormilado como de costumbre. ¿Por qué se había fijado en la anomalía que reflejaba el cuadro de mandos? ¿Por qué?

—Será mejor que se lo digamos a alguien —apuntó Weiner—. Creo que es importante.

2

En un pequeño edificio oculto en la jungla de Venus, ocho hombres que no eran hombres se hallaban frente a un noveno. Todos tenían la piel azul cianótica de Venus, aunque sólo tres la tenían de nacimiento. Los demás eran productos de la cirugía, terrícolas convertidos en venusinos. No sólo su cuerpo había sido transformado. Los seis alterados habían sido vorsters en un período de su desarrollo espiritual.

Los vorsters eran los seres más poderosos de la Tierra. Pero esto no era la Tierra, sino Venus, y Venus estaba en manos de los armonistas, llamados en ocasiones los lazaristas por el apellido de su fundador mártir, David Lázaro. Lázaro, el profeta de la Armonía Trascendente, había sido asesinado por seguidores de los vorters más de sesenta años antes. Ahora, para consternación de los fieles…

—Hermano Nicholas, ¿puedes informarnos? —preguntó Christopher Mondschein, la cabeza visible de los armonistas de Venus.

Nicholas Martell, un hombre delgado y obstinado de edad madura, miró a sus ocho colegas con aire de preocupación. Había dormido poco durante los últimos días, y su equilibrio había padecido profundos sobresaltos. Martell había viajado a Marte para verificar el asombroso informe llegado a los tres planetas poco antes.

—Coincide con el artículo periodístico. Dos trabajadores se toparon con la cripta mientras supervisaban la construcción del ramal de la monopista.

—¿Viste la cripta? —preguntó Monschein.

—Vi la cripta. La rodeaba un cordón de seguridad.

—¿Y Lázaro?

—Se veía una figura en el interior de la cripta. Coincidía con la imagen de Lázaro que se guarda en Roma. Se parecía a todos a los retratos. La cripta es una especie de Cámara de la Nada, y la figura está embutida en su interior. Las autoridades marcianas han examinado el sistema de circuito de la cripta, y dicen que probablemente estallará en pedazos si alguien los manipula de forma indebida.

—La figura —insistió un hombre de mejillas huecas llamado Emory—. ¿La figura es de Lázaro?

—Se parece a Lázaro —dijo Martell—. Recuerde que nunca vi a Lázaro en persona. Yo aún no había nacido cuando él murió. Si es que murió.

—No diga eso —bufó Emory—. Todo es un fraude. Lázaro murió, y punto. Fue arrojado al convertidor. No queda nada de él, salvo protones, electrones y neutrones.

—Así lo afirma nuestra Escritura —le concedió Mondschein. Cerró los ojos un momento. Era el mayor de los presentes. Llevaba sesenta años en Venus y había conducido a esta rama del movimiento hasta su posición dominante actual—. Siempre cabe la posibilidad de que nuestro texto esté alterado.

—¡No! —exclamó Emory, joven y conservador—. ¿Cómo puede decir eso?

Mondschein se encogió de hombros.

—Los primeros años de nuestro movimiento, hermano, están envueltos en la duda. Sabemos que Lázaro existió, que trabajó con Vorst en Santa Fe, que discutió con Vorst sobre los procedimientos y que fue asesinado, o al menos apartado. Ya no queda nadie en el movimiento que estuviera relacionado directamente con Lázaro. Nosotros no vivimos tanto como los vorsters, ya lo sabe. Por tanto, si Lázaro no fue arrojado al convertidor, sino simplemente trasladado a Marte en estado de animación suspendida y conectado a una Cámara de la Nada durante sesenta o setenta años…