AFILIACIÓN: Ingresó en la capilla de Cambridge el 11471. Rango de acólito alcanzado el 17773…
Seguía una lista de los sucesivos rangos escalados por Lázaro en la jerarquía, concluyendo con una sencilla anotación: muerte: 9290.
Eso era todo. Un expediente escueto y reducido, nada elaborado, sin encomios anexos como los que constaban en el expediente de Kirby, sin información sobre las desavenencias de Lázaro con Vorst. Nada. El tipo de expediente, pensó Kirby con desazón, que cualquiera podía haber tecleado en cinco minutos e introducido en los archivos… ayer.
Examinó los bancos de memoria, confiando en localizar algún detalle suplementario sobre el archihereje. No encontró nada. No existían motivos fundados para sospechar: Lázaro había muerto mucho tiempo atrás, y era probable que en aquellos tempramos días los informes fueran breves. Aun así, le parecía inquietante. Kirby salió del edificio. Los acólitos le miraron como si se tratase del propio Vorst. Seguro que estaban tentados de arrodillarse ante él. «Si supieran lo ignorante que soy —pensó Kirby—. Después de setenta y cinco años con Vorst. Si lo supieran.»
7
La cripta de cristal de David Lázaro, transportada desde Marte a costa de un gran desembolso, se hallaba en el centro de la sala de operaciones, bajo la vigilancia de cámaras de vídeo montadas en las paredes y el techo. Un bosque de aparatos cuidadosamente dispuestos rodeaba la cripta: polígrafos, compresores, centrifugadores, cirustatos, analizadores, calibradores de enzimas, escalpelos láser, retractores, impactadores, exploratórax, tacs cerebrales, un bypass cardiopulmonar, sustitutos renales, bioticones, elsevires, un generador de presión de helio II y un monstruoso criostato resplandeciente. El despliegue era impresionante, y para impresionar estaba concebido. La ciencia vorster se exhibía aquí, y cada detalle, impresionante, por superfluo que pareciera, contribuía a acentuar el efecto del conjunto.
Vorst no se hallaba presente. La circunstancia también formaba parte de la escenificación. Kirby y él contemplaban el acontecimiento desde el despacho de Vorst. El miembro presente más relevante de la Hermandad era el regordete y risueño Capodimonte, un supervisor regional. Tras él se erguía el armonista Christopher Mondschein. Mondschein y Capodimonte se habían conocido brevemente durante la corta y desastrosa carrera del primero como acólito en Santa Fe, en 2095. Ahora, sin embargo, era una figura terrorífica; ocultaba su cuerpo transformado bajo un traje respiratorio, una imagen grotesca, de pesadilla. Un nativo de Venus, de aspecto todavía más extravagante, se pegaba a Mondschein como una segunda piel. El visitante armonista parecía tenso y de mal humor.
—Ya se ha determinado que la atmósfera de la cripta es una mezcla de gases inertes, sobre todo argón —dijo el comentarista de la televisión—. Lázaro está inmerso en una solución nutritiva. Los espers han detectado signos de vida. Los cierres de la cripta se abrieron ayer en presencia de la delegación de armonistas venusinos. Ahora se están extrayendo los gases, y los sensibles instrumentos de los cirujanos no tardarán en tocar al durmiente, y empezará el proceso infinitamente complejo de devolverle los impulsos vitales.
Vorst rió.
—¿No es eso lo que ocurrirá? —preguntó Kirby.
—Más o menos, excepto que el hombre está tan vivo como siempre en este preciso momento. Todo cuanto necesitan es abrir la cripta y sacarle fuera.
—Muy poco impresionante.
—Desde luego —corroboró el Fundador. Vorst enlazó las manos sobre el estómago, sintiendo los débiles latidos de sus órganos artificiales. El comentador siguió recitando kilómetros de prosa descriptiva. El intrincado despliegue de instrumentos que rodeaba la cripta se puso en movimiento, brazos y tentáculos oscilando como los miembros de un ser compuesto de muchos cuerpos. Vorst no apartaba la mirada del rostro alterado de Christopher Mondschein. Jamás había creído que Mondschein volvería a Santa Fe. Una persona admirable, pensó el anciano. Había sorteado bien las adversidades, considerando la forma en que se le había manipulado casi sesenta años antes.
—Han abierto la cripta —dijo Kirby.
—Eso veo. Observa a la momia de rey Tut levantarse y andar.
—Te lo tomas muy a la ligera, Noel.
—Ummm —dijo el Fundador. Una sonrisa aleteó en sus labios por un momento. Hizo ajustes infinitesimales en el flujo de hormonas. En la pantalla apenas se podía ver la apertura de la cripta, casi oculta por los instrumentos que rodeaban al durmiente.
De repente, se produjo un leve movimiento en la cripta. ¡Lázaro se movía! ¡El mártir regresaba!
—Es la hora de hacer mi gran entrada —murmuró Vorst.
Todo estaba dispuesto, así que un túnel reluciente le transportó con toda rapidez a la sala de operaciones.
Kirby no le siguió. La silla del Fundador irrumpió serenamente en la sala, justo cuando la figura de David Lázaro se despertaba tras sesenta años de inconsciencia y se incorporaba.
Una mano temblorosa señaló con el dedo. Una voz ronca trató de encontrar las palabras adecuadas.
—¡VVVorst! —jadeó Lázaro.
El Fundador sonrió con benevolencia y alzó su brazo descarnado, a modo de saludo y bendición. Delicadamente, una mano invisible movió una mano y el Fuego Azul iluminó las paredes de la sala, proporcionando el toque teatral definitivo. Christopher Mondschein, impasible bajo su máscara respiratoria, apretó los puños con rabia cuando la luz le bañó.
—Demos gracias por la luz, que se extiende más allá de nuestra visión —dijo Vorst.
«Humillémonos ante el calor.
«Bendigamos la energía que nos santifica…
«Bienvenido a la vida, David Lázaro. ¡En nombre del espectro, del cuanto y del sagrado angstrom, paz, y perdona a aquellos que te hicieron daño!
Lázaro se levantó. Sus manos buscaron y encontraron el borde de la cripta. Emociones inconcebibles deformaban su rostro.
—Yo… ¡he estado dormido! —murmuró.
—Sesenta años, David. Y aquellos que me rechazaron y te siguieron se han hecho poderosos. ¿Ves? ¿Ves los hábitos verdes? Venus es tuyo. Te hallas al frente de un ejército poderoso. Ve con ellos, David. Aconséjales. Te devuelvo a ellos. Eres mi presente para tus seguidores. «Y el que estaba muerto se levantó y anduvo… Soltadle y dejadle ir.»
Mas Lázaro no contestó. Mondschein estaba boquiabierto, apoyándose con fuerza en el venusino que se erguía a su lado. Kirby, contemplando la pantalla, experimentó una punzada de temor reverente que barrió su escepticismo durante un momento. Hasta la cháchara del comentarista se ennoblecía con el milagro.
La luz del Fuego Azul lo abarcaba todo, aumentando de intensidad a cada segundo, como las llamas del ocaso que se desplazan hacia el Valhalla. Y en medio de todo se alzaba Noel Vorst, el Fundador, el Primer Inmortal, sereno y radiante, erguido su cuerpo anciano, brillantes sus ojos, extendidas sus manos hacia el hombre que había estado muerto. Sólo faltaba el coro de los diez mil, entonando el Himno de las Longitudes de Onda mientras un órgano cósmico desgranaba un canto triunfal.
8
Y Lázaro vivió y caminó entre los suyos de nuevo y entabló conversación con ellos.
Y Lázaro estaba muy sorprendido.
Había dormido… durante un momento, el tiempo que tarda un ojo en parpadear. Ahora, siniestras figuras azules le rodeaban: venusinos, encapuchados como demonios para protegerse del aire ponzoñoso de la Tierra. Y le aclamaban como su profeta. A su alrededor se alzaba la metrópolis de Vorst, vertiginosos edificios que testificaban el actual poderío de la Hermandad de la Radiación Inmanente.
El venusino gordo —Mondschein, ¿no? —depositó un libro en las manos de Lázaro.