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—El Libro de Lázaro —dijo—. La crónica de tu vida y obra.

—¿Y muerte?

—Sí, y muerte.

—Habrá que sacar una nueva edición —dijo Lázaro. Sonrió, pero estaba solo en su arrobo.

Se sentía fuerte. ¿Por qué no se habían degenerado sus músculos durante el largo sueño? ¿Cómo era posible que pudiera levantarse y andar entre los hombres, mandar obediencia a las cuerdas vocales y experimentar la fuerza de la vida?

Estaba solo con sus seguidores. Dentro de unos días se marcharía a Venus con ellos, donde tendría que vivir en un medio ambiente autónomo. Vorst se había ofrecido a transformarle en venusino, pero Lázaro, asombrado de que tales portentos fueran posibles, no estaba muy seguro de desear convertirse en una criatura provista de branquias. Necesitaba tiempo para reflexionar. El mundo al que había regresado de una forma tan inesperada era muy diferente del que había dejado.

Sesenta y pico de años. Por lo visto, Vorst se había apoderado de todo el planeta, tal como se había propuesto en los ochenta, cuando Lázaro empezó a disentir con él. Vorst había comenzado con un movimiento científicoreligioso al que Lázaro se había unido. Fórmulas mágicas mezcladas con reactores de cobalto, una letanía del espectro y los electrones, una gran dosis de espiritualidad adornada, pero en el fondo la promesa de una vida larga (o eterna). Ello provocó la defección de Lázaro. Pero pronto, comprendiendo la fuerza que poseía, Vorst había empezado a infiltrar hombres en los parlamentos, a comprar bancos, empresas públicas, hospitales y compañías de seguros.

Lázaro se había opuesto a tales maniobras. Entonces, Vorst era accesible, y Lázaro recordaba que había discutido con él acerca de sus desviaciones hacia los poderes políticos y económicos.

—El plan lo exige así —había contestado Vorst.

—Es una perversión de nuestros principios religiosos.

—Nos conducirá a nuestra meta.

Lázaro se había mostrado en desacuerdo. Poco a poco, reuniendo a unos cuantos partidarios, había creado un grupo rival, aunque en teoría continuaba siendo fiel a Vorst. Gracias a su aprendizaje con Vorst supo cimentar una fe. Proclamó el reino de la armonía eterna, vistió a los suyos con hábitos verdes, les proporcionó símbolos, fervor reformista, oraciones, una liturgia progresista. No podía afirmar que su movimiento poseyera una gran fuerza comparado con la maquinaria de Vorst, pero al menos era una herejía destacada, que atraía a cientos de nuevos seguidores cada mes. Lázaro se proponía crear un movimiento misionero, sabiendo que sus posibilidades de echar raíces en Venus, e incluso en Marte, eran superiores a las de Vorst.

Y un día de 2090 hombres cubiertos con hábitos azules le secuestraron, anulando su guardia personal de espers y apoderándose de él con tanta facilidad como si fuera un trozo de plomo. Sus recuerdos se borraban en ese punto, hasta su despertar en Santa Fe. Le dijeron que corría el año 2152 y que Venus estaba en manos de los suyos.

—¿Permitirá que le transformen? —quiso saber Mondschein.

—Aún no estoy seguro. Quiero pensarlo.

—Le resultará difícil desempeñar su cometido en Venus a menos que les permita adaptarle.

—Podría quedarme en la Tierra —sugirió Lázaro.

—Imposible. Aquí carece de fuerza. La generosidad de Vorst no llegará a tales extremos. No permitirá que se quede aquí, después de la algarabía que ha causado su regreso.

—Tiene razón suspiró Lázaro—. Así pues, dejaré que me transformen. Iré a Venus y veré qué logros ha alcanzado usted.

—Quedará agradablemente sorprendido.

La resurrección ya había sorprendido bastante a Lázaro. Le dejaron solo y estudió las sagradas escrituras de su fe, fascinado por el papel de mártir que le habían asignado. Un libro sobre historia armonista reveló a Lázaro su propio valor: allí donde los sentimientos religiosos de la Hermandad cristalizaban alrededor de la figura prohibida y remota de Vorst, los armonistas reverenciaban sin lugar a dudas su bondadoso mártir. «Debe ser muy embarazoso para ellos que haya vuelto», pensó Lázaro.

Vorst no fue a visitarle mientras estuvo descansando en el hospital de la Hermandad. En su lugar se presentó un hombre llamado Kirby, de rostro apergaminado por la edad. Dijo que era el coordinador hemisférico y el colaborador más estrecho de Vorst.

—Me uní a la Hermandad antes de que usted desapareciera —dijo—. ¿Había oído hablar de mí?

—No lo recuerdo.

—Yo era un simple subalterno. No me extraña que ignorara mi existencia, pero confiaba en que se acordara de mí si nos hubiéramos conocido. Este intervalo de tantos años nubla mi memoria, pero para usted es como si no hubiera pasado el tiempo.

—Mi memoria funciona perfectamente —dijo Lázaro con firmeza—. No le recuerdo en absoluto.

—Ni yo a usted.

El resucitado se encogió de hombros.

—Trabajé al lado de Vorst. Tuvimos discrepancias. Eso queda fuera de toda duda. En un momento dado, me alejé y fundé los armonistas. Después… desaparecí. Y aquí estoy. ¿Le resulta difícil creerme?

—Tal vez me he engañado. Ojalá me acordara de usted.

Lázaro se recostó. Paseó la mirada por las paredes verdes elásticas. Los intrumentos que controlaban sus constantes vitales zumbaban y cliqueteaban. Flotaba en el aire un olor acre: asepsia en acción. Kirby parecía irreal. Lázaro se preguntó qué laberinto de bombas y caballetes le mantenían entero bajo su grueso y caluroso hábito azul.

—Comprenderá que no puede quedarse en la Tierra, ¿verdad? —dijo Kirby.

—Por supuesto.

—La vida le resultará muy incómoda en Venus a menos que se transforme. Nosotros lo haremos. Sus hombres podrán supervisar la operación. Ya lo he comentado con Mondschein. ¿Está interesado?

—Sí. Cámbienme.

Vinieron al día siguiente para convertirle en venusino. Sabía que la operación era un asunto de interés público, pero sería ingenuo pretender que su vida le pertenecía en exclusiva. Ya no. Le dijeron que tardarían varias semanas en consumar la transformación. En otros tiempos costaba meses. Le equiparían con branquias y le adaptarían para respirar la inmundicia ponzoñosa que era la atmósfera de Venus. Después, quedaría en libertad. Lázaro aceptó. Le abrieron en canal, le rehicieron de nuevo y le prepararon para embarcar.

Vorst, encogido y con un hilo de voz, pero todavía una figura autoritaria, vino a verle.

—Has de saber que no tuve nada que ver con tu secuestro. Nadie me informó… Fue obra de unos fanáticos.

—Por supuesto.

—Me complace la disparidad de opiniones. El camino que sigo no es necesariamente el único correcto. Hace muchos años que echo en falta el diálogo con Venus. En cuanto te instales, confío en que te comunicarás conmigo.

—No me cerraré en banda contra ti, Vorst. Me has dado la vida. Escucharé lo que tengas que decirme. No existen motivos que impidan mi cooperación, siempre que respetemos nuestras respectivas esferas de intereses.

—¡Exactamente! Al fin y al cabo, nuestro objetivo es el mismo. Podemos unir nuestras fuerzas.

—Con cautela.

—Con cautela, sí. Pero con sinceridad —Vorst sonrió y se marchó.

Los cirujanos completaron su obra. Lázaro, convertido en un alienígena, viajó a Venus con Mondschein y el resto del séquito armonista. Era como un triunfante regreso a casa, si se podía llamar casa a un lugar en el que nunca había estado.

Hermanos de hábito verde y piel azulina le dieron la bienvenida. Habían enfatizado el elemento espiritual hasta límites que él jamás había sospechado, prácticamente divinizándole, pero Lázaro no tenía la menor intención de corregirlo. Sabía que su posición era muy precaria. Había hombres poderosos en su organización a los que no alegraría precisamente el regreso de un profeta, y que tal vez le someterían a un segundo martirio si amenazaba sus intereses establecidos. Lázaro procedió con cautela.