—Hemos hecho grandes progresos con los espers —le dijo Mondschein. Vamos muy por delante del trabajo de Vorst en ese campo, según mis noticias.
—¿Tenemos telequinésicos?
—Desde hace veinte años. Nuestro poder crece cada día. En la próxima generación…
—Me gustaría ver una demostración.
—Ya lo habíamos previsto.
Le mostraron lo que eran capaces de hacer. Introducirse en un bloque de madera y hacer que sus moléculas bailaran en llamas, lanzar un guijarro al cielo, materializarse de un lugar a otro… Sí, era impresionante, desafiaba la razón. Sin duda superaba los logros de la Hermandad.
Los espers venusinos se exhibieron ante Lázaro durante horas seguidas. Mondschein, sereno y complacido, no cabía en sí de satisfacción. Hablaba de umbrales, levitación, impulsos telequinésicos, fulcros de unidad y otros temas que dejaban a Lázaro estupefacto, aunque alentado.
El que había regresado señaló con un dedo las grises masas de nubes que ocultaban los cielos.
—¿Cuánto falta? —preguntó.
—Aún no estamos preparados para los viajes interestelares —replicó Mondschein—. Ni siquiera interplanetarios, aunque en teoría no exista gran diferencia entre unos y otros. Estamos trabajando en ello. Dénos tiempo. Triunfaremos.
—¿Podemos hacerlo sin la ayuda de Vorst?
La complacencia de Mondschein se desvaneció.
—¿Qué clase de ayuda puede darnos él? Ya le he dicho que vamos una generación por delante de sus espers.
—¿Nos bastará con los espers? Quizá pueda proporcionarnos lo que nos falta. Una empresa colectiva: armonistas y vorsters colaborando. ¿No cree que vale la pena sondear la posibilidad, hermano Christopher?
—Claro, sí, sí, por supuesto —sonrió, sin ganas, Mondschein—. Claro que vale la pena sondearla. Admito que no habíamos considerado este acercamiento, pero usted aporta un nuevo enfoque a nuestros problemas. Me gustaría discutir el asunto con usted más adelante, cuando ya se haya instalado.
Lázaro aceptó la verborrea de Mondschein con benevolencia. Sin embargo, no había olvidado el arte de leer entre líneas, a pesar de su larga ausencia.
Sabía cuándo le daban largas.
9
En Santa Fe, una vez finalizada la insólita invasión de armonistas, las cosas volvieron a la normalidad. Lázaro se había levantado y viajado a otro planeta, los hombres de la televisión se habían retirado y el trabajo continuaba: las pruebas, los experimentos, los sondeos en los misterios de la vida y la mente, las incesantes tareas del movimiento interno vorster.
—¿Existió alguna vez David Lázaro, Noel? —preguntó Kirby.
Vorst frunció el ceño desde el capullo termoplástico. Apenas terminaron los cirujanos de trabajar con Lázaro, corrieron a encargarse del Fundador, que padecía un aneurisma en un vaso sanguíneo dos veces reconstituido. Los sensores habían localizado el punto exacto, las pinzas subcutáneas lo habían puesto al descubierto, las microcintas se ajustaron en el lugar correspondiente y una red de filamentos y polímeros enlazados reemplazaron a la peligrosa burbuja. Vorst estaba acostumbrado a las operaciones.
—Viste a Lázaro con tus propios ojos, Kirby —dijo.
—Vi algo que se levantaba de aquella cripta, andaba y hablaba racionalmente. Conversé con ese algo. Vi cómo lo convertían en un venusino. Eso no significa que fuera real. No te costaría nada construir un Lázaro, ¿verdad, Noel?
—Si quisiera, pero ¿por qué lo querría?
—Es obvio. Para hacerte con el control de los armonistas.
—Si tuviera malas intenciones respecto a los armonistas —explicó pacientemente Vorst—, les habría borrado de la faz de la tierra hace cincuenta años, antes de que se apoderasen de Venus. Me gustan. Ese joven, Mondschein, ha sufrido una espléndida transformación.
—No es joven. Tiene ochenta años, como mínimo.
—Una criatura.
—¿Vas a decirme si Lázaro es auténtico?
Los ojos de Vorst destellaron de irritación.
—Es auténtico, Kirby. ¿Satisfecho?
—¿Quién le metió en esa cripta?
—Sus propios seguidores, supongo.
—Entonces, ¿quién se olvidó de su ubicación?
—Bueno, tal vez lo hicieran mis hombres. Sin autorización. Sin decírmelo. Ocurrió hace mucho tiempo —las manos de Vorst se movían con gestos rápidos y agitados—. ¿Cómo voy a recordarlo todo? Fue encontrado. Le devolvimos a la vida. Se lo di a sus fieles. Me estás molestando, Kirby.
Kirby comprendió que se había adentrado en un campo sembrado de minas. Había azuzado a Vorst hasta el límite de su paciencia; insistir sería desastroso. Kirby había visto a otros hombres abusando de su intimidad con Vorst, y también había visto la desaparición imperceptible de dicha intimidad.
La irritación de Vorst se desvaneció.
—Sobreestimas mi astucia, Kirby. Deja de preocuparte por el pasado de Lázaro. Limítate a considerar el futuro. Se lo he entregado a los armonistas. Les será de mucho valor, independientemente de lo que ellos piensen. Están en deuda conmigo. Les he infligido una estupenda y pesada obligación. ¿No te parece útil? Ahora me deben algo. Cuando llegue el momento adecuado, les pasaré la factura.
Kirby permaneció mudo. Presentía que, de alguna manera, Vorst había alterado el equilibrio el poder entre ambos cultos, que los armonistas, en alza desde que tomaron posesión de Venus y su rico filón de espers, habían perdido su ventaja. Pero no tenía ni idea del método empleado, ni tampoco deseaba profundizar en el enigma.
Vorst estaba usando su comunicador. Levantó la cabeza y miró a Kirby.
—Hay otro «quemado» —dijo—. Quiero ir allí. Acompáñame.
—Por supuesto.
Siguió al Fundador por un laberinto de túneles, hasta desembocar en el pabellón de «quemados». Un esper, esta vez un muchacho, agonizaba. Quizá fuera hawaiano; su cuerpo se retorcía como si le estuvieran aplicando descargas eléctricas.
—Es una pena que no poseas poderes extrasensoriales, Kirby —dijo Vorst—. Podrías echar un vistazo al futuro.
—Soy demasiado viejo para lamentarlo.
Vorst avanzó hacia adelante, haciendo una señal al esper que le aguardaba. Tuvo lugar el vínculo. Kirby, como mero espectador, se preguntó qué estaría experimentando Vorst en ese momento. Los labios del Fundador se movían como si mascullara, y los dientes sobresalían de las encías cada vez que el cuerpo del esper sufría un espasmo. Alguien dijo que el chico recorría a toda velocidad en uno y otro sentido el flujo temporal. Kirby no le encontró sentido. Sin embargo, Vorst parecía viajar con el muchacho, contemplando una borrosa visión del mundo desde cada lado del muro temporal.
Ahora… Ahora… Atrás… Adelante…
Kirby experimentó la fugaz sensación de que él también se había unido al vínculo y viajaba por el tiempo, como segundo pasajero del esper. ¿Era aquél el caos del ayer? ¿Y el brillo dorado del mañana? Ahora… Ahora… «Maldito seas, viejo intrigante, ¿qué me has hecho?» Lázaro irguiéndose por encima de todos, Lázaro, que ni siquiera era real, un androide pergeñado en un laboratorio subterráneo por orden de Vorst, una marioneta útil, Lázaro había alcanzado el mañana y se disponía a robarlo…
El contacto se rompió. El esper había muerto.
—Hemos desperdiciado otro —murmuró Vorst. El Fundador miró a Kirby—. ¿Te encuentras mal?
—No. Estoy cansado.
—Ve a descansar. Seis cortos sobre historia y un rato en el tanque de relajación. Ya podemos respirar tranquilos. Lázaro no está en nuestras manos.