Выбрать главу

Kirby no sabía bien lo que esperaba. Se había imaginado en sus fantasías a una docena de venusinos bailando alrededor de la cápsula, unidas las manos, sus frentes palpitando por el esfuerzo de elevar el vehículo y lanzarlo al espacio. Sin embargo, los venusinos no estaban a la vista; se hallaban encerrados en su cúpula, a centenares de metros de distancia, y Kirby tuvo la sospecha de que ni habían enlazado las manos ni mostraban señales externas de esfuerzo.

En sus ensueños también se había imaginado a la cápsula despegando como un cohete, elevándose unos metros del suelo, bamboleándose ligeramente, subiendo un poco más, remontándose de repente, cruzando el cielo con una marcada trayectoria, disminuyendo de tamaño, perdiéndose de vista al fin. Pero, claro, la realidad no se ajustaría a sus visiones.

Esperó. Pasó un largo momento.

Pensó en Vorst, aterrizando en otro planeta. ¿Tal vez en un mundo habitado? ¿Qué efecto produciría Vorst al llegar a este territorio virgen? Vorst era una fuerza irresistible, terrorífica y única. A donde fuera, transformaría todo cuanto le rodeara. Kirby sintió pena por los diez desventurados pioneros que gozarían de los consejos continuados de Vorst. Se preguntó qué clase de colonia fundarían.

Fuera cual fuese, tendría éxito. El éxito era algo natural en Vorst. Era espantosamente viejo, pero todavía poseía una increíble vitalidad. El Fundador parecía saborear el desafío de comenzar de nuevo. Kirby le deseó buena suerte.

—Allá van —susurró Capodimonte.

Era verdad. La cápsula seguía en tierra, pero el aire que la rodeaba oscilaba, como agitado por las oleadas de calor que surgían de la tierra reseca y arenosa.

Entonces, la cápsula desapareció.

Eso fue todo. Kirby miró el lugar vacío donde había estado. Vorst había ascendido a los cielos, y en algún lugar se había abierto una puerta.

—Existe una Unidad de la que toda vida brota —dijo alguien en voz baja detrás de Kirby—. A la infinita variedad del universo le debemos…

—Hombre y mujer, estrella y piedra, árbol y ave… —dijo otra voz.

—En nombre del espectro, del cuanto y del sagrado angstrom… —dijo otra.

Kirby no se quedó a escuchar las familiares oraciones, ni tampoco rezó. Miró brevemente una vez más aquel punto vacío del desierto, y después levantó la vista hacia el cielo intensamente azul, que empezaba a oscurecerse ante la inminente llegada del ocaso. Se había consumado. Vorst se había ido, dando por finalizada su misión en la Tierra, y ahora les llegaba el turno a los hombres inferiores. El camino estaba abierto. La humanidad podía desparramarse por los cielos. Tal vez. Tal vez.

Solo entre la muchedumbre de fieles, Kirby dio la espalda al ahora lugar sagrado desde el que Vorst había ascendido a los cielos. Kirby, con mucha parsimonia, una alta figura cuya sombra se alargaba varios metros, se alejó del lugar donde Noel Vorst había estado, hacia el lugar donde David Lázaro le estaba esperando para hablar con él.