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– Cuesta creerlo -dijo una de las personas mirando una fotografía que había sobre la mesa y que mostraba a una mujer joven de melena negra que, en contra de la moda, la llevaba suelta y con la raya en el medio.

– ¿A qué se refiere?

– No puedo creer que esa mujer insignificante haya eliminado a dos de nuestros agentes.

– Es posible que le cueste imaginarlo, pero ha sido exactamente así. Y debería tenerlo presente en toda acción que emprenda.

– ¿Qué?

– Que lo que usted cree ver en esa fotografía solo es una parte de la verdad. Y que esa mujer tuvo al mejor maestro que se pueda imaginar.

– ¿Gardiner Kincaid? -La otra persona pronunció el nombre con desprecio-. Traicionó a nuestra organización.

– Aun así, era un investigador brillante, sin cuya intervención no habríamos logrado tanto en tan poco tiempo. Y le ha enseñado muchas cosas a su heredera…

– Y qué más da… Siempre hay medios y maneras. Existen armas contra las cuales Sarah Kincaid también está indefensa.

– ¿Debo inferir de sus palabras que ya está siguiendo un plan concreto?

– En efecto. Le aseguro que no fracasaré como han hecho mis dos predecesores. Muy pronto Sarah Kincaid hará todo lo que le exijamos… y mucho más. Y lo mejor de todo es que lo hará por su propia voluntad, igual que el viejo Gardiner. Cuando se dio cuenta de quién eran las órdenes que recibía, ya era demasiado tarde… A Sarah le ocurrirá lo mismo.

– ¿Seguro? ¿Como piensa conseguirlo?

– Déjelo de mi cuenta. Lo único que necesito es carta blanca. Quiero libertad para elegir los medios y las ocasiones.

– Respetaremos su deseo, pero vaya con cuidado. Después de todo lo que ha sucedido, tenemos motivos para suponer que hay traidores en nuestras filas. No todos nuestros vasallos sirven con la misma buena voluntad…

– No se preocupe, ya he considerado esa posibilidad.

– ¿Me permite una pregunta?

– Naturalmente.

– ¿Por qué cree que conseguirá lo que no ha conseguido ninguno de sus predecesores?

– Muy sencillo -replicó la otra persona, y una sonrisa taimada se perfiló en sus labios pálidos-, porque mis predecesores carecían de una ventaja decisiva: yo soy mujer y, por lo tanto, sé exactamente cómo siente y cómo piensa Sarah Kincaid, y también cómo actúa. Ya verá usted, monsieur, que ha hecho bien abriéndome las puertas a su ilustre círculo.

Kincaid Manor, Yorkshire, 16 de septiembre de 1884

– Sarah…

– ¿Sí, padre?

– Estoy convencido… No es casual que aquí… Era tu destino, igual que el mío… Continúa mi misión…, busca… la verdad…

– Lo haré -promete ella, lo cual parece proporcionarle una sensación de profundo alivio al moribundo. Su semblante desfigurado por el dolor se relaja mientras coge aire para pronunciar sus últimas palabras en este mundo.

– Una cosa más, Sarah…

– ¿Qué, padre?

– Tienes que… perdonarme…

– Ya te he perdonado.

– No hablo de eso. -Menea la cabeza, y le sale sangre por la boca-. No sabes… toda la verdad…

– ¿La verdad? ¿Sobre qué?

– Sobre lo… ocurrido… Tú no eres…

Sus palabras se interrumpen repentinamente.

Los ojos vidriosos se le dilatan, abre la boca para proferir un grito sordo y se incorpora ligeramente, pero vuelve a desplomarse y se queda tendido, inmóvil.

– ¿Padre?

No obtiene respuesta.

Todo lo que la envuelve parece disiparse. La luz trémula de las antorchas que iluminaba la galería se apaga y cede paso a una negrura alquitranada. Una oscuridad tan absoluta que ninguna mirada puede atravesarla la rodea y, de repente, ya no tiene la sensación de ser una mujer adulta, sino una niña indefensa.

El temor se añade a su pena. Frío y cortante, penetra en sus entrañas mientras ella mira atemorizada en la oscuridad, sabiendo que la negrura no está vacía, sino que muchísimos ojos la están observando.

– ¿Padre…?

– Padre, ¡ayúdame…!

Sus propios gritos despertaron a Sarah Kincaid.

Tardó unos instantes en descubrir que no se encontraba en las lúgubres catacumbas de Alejandría ni estaba rodeada de oscuridad. Solo había sido un sueño: el sueño que, desde la muerte de su padre, la perseguía constantemente y del que no podía escapar por mucho que hiciera.

Probablemente, se dijo, era su destino revivir una y otra vez los sucesos traumáticos que le habían cambiado radicalmente la vida. Y, con ellos, la pesadilla de una infancia perdida que no podía recordar.

– ¿Va todo bien?

Fue su voz lo que la hizo volver en sí y comprender que, si bien aquellas cosas terribles habían sucedido, ya no estaba sola e indefensa.

Kamal Ben Nara.

Lo había conocido y se había enamorado de él durante su última estancia en Egipto, cuando emprendió la búsqueda del Libro de Thot. Kamal se presentó a Sarah ya sus acompañantes como guía nativo, sin rebelarles que en realidad era el jefe de una tribu tuareg cuya misión consistía en custodiar aquel libro legendario y los secretos que contenía. Unos sucesos que no podrían haber sido más dramáticos y en cuyo transcurso encontró la muerte Maurice du Gard, amigo íntimo y confidente de Sarah, condujeron finalmente a Kamal y a Sarah a La Sombra de Thot, un lugar enigmático en medio del desierto de Libia donde hallaron el legado de la divinidad egipcia y estuvieron a punto de pagarlo con sus vidas.

Aunque para Kamal, de madre británica y que había vivido mucho tiempo en Londres, el regreso a Inglaterra implicaba riesgos, lo había hecho por amor a Sarah, y ella disfrutaba de sentir su calor y su proximidad. Solo le hizo falta darse la vuelta en la cama para ver sus ojos oscuros y su mirada dulce, en la que siempre encontraba consuelo y amor.

– ¿Has vuelto a soñar? -preguntó Kamal, preocupado.

La luz de la luna que entraba a través del ventanal de la habitación le iluminaba el rostro.

Sarah asintió moviendo la cabeza con disgusto.

– Los espíritus del pasado… No consigo liberarme de ellos.

– Hace falta tiempo -replicó Kamal en voz baja-. Mi pueblo tiene una máxima: un corazón solo puede dejar atrás lo que le gustaría dejar atrás.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Sarah, con una mirada interrogativa-. A mí me gustaría olvidar lo ocurrido, créeme. Rezo cada día por ello.

– Te creo. -Sonrió y le apartó cariñosamente de la frente un mechón de pelo-. Pero la voluntad y el corazón suelen seguir caminos diferentes.

– No en este caso -aseguró ella, y se inclinó sobre él para besarlo suavemente en los labios. Una vez más, en sus brazos encontró el ansiado olvido.

Capítulo 2

Diario personal de Sarah Kincaid

Los días pasan volando.

Es como si hubiera nacido de nuevo, como si me hubiera convertido en otra persona gracias a Kamal. Ya no me intereso tan solo por la arqueología y por investigar el pasado, y mis pensamientos ya no se oscurecen por las sombras de lo que ocurrió.

Mi padre y los dramáticos sucesos ocurridos en Egipto siguen estando presentes. Pero, con cada día que pasa y estando en compañía de Kamal, creo notar que van perdiendo su poder sobre mí. Ya solo son vividos de noche, como si la oscuridad los animara a deslizarse desde el rincón tenebroso del alma al que los ha expulsado la luz del sol y el amor entregado de Kamal.