Выбрать главу

– Jamás -dijo en voz baja.

Por ínfimas que fueran las perspectivas de éxito y por muy vagas que fueran las tesis que el doctor Cranston y sus colegas habían formulado, había algo que reforzaba su creencia de que los médicos podían estar en lo cierto. Porque, aunque nadie creía en su teoría de los cuatro intrusos, Sarah sabía lo que había visto y lo que había sentido, y no albergaba la menor duda de que ellos eran los causantes del estado de Kamal, ni se hacía ilusiones en lo tocante al motivo de tal acto. Si aquellos hombres hubieran querido matar a Kamal, podrían haberlo hecho. Pero seguía con vida, y no por casualidad, sino porque sus verdugos así lo habían querido. Estaba clarísimo que perseguían un objetivo determinado, y ese objetivo no era Kamal, sino ella…

Sarah recordó que se había defendido con uñas y dientes contra la sospecha que había apuntado Kamal de que su detención podía haber sido instigada por aquel poder ominoso al que él solía llamar «herederos de Meheret» y que ya había aparecido dos veces en la vida de la joven y había causado estragos en ella. Lo ocurrido llevaba la firma de la organización, que era experta en conseguir de manera extraordinariamente artera que sus objetivos se convirtieran en los objetivos de otros y en obligar a Sarah a hacer cosas que no quería hacer, igual que le ocurrió a su padre. Fuera quien fuera el que tiraba de los hilos en la sombra, una vez más demostraba ser un verdadero maestro de la manipulación y de la intriga, y Sarah tuvo la inefable sensación de haber caído en sus redes.

Partiendo de esa conclusión, solo cabían dos posibilidades. O bien se retiraba, abandonaba a Kamal a su suerte y de ese modo evitaba volver a convertirse en el juguete de aquella organización, cuya ansia de poder y de influencia habría eclipsado incluso a Bonaparte, o bien emprendía la búsqueda de una medicina para Kamal y, con ello, aun en contra de sus propias convicciones, volvía a convertirse en cómplice de los conspiradores, fuera cual fuese su siniestro objetivo.

Sarah sabía perfectamente qué le habría aconsejado Kamal. Su amado habría considerado sin duda insoportable que, por su causa, ella volviera a enfrentarse a su Némesis, a la pesadilla que la perseguía desde la muerte de su padre. Pero Kamal no estaba allí para convencerla. Vagaba en tierra de nadie, en algún lugar entre la vida y la muerte, y Sarah tenía que decidir sola. Sin embargo, la decisión estaba más que madurada, la había tomado en el momento en que le dio a Kamal su palabra de no abandonarlo.

La idea de que se movía en un terreno peligroso, de que la esperaban horrores aún peores que los que había dejado atrás, de que estaría trabajando para el enemigo desconocido y probablemente haría lo que se esperaba de ella, de que tal vez causaría aún más desgracia… Todos esos pensamientos le vinieron a la mente, pero ella los apartó. Ningún reparo, por importante que fuera, podía contrarrestar su amor por Kamal. Esta vez, y no sería ni la única ni la última vez en su vida, decidiría con el corazón.

Sarah era arqueóloga y científica, pero también era una mujer y haría todo lo posible por salvar la vida del hombre al que amaba, fueran cuales fueran las consecuencias. Durante los dos años anteriores había renunciado a muchas cosas y había sufrido muchas pérdidas… Esta vez solo pensaría en ella y en su felicidad…

– Está decidido -anunció con voz queda.

– ¿Está decidido? -Sir Jeffrey la miró interrogativo-. ¿Había algo que decidir?

– Por supuesto -confirmó Sarah-. Haré todo lo posible por salvar a Kamal y emprenderé la búsqueda del antídoto.

– ¿El antídoto? -Cranston abrió mucho los ojos-. Pero ya le he dicho que no sé si hay…

– Lo hay, créame -lo interrumpió Sarah con voz firme-. Y espera a ser descubierto.

– ¿Dónde? -preguntó sir Jeffrey, asombrado.

En el semblante de los otros hombres también se reflejaba la sorpresa.

– No lo sé -respondió Sarah con sinceridad-, pero lo encontraré.

– Querida -intervino el doctor Teague con cierta displicencia-, si no sabe si tal remedio existe realmente ni dónde debe buscar…, ¿cómo puede estar tan segura?

– Porque se lo preguntaré a alguien que me dará información -contestó Sarah.

– ¿A quién? -preguntó sir Jeffrey, cuyo semblante preocupado daba a entender que intuía la respuesta.

– Caballeros, ya me disculparán -replicó Sarah mirándolos-, pero no he consultado al médico adecuado…

Capítulo 8

Diario personal de Sarah Kincaid

¿Es esta la suerte que debo sufrir una y otra vez? ¿Igual que Prometeo, que, encadenado a las rocas del Cáucaso, debe soportar eternamente el mismo tormento? ¿O que Sísifo, condenado a realizar siempre el mismo esfuerzo sin perspectivas de éxito ni de descanso? ¿Me ocurre a mí lo mismo? ¿Debo revivir una y otra vez mi pasado?

En mi último encuentro con Mortimer Laydon, que tuvo lugar de manera tan inesperada entre los sombríos muros de Newgate, no estaba preparada para enfrentarme ni a mi pena ni a mis miedos. Me asaltó el horror de nuevo y me prometí no volver a ver nunca al hombre que tanto sufrimiento nos había causado a mí y a mi familia.

He cambiado de opinión, no por propia voluntad, sino porque la necesidad me obliga.

Hasta hace unos días no me habría imaginado que existiera ningún poder lo suficientemente fuerte para obligarme a encararme de nuevo con el asesino de mi padre. Pero las cosas han cambiado y, con tal de salvar a Kamal, incluso miraría al ojo candente de un dragón que escupiera fuego. Por muy ínfimas que sean las perspectivas de éxito, no puedo dejar de intentar nada, aunque eso signifique que deba encontrarme de nuevo con mi acérrimo enemigo.

Igual que un guerrero medieval se lanzaba a la batalla equipado con cota de malla y yelmo, yo también intento protegerme para la entrevista inminente. Sin embargo, por mucho que intento escudarme en mi interior, sospecho que al final no habrá protección alguna contra las miradas de Laydon y el veneno de sus palabras.

Al fin y al cabo, será su personalidad la que se enfrente a la mía, su locura a mi razón. Y aunque sé que no me haré con la victoria en esa batalla, no puedo rehuir la lucha. Porque mi derrota significa esperanza para mi amado Kamal…

Sala de interrogatorios 5, Newgate, Londres

– ¿Está segura, mi querida amiga, de que realmente desea hacerlo? -Sir Jeffrey tenía el ceño fruncido y su voz sonora delataba una sincera preocupación-. No quiero ni pensar cómo la afectará volver a encontrarse con ese asesino.

– Si he de serle sincera, sir Jeffrey, yo tampoco quiero pensarlo -replicó Sarah-. Y, créame, si hubiera alguna otra posibilidad, me aferraría a ella sin dudarlo. Pero creo que Mortimer Laydon es la única persona que puede darme información y no puedo dejar pasar esa oportunidad, ¿me comprende?

– Por supuesto -aseguró el consejero real, a quien Sarah había explicado sus motivos con todo detalle en las últimas horas-, pero sigo sin entender por qué tiene que hablar personalmente con él. Permítame que sea yo quien se encargue del asunto. O el doctor Cranston, o…

– Para mí, sería un placer -confirmó el médico de Bedlam, el único de todos sus colegas que aún seguía allí: el doctor Billings, Markin y Teague se habían despedido ya por lo avanzado de la hora.

– Es usted muy amable, caballero -dijo Sarah- y le aseguro que me encantaría aceptar su oferta, puesto que me horroriza encontrarme con ese hombre. Pero no me queda más remedio, puesto que, por un lado, conozco a Mortimer Laydon mucho mejor que ustedes y, por otro, tengo motivos para suponer que soy la única que está en condiciones de entender sus insinuaciones.