– ¿Nunca has pensado que la historia se repite? -preguntó Laydon-. ¿Que a tu querido Kamal le ha pasado lo mismo que te ocurrió a ti hace muchos años?
– ¿Te refieres a…?
– Como ya sabes, a ti te acometió una fiebre misteriosa que te tuvo en sus garras durante semanas. Habías perdido el conocimiento y el viejo Gardiner creyó que te había perdido. Espero que no hayas olvidado quién te curó de la fiebre en aquel entonces…
– ¿Y tú crees que Kamal sufre la misma fiebre? -preguntó Sarah, pasando por alto adrede la autoalabanza de Laydon.
– Es posible, ¿no?
Sarah no pudo más que asentir.
¿Por qué no se le había ocurrido a ella la idea? Probablemente, porque eso llevaba a una conclusión que la atemorizaba muchísimo más que la presencia de Laydon y todo lo que este aún pudiera revelarle. Si la fiebre que sufrió Sarah de niña y la que mantenía entre sus garras a Kamal las había originado lo mismo, eso significaba ni más ni menos que aquel poder siniestro que, según creía hasta el momento, se había cruzado por primera vez en su camino en París, en realidad había aparecido antes en su vida. Mucho antes.
Y ya en aquel entonces la había cambiado…
– Suponiendo que fuera así -murmuró Sarah, estremecida ante aquella idea-, ¿qué significaría eso para Kamal? ¿Puede curarse?
– ¿Como tú entonces?
Sarah asintió.
– Deja que te lo explique, pequeña. Si Kamal realmente sufre la fiebre oscura, está prácticamente muerto y se encuentra de camino hacia el más allá. Si quieres revocar esos hechos, tienes que buscar allí donde cobra vida lo inanimado. Pero te advierto que el viaje te llevará directamente a las tinieblas.
– ¿Dónde exactamente? -preguntó Sarah resoplando-. ¿Dónde debo buscar?
– ¿Tú qué crees? -contestó Laydon, y en ese instante la clarividencia que había despejado su mente, nublada por locura, volvió a declinar-. Evidentemente, donde empezó todo -murmuró de manera casi incomprensible-. Donde se creó vida a partir de lo inanimado.
– ¿Qué quieres decir? -Sarah enarcó las cejas, recelando de que Laydon solo quisiera humillarla de nuevo, pero parecía hablar en serio, puesto que no soltó una de sus carcajadas-. ¿De qué estás hablando? ¿Del Génesis?
– ¿El viejo Gardiner no te enseñó a interpretar los secretos del Antiguo Testamento? ¿La Tora? ¿La Biblia? ¿No conoces la palabra del Todopoderoso?
– Lo suficiente para saber que un sacrílego como tú no debería ponerla en su boca.
– En el libro del Génesis está escrito: «La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas».
– ¿Y? -preguntó Sarah, pero la única respuesta que recibió fue una risotada maliciosa.
La mirada de Laydon ya no parecía dirigirse a ella, sino a algún punto de una lejanía insospechada. Fuera lo que fuese lo que veía aquel criminal, no parecía tener nada que ver con la realidad. La risa chillona se repitió y la mente de Laydon volvió a sumergirse en las tinieblas de las que Sarah parecía haberlo arrancado por poco tiempo.
– Has perdido el juicio -constató Sarah.
– Quizá… Pero los judíos son los hombres que no serán culpados por nada -graznó Laydon, soltando una carcajada tan ampulosa y estentórea que le falló la voz y amenazó con ahogarlo, a la vez que ponía los ojos en blanco.
Sarah se alejó de él, asqueada. Estaba impaciente por dejar atrás los muros de Newgate y poder respirar por fin al aire libre.
La embargó una sensación de alivio al salir de la sala y no tener que seguir mirando a los ojos enfebrecidos por la locura de aquel asesino. Y, mientras oía a sus espaldas aquella risa agónica, comprendió que se había cortado definitivamente el delgado hilo que hasta entonces había impedido que la cordura de Laydon se precipitara a un abismo insospechado.
Capítulo 9
Diario personal de Sarah Kincaid, anotación posterior
Decir que me he sentido desolada al salir de la prisión de Newgate rayaría el comedimiento más descarado. Sabía que encararme con Mortimer Laydon sería duro, que aquel canalla intentaría cualquier cosa para causarme daño y, si temía el encuentro, no era sin razón. Sin embargo, la realidad ha superado con creces mis peores temores.
Abrigaba la esperanza de que Laydon me desvelaría alguna información, una pista sobre lo que le había ocurrido a Kamal y qué podía hacer yo para salvarlo. Sin embargo, lo único que he recibido ha sido un cúmulo de insinuaciones y de medias verdades, de mentiras y de intrigas, guarnecidas con miedo y dudas. Un discurso críptico cuyo sentido, si es que lo tiene, no comprendo; acusaciones malévolas que, por el motivo que sea, me han sacudido hasta el alma; y me he enterado de cosas que jamás he ansiado saber y con las que ahora debo cargar… ¿O tal vez solo eran fantasmagorías, engendros de una mente arrastrada por la locura?
Durante el camino de vuelta a Mayfair, no he podido sino pensar en lo que Laydon había dicho y, aunque en lo más hondo de mi ser me resistía, me he preguntado si podría ser verdad lo que aquel canalla me había contado.
La búsqueda de mi padre, que hace más de dos años me llevó primero a París, desde allí a Malta y, finalmente, a la lejana Alejandría, me enseñó que realmente se me habían ocultado cosas, que existía un Gardiner Kincaid que me resultaba extraño y al que jamás conocí. Saber que mi padre no siempre había sido sincero conmigo quebrantó profundamente mi confianza en él. Aun así, estoy firmemente convencida de que jamás me habría escondido algo tan trascendente. ¿O sí?
Mientras agonizaba, mi padre intentó contarme algo, igual que Maurice du Gard cuando perdió la vida en la cubierta del Egypt Star. Ninguno de los dos tuvo tiempo de acabar su última frase, y a menudo me pregunto qué querían decirme. ¿He recibido hoy la respuesta a esa pregunta? ¿Quisieron ambos contarme con su último aliento que yo no soy la que hasta hoy creía ser?
Esa posibilidad me estremece, la sola idea es capaz de arrastrarme a los terrenos oscuros por donde ya vaga Laydon y de los que no hay retorno. No debo ceder, tengo que concentrarme en el presente y en salvar a Kamal.
Según me dijo el doctor Billings, su estado sigue siendo estable, pero eso no significa nada. ¿Tendrá razón Laydon? ¿Ha sido alcanzado Kamal por aquel misterioso fenómeno que también me afectó a mí en mi niñez y por el cual no soy capaz de recordar nada? ¿Y qué significa esto en lo tocante a la siniestra organización que ansia poder y dominio y pretende servirse del pasado para conseguir sus objetivos? ¿Me topé con ella antes y no lo recuerdo?
Me vienen a la memoria ciertas cosas que me dijo el cíclope cuando estábamos en la biblioteca de Alejandría y que en aquel entonces taché de mentiras descaradas. Me llamó estúpida y me reprochó que no hubiera entendido nada. ¿Puede deducirse de esas palabras que él me conocía desde mucho antes que yo a él? Y el gigante de un solo ojo ¿no se llamaba Caronte en honor al barquero de los muertos de la mitología griega?
En cierto modo, que no acabo de comprender, hay cosas que parecen encajar, pero ni se me revela su sentido ni intuyo el fin. Con una única vela de llama trémula, intento explorar un enorme laberinto sumido en la oscuridad. No conozco el camino ni el destino, pero sé que debo hallar ambas cosas si no quiero que Kamal muera.
Puesto que Laydon es la única conexión con los que le han hecho esto a mi amado, no me queda más remedio que seguir sus indicaciones. Quizá, eso espero y temo, tras la palabrería del perturbado asesino se esconde una chispa de verdad. Buscar esa verdad debe ser mi tarea prioritaria, sin importar lo que suponga para mí ni qué lúgubres secretos pueda descubrir. Laydon habló de un viaje a las tinieblas; en eso, al menos, parece tener razón…