Выбрать главу

– ¿Y qué dijo?

– Que los judíos son los hombres que no serán culpados por nada -dijo Sarah citando al canalla.

Sir Jeffrey murmuró algo despectivo.

– Desvaríos de un perturbado mental -comentó convencido.

– Es muy probable -especuló Sarah-. La frase estaba totalmente fuera de contexto y, a primera vista, no tenía sentido. Sin embargo, tengo la sensación de que Laydon quería decirme algo con ella. Algo que establecía una relación entre el estado en que se encuentra Kamal y el libro del Génesis. Al parecer, los judíos desempeñan un papel en todo esto, pero no consigo…

Se interrumpió al ver que sir Jeffrey se levantaba de repente y se iba de la mesa sin pronunciar una sola palabra de disculpa o de pesar, actuando en contra de las buenas formas. Sarah suspiró. Estaba claro que su obstinación había sido la causante de que el consejero real hubiera abandonado su propio comedor, y se reprendió por haber expresado sus pensamientos en voz alta.

Cuando se disponía a disfrutar de una cucharada de sopa, sir Jeffrey volvió con un periódico en la mano.

– Temía que el bueno de Finnegan lo hubiera utilizado para encender la chimenea -dijo, y dejó el periódico sobre la mesa, delante de Sarah-. En la página cuatro. Lea.

Sarah estaba sorprendida. En contra de lo que esperaba, no distinguió ni crítica ni enojo en el rostro de su anfitrión. Al contrario, sir Jeffrey estaba muy serio y el aire paternal había desaparecido de su semblante.

Sarah cumplió solícitamente la orden. El periódico tenía fecha del 19 de septiembre, o sea que era de hacía una semana. Los titulares informaban de ganancias récord en la Bolsa y de un cambio de dirección en la cúpula del almirantazgo.

Obediente, Sarah fue a la página indicada y se quedó de piedra al leer el titular destacado:

¿EL RETORNO DEL GOLEM?

Los judíos de Praga aterrados por la legendaria figura

Sarah levantó confusa la vista y le dirigió una mirada interrogativa a sir Jeffrey.

– Lea -volvió a pedirle, y Sarah le echó una ojeada al artículo.

La historia del Golem es bien conocida. Según la leyenda, en el siglo XVIel enigmático rabí Löw creó una criatura de barro que debía ayudar a los ciudadanos del barrio judío de Praga. Sin embargo, el ansia humana de originar vida a partir de algo inanimado fracasó y el Golem se convirtió paulatinamente en una amenaza, de manera que al rabí no le quedó más remedio que destruir a su criatura. No obstante, algunas voces afirman que el Golem ha continuado existiendo hasta nuestros días y que se albergaba en algún lugar situado por debajo de la ciudad. Naturalmente, se trata de meras leyendas que, sin embargo, estos días vuelven a recuperar peso porque hay quienes aseguran haber visto varias veces a ese gigantesco ser en las callejuelas de Josefov durante las semanas pasadas. En tanto que la policía se enfrenta a un misterio y los representantes de la Iglesia católica niegan la existencia de semejante criatura, el miedo ronda por el barrio judío, ya que, según cuenta el rabí Mordechai Oppenheim, experto en la interpretación de escritos, el regreso del Golem anuncia la llegada del fin del mundo…

Después de leer la noticia, Sarah se quedó unos momentos en silencio.

– Originar vida -repitió pensativa-, eso es lo que significa «Génesis». ¿A eso aludía Laydon cuando…?

– Mientras la escuchaba, me vino a la cabeza ese artículo -dijo sir Jeffrey-. Debo confesarle que cuando lo leí por primera vez no creí una palabra. Pero después de lo que usted me ha explicado…

– … considera posible que Laydon se refiriera a esto -concluyó Sarah la frase.

– Sigue pareciéndome bastante inverosímil -dijo el consejero real, mostrando sus reservas-. Tal vez Laydon se enteró de algún modo de la noticia y solo intentaba despistarla.

– No -negó Sarah meneando la cabeza-. El director Sykes me explicó que a los presos no se les permite leer los periódicos.

– Entonces, ¿cómo podría haberlo sabido?

– Esa es la cuestión -confirmó Sarah-. O él no sabía nada de todo esto y nosotros intuimos relaciones donde no las hay, o alguien ha instruido a Laydon para que me diera esas indicaciones porque ese alguien sabía que yo hablaría con él.

– Una idea angustiosa -constató sir Jeffrey.

– Sin duda -le dio la razón Sarah-, pero ni de lejos tan angustiosa como la perspectiva de no poder hacer nada por Kamal y estar a merced de aquel poder extraño sin salvación posible.

– ¿Qué piensa hacer?

– Necesito más información -respondió Sarah-. ¿Podría conseguirme hora de visita en la biblioteca del Museo Británico?

– Por supuesto, Sarah. Pero antes debe descansar y, sobre todo, tiene que comer algo.

– No hay tiempo, sir Jeffrey -objetó Sarah, cuyo afán de investigar había despertado por completo-. Este enigma exige ser descifrado y, si en él se alberga alguna posibilidad de salvar a Kamal, tengo que encontrarla…

Capítulo 10

Diario personal de Sarah Kincaid

¿Puede tratarse de una casualidad? ¿Sigo realmente el rastro que me llevará a la solución del misterio que se me ha impuesto? ¿O, en mi desesperación, he sucumbido a un engaño que me hace suponer conexiones donde no las hay? En algunos momentos tengo la sensación de que estoy sobre una buena pista, mientras que en otros me corroen las dudas. ¿Los desvaríos de un enfermo mental y una noticia sensacionalista en una gaceta justifican una visita nocturna a la biblioteca?

Sir Jeffrey no oculta sus dudas, pero, por su vieja amistad con mi padre, me deja hacer. Gracias a sus buenas relaciones con la Casa Real, se ha ocupado no solo de que me abran las puertas de la biblioteca del Museo Británico, sino de que no me echen cuando caiga la noche y el resto de los visitantes ya se hayan ido. A la luz mortecina de una lámpara de gas, prosigo la búsqueda desesperada, mientras el veneno de la duda no deja de corroerme. ¿Dijo Mortimer Laydon la verdad cuando afirmó que era mi padre? ¿Me he pasado toda la vida tragándome una mentira?

Tengo la sensación de estar avanzando por aguas bravas sobre un témpano de hielo, esperando el momento en que el suelo inseguro se resquebrajará bajo mis pies…

Biblioteca del Museo Británico, Gower Street, Londres,

noche del 27 de septiembre de 1884

El lugar imponía respeto. Por encima de la amplia rotonda de la sala de lectura se alzaba la enorme cúpula que suponía el centro y el elemento distintivo del imponente edificio, que había sido diseñado por Robert Smirke y que albergaba desde hacía casi cuarenta años no solo la colección de objetos de arte más importante del imperio, sino probablemente también la mayor concentración de saber. Los fondos básicos de la biblioteca del Museo Británico los constituían la biblioteca privada de Jorge III y las colecciones de particulares acomodados y comprometidos que habían hecho méritos en la investigación y la cultura del reino. Sarah sabía que uno de los objetivos de Gardiner Kincaid había sido pertenecer a ese círculo ilustre y que hubieran mencionado su nombre junto a los de Robert Harley, duque de Oxford, o de sir Hans Sloane. Tal deseo no le fue concedido en vida, pero Sarah se proponía legar algún día al museo la biblioteca de Kincaid Manor y, de ese modo, encargarse de que al viejo Gardiner le otorgaran el honor que siempre había ansiado.

Le dolían los ojos. Cada vez apartaba la vista más a menudo de los libros que tenía abiertos sobre la gran mesa de roble, y se frotaba el entrecejo o se masajeaba las sienes. Las letras de los textos, la mayoría antiguos e impresos en papel de pasta de madera, desaparecían ante sus ojos, pero se obligó a concentrarse y a continuar leyendo. Con movimientos rápidos de la mano, tomaba notas cuando una información le parecía destacable, y así, trabajando minuciosamente, consiguió reunir conocimientos sobre lo que supuestamente ocurría en las callejuelas del barrio judío de Praga.