– Algo he oído -confirmó Sarah.
– Ojalá fuera yo quien hubiera descifrado el secreto y hubiera devuelto a nuestro pueblo a su antiguo protector, pero no lo soy. No me falta fe ni determinación, pero carezco del agua misteriosa. La que quedaba en posesión de nuestra comunidad nos fue robada hará unos diecinueve años.
– ¿Se la robaron?
– Así es, después de haber permanecido durante trescientos años en nuestro poder, desde el día en que Judah Löw dio vida a la criatura de barro.
– ¿Trescientos años? -Sarah comenzó a contar y, restando 319 a 1884, el resultado era 1565…-. Creía que el año del Golem había sido el 1580 -objetó.
– ¿Por qué lo dice?
– Bueno, teniendo en cuenta los acontecimientos que llevaron a la creación del Golem, puede concluirse que sucedieron en el 5430 del calendario hebreo, lo cual correspondería a marzo de 1580 de la era cristiana…
Oppenheim rió quedamente.
– ¿No esperará que los autores de los libros que lee conozcan toda la verdad? ¿Que sean expertos en los secretos de la cabalística? ¿De la mística de las letras? ¿De los sefirot?
– No, claro que no -admitió Sarah-. Pero una desviación de quince años…
– Para el dios de Jacob, eso es un instante -le dio que pensar el rabino-. Hay muchas historias alrededor de la creación, las acciones y la desaparición del Golem, lady Kincaid, y la verdad se encuentra en algún punto entre ellas. Es cierto que el Golem apareció por primera vez en el año 1580, pero la criatura fue creada muchos años antes y permaneció oculta a los ojos del mundo.
– Co… comprendo -contestó Sarah, dubitativa-. ¿Está realmente seguro en lo que respecta al año 1565?
– ¿Por qué lo pregunta?
– Porque ese año es muy importante por otros motivos -aclaró Sarah solícitamente.
– ¿De verdad? ¿Qué ocurrió?
– En el año 1565, el jefe del ejército otomano Dragut Rais intentó penetrar con una flota en la región occidental del Mediterráneo y conquistar la isla de Malta. En aquella época, Malta pertenecía a los caballeros de la Orden Hospitalaria de San Juan, que opusieron una enconada resistencia contra Rais y finalmente consiguieron rechazar la invasión.
– ¿Y? -preguntó el rabino.
– Hasta aquí, la parte oficial de la historia; ahora depende de usted si continúo o no con la transmisión oral.
– Adelante.
– Muy pocos saben -prosiguió Sarah-, que Dragut Rais tenía en su poder un artefacto antiquísimo, de tiempos remotos, llamado codicubus.
– ¿Un qué? -preguntó Gustav, que atendía con asombro a la conversación y parecía no saber qué debía pensar de todo aquello.
– Un recipiente metálico en forma de cubo, destinado a guardar mensajes e informaciones secretas a través de los siglos -explicó Sarah-. Al parecer, antiguamente perteneció a Alejandro Magno.
– Interesante -reconoció Oppenheim-. ¿Cómo sabe usted todo eso?
– Lo sé porque tuve en mis manos ese codicubus… y porque las personas que querían apoderarse de él son las mismas que le han hecho esto a Kamal.
– El estado de su amado… ¿fue provocado artificialmente?
– Todo parece indicar que sí -confirmó Sarah-, porque el símbolo de esa gente es un único ojo, que aparece en una de las seis caras del cubo, y también estaba en una nota que habían colocado debajo de la lengua de Kamal.
– Como el esquema -gimió el rabino, y se notó que se estremecía.
– Además, tenía una señal en la frente, compuesta por tres letras: A, M y T. Seguro que las conoce.
– Emeth -murmuró Oppenheim-. Igual que en el Golem…
– ¿Comprende ahora por qué estoy aquí, rabino? -preguntó Sarah, dirigiendo una mirada interrogativa al anciano-. ¿Comprende por qué estoy tan convencida de que precisamente aquí podría encontrar lo que librará a mi pobre Kamal de sufrir un final demasiado prematuro y azaroso?
– Absolutamente, lady Kincaid… Y lo considero una confirmación más de que usted es la persona de la que habla la profecía. Ha venido usted desde muy lejos para indagar sobre el Golem y su existencia, tal como estaba vaticinado. Sin embargo, debería tener mucho cuidado…
– Es la segunda vez que insinúa algo así. ¿Qué quiere decirme exactamente, rabí?
Por un momento pareció que Oppenheim iba a contestar, pero luego se lo repensó. La única reacción que Sarah obtuvo por respuesta fue un obstinado cabeceo de desaprobación. Sin querer recordó la advertencia de la condesa de Czerny: «Los rabinos son gente extraña. Suelen hablar con acertijos y algunas personas se han extraviado en el embrollo de sus palabras».
Sarah estaba harta de alusiones imprecisas. Cansada de andar a ciegas por laberintos que otros levantaban a su alrededor, y por eso habló con aspereza.
– Con simples insinuaciones no puedo hacer nada -puntualizó-. Lo que ha dicho solo refuerza mi propósito de buscar y encontrar al Golem.
– ¿Qui… quiere encontrar al Golem?
– Efectivamente. Al entrar me ha preguntado si creía en el Golem. A decir verdad, estoy dispuesta a hacer casi cualquier cosa y a creer todo lo que sea necesario para salvar a Kamal. Si encuentro al Golem, probablemente también encontraré el agua que da la vida… y que probablemente podrá salvar a mi amor. ¿Comprende?
– Creo que sí…
– ¿Sabe dónde se encuentra actualmente el Golem?
El rabino meneó la cabeza.
– No, lady Kincaid.
– Pero usted dijo que lo había visto.
– Casualmente, hace unas semanas. Mi amigo Daniel, el lechero, me había invitado a su casa y regresé a una hora avanzada. A la luz pálida de la luna distinguí una figura enorme, gigantesca, que avanzaba caminando pesadamente…
– El Golem -continuó Sarah.
– Tal como lo describen en los antiguos escritos.
– ¿Adonde fue?
– No lo sé.
– ¿No lo siguió?
– Lady Kincaid, soy un servidor de Dios, no un superhombre -reconoció el rabino avergonzado-. Al principio, tuve tanto miedo que no podía ni mover las piernas. Cuando por fin volvieron a obedecerme, el Golem había desaparecido. Corren rumores de que se esconde en las profundidades de la ciudad, en una habitación sin entrada.
– ¿Una habitación sin entrada? -preguntó Gustav, que escuchaba absorto.
– Dicen que solo la encontrará quien tiene que encontrarla -afirmó el rabino.
– Ha hablado usted de rumores -dijo Sarah-. ¿Hay más gente que ha visto al Golem?
– Ciertamente, lady Kincaid, y cada vez son más. Porque, como ya le he dicho, el Golem ha regresado para anunciar el fin del mundo.
– ¿El fin del mundo? ¿Se refiere al Apocalipsis? -Sarah enarcó las cejas-. ¿No es eso un poco exagerado? Al fin y al cabo, se trata de una de las muchas historias…
– Para nosotros, no, lady Kincaid -aseguró el rabino con mirada sombría-. Si el Golem ha regresado, eso significa que el mal también ha regresado… Y ese mal amenaza a nuestra comunidad tanto como a usted y a su amado Kamal. No sé si…
Se interrumpió súbitamente al oír unos gritos fuera, tan fuertes y estridentes que incluso se oyeron a través de la lluvia y de la pared doble del tejado. Una voz aguda gritó algo en una lengua extranjera que Sarah no entendía… Pero se oyó claramente una palabra…
Golem…
– ¿Qué ocurre ahí fuera? -inquirió.
– El Golem -contestó el rabino susurrando-. Han vuelto a verlo. Muy cerca…
Sarah no perdió un instante. Dio media vuelta y se dispuso a pasar al tragaluz para bajar por la escalera. Pero la mano del rabino se lo impidió.