Justo cuando Sarah se disponía a encaminarse hacia el compartimiento de Kamal, se oyó un bufido ronco en la dirección contraria. Sarah se dio la vuelta. El ruido procedía inequívocamente del servicio de caballeros, que se encontraba en un extremo del vagón. Las instalaciones sanitarias para las damas se encontraban en el otro.
– ¿Es usted, Friedrich? -preguntó Sarah a media voz cuando el ruido se repitió-. ¿Doctor Cranston…?
No obtuvo respuesta. En cambio, al cabo de un instante se oyó un tintineo metálico que ya había escuchado en dos ocasiones anteriores: la primera, cuando se perdió en la niebla en Yorkshire y la persiguió una silueta siniestra. La segunda, en los corredores de Newgate, poco antes de encontrar a Kamal inconsciente en su celda…
Sarah contuvo la respiración y se le erizó el vello de la nuca, a la vez que un escalofrío le recorría la espalda. Un instante después, algo se movió al fondo del pasillo.
En la pared pudo verse una sombra que crecía hasta un tamaño alarmante. Una figura encapuchada se perfiló en la penumbra; llevaba una capa y avanzaba por el pasillo con pasos enérgicos, acompañados por aquel tintineo inquietante.
– No -exclamó Sarah, espantada, mientras reculaba hacia el interior de su compartimiento, cruzando la puerta aún abierta-. No…
El gigante se acercaba a ella, imparable cual fuerza de la naturaleza. Tenía que agachar la cabeza, tapada con una capucha, para no chocar con las luces del techo y los tirantes recubiertos de madera. Cuando la luz de una bombilla iluminó por un instante el interior de la capucha, Sarah pudo verle el rostro alargado e inexpresivo, y un único ojo en la frente. Un pánico cerval se apoderó de ella.
Giró sobre sus talones, se adentró a toda prisa en el compartimiento y cogió el bolso donde guardaba el revólver. Pero no tuvo tiempo de sacar el Colt Frontier porque, en ese mismo instante, el coloso llegó al angosto umbral de la puerta y entró.
– Yo no lo haría -dijo con voz queda, y de debajo de la capa sacó una garra poderosa que empuñaba un arma de aspecto peligroso: un puñal que presentaba una curvatura en forma de hoz y con una punta mortalmente afilada. Sarah sabía muy bien de qué era capaz un arma como aquella, y no solo porque ya lo había experimentado en sus propias carnes. Un puñal como aquel le había seccionado la mano izquierda a Hingis…
Sarah dejó de buscar su arma y prefirió retirar la mano del bolso mientras aún la conservaba.
– Así me gusta -elogió el cíclope.
La joven reconoció por la voz que no era el mismo que la había apresado en Praga. Por lo tanto, se dijo, ya son tres…
– Si gritas o pides auxilio, morirás -le aclaró el titán.
– ¿Qué quiere? -preguntó Sarah.
– ¿Tú qué crees? El cubo -respondió como quien dice una obviedad.
– ¿El codicubus?
– Exacto.
– Pero… me lo dio alguien de su especie.
– Ya lo sé -fue la respuesta, en la que no se percibía ninguna emoción-. He venido para deshacer lo que ha hecho el traidor.
– ¿El traidor? -preguntó Sarah, desconcertada.
Así pues, ¿había dicho la verdad el cíclope de Praga? ¿O aquello no era más que otro intento de confundirla y manipularla…?
– ¿Dónde está? -insistió el gigante, que avanzó blandiendo el puñal en forma de hoz. Sarah retrocedió hasta chocar con la mesilla situada debajo de la ventana-. Dímelo ahora mismo.
– No lo sé -afirmó Sarah de inmediato. Evidentemente mentía, pero quería ganar tiempo.
– No lo hagas -dijo el coloso, y una sonrisa brutal desfiguró su rostro, del que, con la iluminación del compartimiento, solo podía verse la parte inferior-. No juegues sucio conmigo.
– No… no es mi intención -aseguró Sarah balbuceando, mientras palpaba la mesa a su espalda con manos temblorosas, buscando el…
– Puede que otros se traguen tus mentiras, falsa profeta, pero yo no. Dime dónde escondes el tesoro o te juro por el único ojo que me caracteriza que te destriparé como a un animal.
… tintero que había dejado allí. Por fin lo encontró, abrió el tapón con dedos temblorosos y, en vez de responder al gigante, arrojó el recipiente directamente hacia la oscuridad de la capucha.
El cíclope levantó la mano con que empuñaba el arma, pero el tintero era demasiado pequeño y se lo habían lanzado a tan corta distancia que no pudo protegerse. Le dio en plena cara, donde se esparció todo el contenido.
El titán lanzó un grito de ira cuando la tinta le salpicó en el ojo y lo cegó por un instante, que Sarah aprovechó. Sin perder ni un segundo, saltó a un lado, encima de la cama que ya estaba preparada, y con dos, tres pasos largos, pasó junto al gigante que blandía el puñal a ciegas. La hoja no la tocó por los pelos y, al cabo de un momento, Sarah había dejado atrás a su verdugo y volvía a estar en el pasillo.
– Espera…
El cíclope había recuperado la visión más deprisa de lo que a la joven le habría gustado. El gigante se dio la vuelta y emprendió la persecución, asestando puñaladas a diestro y siniestro. Rajó las persianas y también los gobelinos del otro lado del pasillo.
A Sarah solo le quedaba la alternativa de huir. Corrió a toda prisa por el pasillo, siguiendo el sentido de la marcha. No tenía tiempo de llamar a alguna puerta para alarmar a sus compañeros de viaje. Quiso gritar pidiendo ayuda, pero de su garganta solo salió un sonido ronco, como si lo que la angustiaba no fuera real, sino una terrible pesadilla.
Oía los pasos amortiguados de su perseguidor, que le pisaba los talones resoplando furioso y con la cabeza gacha como un animal salvaje, mientras su único ojo despedía odio puro… ¡Y se acercaba muy deprisa!
Después de pasar por delante del servicio de las damas, Sarah llegó al final del vagón, donde había una puerta metálica provista de una ventanilla de cristal. Presa del pánico, le dio unas cuantas sacudidas sin que sus esfuerzos se vieran coronados por el éxito. Finalmente, el cierre se desbloqueó y le dejó vía libre… justo en el último momento.
Oyó un desagradable zumbido en su nuca y se agachó instintivamente. Pudo notar el aliento frío del puñal, que falló por muy poco, chocó contra el cristal y lo hizo añicos.
A Sarah le llovieron encima fragmentos afilados como cuchillas de afeitar mientras se deslizaba a toda prisa y agazapada hacia el exterior y llegaba a la plataforma del vagón. El viento la azotó y notó un frío gélido; el aire estaba cargado de hollín y de humo. Simultáneamente, el traqueteo de las ruedas, que dentro solo se oía amortiguado, se intensificó hasta convertirse en un estruendo infernal.
La plataforma, que limitaba con el coche cama contiguo, estaba cercada por una barandilla de hierro que le llegaba a la altura de las caderas. Sarah se incorporó para saltar por encima y huir al siguiente vagón… Entonces alguien abrió desde dentro la puerta.
A través del cristal, Sarah distinguió una figura enorme, que vestía una capa oscura con capucha y que al cabo de un instante se plantó en la plataforma. Sarah pudo ver el rostro del gigante, ya que llevaba la capucha echada hacia atrás. Un grito desgarrador salió de su garganta: aquel semblante con un solo ojo estaba desfigurado por las quemaduras.
¡El cíclope de Praga!
Había sobrevivido y había regresado…
Una segunda hoz, que brilló a la luz pálida de la luna, hizo su aparición. Sarah, que se creyó sin posibilidad de huida, no tuvo tiempo ni de cerrar los ojos. El acero cayó hacia ella, igual que la hoja de una guillotina, pero no la alcanzó. En lugar de eso, se oyó un ruido metálico y saltaron chispas deslumbradoras en la noche. La joven comprendió entonces que el cíclope desfigurado acababa de salvarle la vida.