Выбрать главу

Porque mientras ella aún estaba espantada por la aparición del segundo cíclope, su perseguidor se había acercado a ella y había intentado matarla de una puñalada… Y lo habría conseguido sin duda de no ser porque el otro cíclope había parado el golpe mortal con su propia arma.

– ¡Arriba, deprisa! -le cuchicheó a Sarah, señalándole los escalones que subían por la parte exterior de uno de los dos puntales de acero que soportaban la cubierta de la plataforma.

El titubeo de Sarah solo duró un instante. Luego obedeció y, agachándose para esquivar un nuevo golpe de su perseguidor, alcanzó el puntal y trepó por él, mientras debajo de ella se desencadenaba un duelo a vida o muerte.

Encarados sobre la plataforma que unía los dos vagones, por debajo de los cuales las traviesas de las vías se veían pasar a una velocidad terrible, los dos titanes se enzarzaron en una pelea con sus armas letales. Cuando los puñales chocaban entre sí o contra los puntales, volaban chispas en la noche. Saltando de un coche cama al otro, el salvador de Sarah sorprendió finalmente a su rival y lo obligó a retirarse hacia el interior del vagón.

Sarah ya había alcanzado el techo curvo. Si entre los dos vagones el viento ya se notaba, en aquel momento la azotó con toda su fuerza. Además, el humo de la chimenea de la locomotora la alcanzó de lleno y la hizo toser. Sarah miró despavorida a su alrededor, y vio, a ambos lados de las vías, árboles cuyas ramas sin hojas se extendían hacia la pálida luna.

La asaltó el temor a perder pie y precipitarse, ya que, exceptuando algunos respiraderos y pequeñas chimeneas, no había nada donde pudiera aferrarse en la chapa lisa de metal, que descendía en picado por los laterales. No obstante, reprimió el pánico y se obligó a subir del todo a la cubierta mientras debajo de ella proseguía la lucha a vida o muerte.

Avanzó a gatas temblando y con el rostro cubierto de lágrimas, que el viento y el intenso humo le arrancaban de los ojos. A ambos lados, nada más que oscuridad y un vacío absoluto, que veía pasar a una velocidad alarmante. Poco antes, la marcha del tren le había parecido insoportablemente lenta y habría dado cualquier cosa por acelerar el ritmo; ahora aquella rapidez le parecía casi funesta…

El frío gélido también le causaba problemas. Estiró cautelosamente los dedos entumecidos hacia el caño del respiradero más cercano, que sobresalía del techo delante de ella. Justo en aquel instante, una irregularidad en los raíles provocó que el tren sufriera una sacudida. La mano de Sarah se agitó en el vacío, la joven perdió el equilibrio y cayó hacia uno de los laterales. Intentó sujetarse en vano. El abismo de donde procedía el traqueteo ensordecedor se la habría tragado de no ser porque justo en aquel momento apareció una mano que la cogió del brazo y la sostuvo.

Las piernas de Sarah se balanceaban en el vacío cuando notó un tirón y comprendió que estaba salvada. Volvió la cabeza y vio un rostro de piel enrojecida y surcado por terribles duricias: el ojo que había en él miraba con una ternura inexplicable.

– Sujétese -gritó el cíclope-. ¡Voy a subirla…!

No hizo falta que se lo dijera dos veces. Sarah se agarró con todas sus fuerzas a la mano de su benefactor, que le acababa de salvar la vida por segunda vez en muy poco tiempo a pesar de que ella lo hubiera lastimado tanto…

Respiró de nuevo cuando alcanzó la cumbre del techo curvo y pudo sujetarse a una de las pequeñas chimeneas que prometían algo de seguridad. Confusa, quiso preguntarle a su salvador qué significaba todo aquello, pero entonces, detrás de él se irguió una segunda figura gigantesca que también había trepado al techo y se mantenía erguido mientras el viento lo azotaba.

– ¡Cuidado! -gritó Sarah con todas sus fuerzas y, aunque en el último instante, su salvador reaccionó.

El puñal del otro ya asestaba un golpe mortal. El salvador de Sarah se dio rápidamente la vuelta y paró el golpe con su propia hoja y, mientras Sarah se deslizaba a cuatro patas hacia el siguiente asidero, dirigiéndose al final del tren, de nuevo se desencadenó un duelo a muerte.

La visión de los dos gigantes moviéndose con sus armas y alumbrados por la luz azulada de la luna era tan irreal como impresionante. Sarah presenciaba con una mezcla de fascinación y espanto la lucha, que no solo decidiría el destino de su salvador, sino también el suyo…

De nuevo saltaron chispas cada vez que las arcaicas armas entrechocaban; los golpes se propinaban con tal ímpetu que habrían lanzado al suelo a cualquier criatura normal. Sin embargo, ninguno de los dos cíclopes le iba a la zaga al otro ni en fuerza física ni en habilidades combativas. Si uno de ellos conseguía arrancarle al otro alguna ventaja, al instante siguiente la suerte de la lucha cambiaba por completo. Los contrincantes, que se habían quitado la capa para ofrecer menor resistencia al viento, se asestaban mutuamente potentes golpes. Sarah vio entonces por primera vez lo que llevaban debajo de los hábitos: una armadura unida con tiras de cuero, cuyo aspecto no era menos arcaico que el de las armas con las que combatían.

Dos sombras titánicas, envueltas por una profunda negrura y un humo acre que hacía brillar fantasmagóricamente la luz azulada de la luna, disputaban una contienda que debía de haberse iniciado miles de años atrás y que amenazó con encontrar un final dramático ante los ojos de Sarah cuando su protector perdió el equilibrio al esquivar un golpe.

Un grito de espanto brotó de la garganta de Sarah cuando vio que el otro avanzaba para aprovechar sin piedad la debilidad de su contrincante y clavarle el puñal en el flanco que le había quedado desprotegido por un momento. Sarah quiso ponerse en pie para acudir en ayuda de su salvador, pero los acontecimientos se precipitaron.

Mientras el atacante tomaba impulso para perpetrar el último ataque mortal, el otro combatiente giró como un torbellino en contra de todas las leyes de la gravedad. Había fingido la pérdida del equilibrio para obligar a su contrincante a atacar y entonces pasó al contraataque.

Descargó el primer golpe contra la muñeca del cíclope y se la segó aparentemente sin esfuerzo. El viento se llevó el arma mientras el titán miraba fijamente el muñón ensangrentado de su brazo. Sin embargo, no tuvo ni tiempo de horrorizarse, ya que la hoz de su rival lo alcanzó por segunda vez sin compasión.

Sacudida por el horror, Sarah vio cómo la cabeza del cíclope salía volando y su cuerpo decapitado se desplomaba a un lado, resbalaba del techo y desaparecía en la oscuridad. El vencedor del duelo se quedó quieto un instante, dejando el acero ensangrentado en la posición en que había asestado el golpe mortal a su enemigo. Luego lo guardó en la vaina corva que colgaba de su cinto y se acercó a Sarah.

– ¿Se encuentra bien? -le preguntó.

Sarah asintió con un movimiento de cabeza. ¿Qué podía responder? Estaba viva, pero la cena frugal que había tomado había decidido desandar lo andado desde el esófago. Agachada en el techo del vagón, no pudo sino vomitar de tanto como la había afectado lo que acababa de ver. Luego cogió la mano que le tendían y siguió a su titánico salvador hacia la escalerilla, por la que bajó con un temblor en las rodillas.

– ¡Me… me ha salvado la vida! -exclamó, haciendo frente al traqueteo de las ruedas, cuando por fin fue capaz de volver a hablar.

– Ya le dije que estaba de su parte, ¿no?

– Pero yo le hice eso -replicó ella señalando las terribles cicatrices que tenía en el rostro.

– ¿Y reconoce que fue un error? -preguntó el gigante respirando con dificultad.

– Naturalmente…

– Con eso me basta -se limitó a replicar él.

– ¿Y el otro cíclope…?

– Un cegado -dijo el titán-. Pero no todos servimos a las tinieblas. Algunos respetan las antiguas leyes, pero tienen que andarse con mucho cuidado.