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No es que en aquel estado pensara descubrir grandes cosas, pero mientras el alcohol terminaba de adormecerlo, quizá aún tuviera aplomo suficiente para juntar un par de piezas más del puzzle que ya había decidido armar.

La remota posibilidad de éxito le despejó.

De camino al cajón de los mapas del comedor, se aprovisionó de un pequeño bloc de notas, una regla de plástico y un rotulador de punta fina. «Puede más la pluma que el ordenador -farfulló parafraseando una frase célebre-, ¡y yo lo demostraré!»

Tenerse en pie le llevó lo suyo. Después de lavarse la cara y secársela con un trapo de cocina estampado con caballos verdes, intentó verificar si los datos de Charpentier y los astronómicos coincidían. Quería asegurarse de que el entramado de aquella historia era tal como empezaba a sospechar y que la relación entre catedrales y estrellas era más que circunstancial.

¿Correspondía cada catedral a una estrella de Virgo?

Y en ese caso, ¿se trataría de un paralelismo superficial, meramente geográfico, o escondería algo más?

¿Podría ese algo más aclarar las anomalías detectadas por el satélite?

Ayudado de un pequeño manual de astronomía que también había olvidado Letizia en casa, Témoin aún tuvo fuerzas para mantenerse despierto hasta bien entrada la tarde. El tiempo suficiente para terminar de elaborar dos tablas con las que empezar a trabajar, y que quedaron reflejadas en su bloc de notas de la siguiente manera:

CORRESPONDENCIA CON LAS ESTRELLAS

MAYORES DE VIRGO

(según Louis Charpentier)

Catedral gótica Fecha construcción Estrella a la que corresponde

Chartres 1194 Gamma virginis (Porrima)

Reims 1211 Alfa virginis (Spica

Bayeaux 1206 Épsilon virginis (Vendimiatrix)

Amiens 1220 Zeta virginis

CORRESPONDENCIA CON LAS ESTRELLAS

MENORES DE VIRGO

(según Louis Charpentier)

Catedral gótica Fecha construcción Estrella a la que corresponde

Laon 1160 Virginis 1355

París 1163 Virginis 1336 (?) Virginis 490(?)

Évreux 1248 Virginis 484

Etampes ? Virginis 1324

Nª Sª de L’Epine ? Virginis 1348

Abbeville ? Virginis 1351

El esfuerzo mental de imponer orden en aquel aparente caos le dejó exhausto. Tanto que hasta que no repasó por enésima vez sus listas, no cayó en la cuenta de un detalle bien significativo: los templos supuestamente construidos para imitar las estrellas más importantes de Virgo comenzaron a levantarse, como poco, entre los años 1160 y 1248. Se trataba de un arco de tiempo de apenas 88 años que, aun así, estaba muy por encima de la esperanza media de vida en los siglos XII y XIII. ¿Qué quería decir eso? Muy fácil, que si alguna vez hubo un vasto plan constructivo de iglesias góticas consagradas a Nuestra Señora que se correspondieran con Virgo, la obra nunca pudo estar dirigida por una sola persona, sino, forzosamente, por un grupo de ellas, y más específicamente por tres o cuatro generaciones de Maestros. Pero ¿quiénes? Y sobre todo: ¿tenían éstos alguna noción de geomagnetismo que pudiese explicar lo que fotografió el satélite?

Michel, que comenzaba a pensar ya en círculos, garabateó junto a sus dos improvisadas tablas un último dato sacado del Michelin: la superficie total de la figura geométrica que delimitaban aquellos magníficos templos tenía, si el Beaujolais no le traicionaba, 210 por 160 kilómetros de lado. Es decir, unos 33.600 kilómetros cuadrados de área, o lo que es lo mismo, el equivalente a una pequeña provincia.

Se entusiasmó. Una planificación así sólo podía ser obra de unos gigantes intelectuales, capaces de orientar monumentos con decenas de kilómetros de separación entre sí. Si reunía pruebas suficientes, Monnerie lo comprendería.

– Está decidido. Mañana mismo saldré hacia Vézelay para reunir toda la información que pueda con el objeto de explicar qué pudo fallar en el satélite.

Heléne, su secretaria, percibió el deje alcohólico de Témoin al otro lado del teléfono.

– ¿Está usted bien, señor?

– Perfectamente… -respondió-. Recoja todos los mensajes importantes durante mi ausencia y cancele mi agenda para esta semana. Ya la llamaré.

– Así lo haré, no se preocupe. ¿Y si el profesor Monnerie pregunta por usted?

– Dele largas.

El ingeniero, exhausto, soltó el inalámbrico junto al reposabrazos del sofá, dejándose arropar por su textura gruesa y cálida a la vez. Mientras una extraña mezcla de deseo de saber y de venganza se apoderaba de él, un agradable sopor comenzó a paralizar poco a poco todo su cuerpo. El Beaujolais, todos los franceses lo saben, nunca perdona.

CAPUT [17]

Chartres

Hasta bien entrada la hora sexta, [18] el abad de Claraval no despertó. El letargo que se había adueñado de él en la cripta le había dejado fuera de combate un buen rato. Felipe, el bien plantado escudero de Jean de Avallon, fue quien se hizo cargo desde el principio de su recuperación, y asistió como testigo privilegiado a los delirios del religioso. Discreto y tímido como era, le costó un esfuerzo notable entendérselas solo con el obispo Bertrand. Sin embargo, Felipe fue la única persona aquella mañana a la que el patriarca del burgo le describió los pormenores del episodio de la cripta y le pidió ayuda para reanimar al abad.

Todos estos raros privilegios fueron circunstanciales. Casualmente, su señor Jean se había ausentado de la plaza del mercado para gestionar el relevo de las caballerías, y aún tardaría un buen rato en saber lo del desmayo de Bernardo. Así pues, él era, a falta del caballero, el soldado responsable de la seguridad y bienestar del grupo de religiosos.

– No os preocupéis, eminencia -tranquilizó Felipe al obispo Bertrand en nombre del de Avallon-, El estricto régimen de nuestro reverendo padre y las severas penitencias que se inflige a diario, le hacen mella de vez en cuando. No es la primera vez que le ocurre algo semejante. Además -añadió con tino-, comprended que nuestro viaje hasta aquí ha sido largo y fatigoso, y la emoción de ver vuestra sagrada colina ha debido de ser muy intensa para él.

Bertrand aceptó complacido aquellas explicaciones en la medida en que le eximían de toda responsabilidad, y dio las pertinentes instrucciones a la comitiva para que los frailes se instalaran de inmediato en una casona cerca del palacio episcopal. El obispo fue enérgico al respecto: nada de lujos superfluos, pero ninguna privación tampoco. Después, pidió al joven Felipe que le avisara en cuanto el abad volviera en sí ya que, por lo que reconoció, aún tenían muchas cosas pendientes que parlamentar.

Felipe, disciplinado, besó el anillo del obispo y transmitió sus deseos a los «monjes blancos» en cuanto se reunió con ellos junto al Eure.

La habitación en la que finalmente se acomodó a fray Bernardo era una estancia amplia, con tejado de paja y suelo de ladrillo cocido, y presidida por un jergón grande apoyado directamente sobre el embaldosado. Desde su única ventana, orientada al este, se distinguían perfectamente las tejas de la iglesia del burgo y su macizo torreón de piedra caliza. Allí, pues, descansó Bernardo durante al menos un par de horas más. Tras ellas, con el rostro todavía rosado por tan improvisada siesta, hizo llamar a Jean de Avallon.

Fue fray Leopoldo quien lo encontró al fin.

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[17] Del latín, «cabeza».