Por desgracia… parecía que esa fuerza tenía otras ideas.
Sincera, directa, lúcida y resuelta… no bastaba. Que él se limitara a aceptar nunca bastaría.
– Sí, deberíamos casarnos. -La aspereza de su voz hizo que Penelope abriera los ojos. Y sin darle tiempo a pensar, a especular, añadió: -Pero…
Intentó desesperadamente censurar sus propias palabras pero teniéndola entre sus brazos, con sus ojos negros en los suyos, de repente fue imperativo, más importante que la vida, que ella lo supiera y entendiera, absoluta y completamente.
– Cuando dimos los primeros pasos hacia la intimidad, si hubieses tenido más experiencia te habrías dado cuenta de que un hombre como yo no te habría tocado si no estuviera pensando en el matrimonio.
Penelope abrió más los ojos. Hubo un compás de espera antes de que consiguiera decir:
– ¿Desde entonces?
Barnaby asintió, apretando la mandíbula.
– Exactamente desde entonces. Eras una virgen de alta cuna, hermana de tu hermano; ningún caballero honorable te habría tocado, sólo que yo quería que fueras mi esposa y tú, por aquel entonces, eras contraria al matrimonio. De modo que me doblegué a tus deseos, pero sólo porque estaba empeñado en hacerte cambiar de parecer.
Penelope entornó los ojos.
– ¿Querías hacerme cambiar de parecer?
Su tono hizo reír a Barnaby.
– Ni siquiera entonces, cuando no te conocía tan bien, imaginé que pudiera lograrlo. Yo no podía hacerte cambiar de parecer pero esperé, recé, para que llegaras a ver por ti misma que casarte conmigo podía ser una buena idea. Que te convencieras a ti misma para cambiar de postura. Tal como has hecho.
Barnaby había contado con que ella siguiera sus comentarios en orden cronológico hasta el presente; en cambio, tal como debería haber previsto, retrocedió hasta el punto que había revelado pero no explicado.
– ¿Por qué querías casarte conmigo? -Frunció el ceño, perpleja. -Casi desde el principio de nuestra relación, antes de que llegáramos a conocernos bien… ¿Qué te indujo a querer casarte conmigo?
El tuvo que vencer el embarazo, forcejear consigo mismo, para revelar la verdad.
– No lo sé. -Al ver que le miraba incrédula, reiteró: -No lo sé. -Apretó los dientes y prosiguió: -En ese momento, lo único que sabía era que eras la mujer de mi vida. No lo entendía pero aun así lo tenía claro.
– ¿Y decidiste actuar basándote en eso? -Parecía un tanto… fascinada.
Era peligroso admitirlo, pero Barnaby se obligó a asentir.
La mirada de Penelope, oscura y luminosa, se enterneció. Ladeó la cabeza sin quitarle los ojos de encima.
– ¿Y ahora?
La pregunta definitiva.
Mirándola a los ojos, se obligó a hablar. A confesar y acabar con aquello de una vez, a decirle todo lo que nunca había tenido intención que supiera.
– Sigo sin comprender por qué un hombre en su sano juicio le diría esto a una mujer, pero… te amo. Antes de que entraras en mi vida, no tenía ni idea de lo que era el amor; lo veía en los demás, incluso lo apreciaba en ellos, pero nunca lo sentí. De modo que no sabía cómo era, cómo sería… Hasta ahora. -Inspiró hondo. -Cuando Cameron te inmovilizó, amenazándote con la navaja, literalmente lo vi todo rojo. Lo único que sabía era que tú, en torno a quien gira mi vida ahora, estabas en peligro. Que si te ocurría algo no podría seguir viviendo; tal vez existiría pero no estaría verdaderamente vivo tal como lo he estado contigo durante estas últimas semanas.
Barnaby le escrutó los ojos.
– Antes no has llegado a decirlo, así que lo haré yo: tú completas mi vida. Te amo, te necesito y quiero que seas mía, y que todo el mundo lo vea y lo sepa. -Para su sorpresa, le resultó fácil decirlo. -Quiero que nos casemos. Quiero que seamos marido y mujer.
Penelope lo miró a los ojos y luego, lentamente, sonrió.
– Me alegro -dijo. Le cogió la cabeza y la acercó a la suya. -Porque también es lo que yo quiero, porque también te amo. Es extraño e inesperado pero fascinante y excitante, y quiero seguir explorándolo contigo. -Con sus bocas separadas apenas unos centímetros, hizo una pausa. Sus cautivadores labios carnosos esbozaron una sonrisa deliciosa. -Y quizá quieras recordar que discutir conmigo nunca es prudente.
Barnaby habría reído de buena gana pero Penelope lo besó. Y siguió besándolo cuando él la estrechó entre sus brazos y le correspondió.
Pegada a él, lo alentó. Con todas las barreras derribadas, todos los obstáculos superados, ya no había motivo alguno para no celebrar al máximo lo que habían hallado, lo que compartían: el amor, el deseo, la pasión.
Dieron rienda suelta a los tres sentimientos. Juntos, como un único ser, dejaron que el tumulto hiciera estragos y los devorase.
Dejaron que los arrastrara a un combate alocado, desesperado, vertiginoso, acuciado por la necesidad. Quién tomaba a quién, quién era más provocador, quién transmitía mejor su devoción… Como siempre, discutieron sin hablar, pegados el uno al otro, abordaron la cuestión y al final renunciaron a perseguir la respuesta. En beneficio de su mutuo deleite, su mutuo placer y su suprema satisfacción.
Hasta el momento culminante en que él la tuvo debajo, en que ella se arqueó y lo tomó dentro de sí, en que las manos de ella se aferraron desesperadas mientras el coronaba la cima; en ese momento, bajando la mirada hacia ella, hacia el arrobo tan descarnadamente perfilado en sus facciones, no pudo dudar, no dudó, que la devoción de ella, su entrega, su amor, eran iguales a los suyos.
Entonces la vorágine la arrastró, y la gloria emanó a través de ella, entrando en él. Incluso cuando sus manos resbalaron inertes de sus hombros, la estrecha sujeción del cuerpo de Penelope lo arrastró con ella hacia el vacío eterno. Hacia ese momento donde imperaba la exquisita sensación de que nada importaba salvo que eran uno.
El momento los rundió, los envolvió en cálidas nubes de dicha, de plenitud, de bendición, con la certeza de que allí era donde el destino había querido llevarlos; indefensos ante algo que ninguno de los dos podía negar.
íntegros. Completos. Uno en brazos del otro.
Se casaron, no en cuestión de días como habrían deseado sino a finales de enero. Diciembre llegó y con él vino la nieve; palmos y palmos de nieve. Aunque sus respectivas casas solariegas no distaban mucho entre sí, sus madres declararon al unísono que eran demasiados quienes tendrían que enfrentarse a posibles ventiscas para asistir a las nupcias; por consiguiente, dichas nupcias deberían posponerse hasta después del deshielo.
Según Penelope tuvo ocasión de oír camino de la iglesia, ella y Barnaby debían considerarse afortunados por haber podido casarse antes de abril.
El clima no afectó del mismo modo la vida cotidiana en la ciudad. Cameron fue encarcelado en Newgate, pendiente de la revisión de los cargos que iban a imputarle; su juicio forzosamente debería postergarse hasta que aquellos a quienes había robado regresaran a la capital para identificar sus pertenencias.
El día siguiente al arresto de Cameron, Stokes y Huntingdon registraron la casa. Gracias a una criada que había oído ruidos en el trastero adyacente a su minúscula habitación del desván, descubrieron el alijo compuesto por los siete objetos que Smythe y los niños habían entregado a Cameron.
Riggs había confirmado que Cameron era un conocido suyo, que había estado en su casa de St. John's Terrace y que su amante, la señorita Walker, era esclava del láudano. Riggs se había quedado perplejo al enterarse de los actos de Cameron.
– Siempre me pareció un buen tipo. Jamás hubiera sospechado que fuese capaz de algo así.
Ese sentimiento encontró eco en muchos otros; fue Montague quien finalmente arrojó luz sobre los motivos de Cameron.
Cameron no era lo que había pretendido ser, y eso venía siendo así desde sus tiempos de estudiante. Hijo de un molinero del norte que se había casado con la hija del señor del lugar, su abuelo materno, miembro de la pequeña nobleza, había disfrutado enviándolo a Harrow.