– Sí-contestó Penelope, asintiendo con la cabeza. -En los últimos meses hemos admitido a más niñas que niños, pero ese hombre sólo se ha llevado niños.
Hubo un compás de espera.
– Se ha llevado a cuatro; hábleme de cada uno de ellos. Comience por el primero: cuénteme todo lo que sepa, cada detalle, por más intrascendente que parezca.
Barnaby la observó mientras ella escarbaba en su memoria; concentrada, los rasgos se le suavizaron perdiendo parte de su habitual vitalidad. Tomó aire y clavó la vista en el fuego como si leyera en las llamas.
– El primero era de Chicksand Street en Spitalfields, una boca calle de Brick Lane al norte de Whitechapel Road. Tenía ocho años, o al menos eso nos dijo su tío. Él, el tío, se estaba muriendo y…
Barnaby la escuchó mientras ella, sin acabar de sorprenderlo, lo informaba exactamente y enumeraba los pormenores de cada caso con lujo de detalles. Aparte de formular alguna que otra pregunta secundaria, no tuvo que ayudarla a hurgar en sus recuerdos.
Barnaby estaba acostumbrado a tratar con damas de la alta sociedad, a interrogar a damiselas cuyas mentes se iban por las ramas al abordar un asunto, saltando de un tema a otro, de modo que se precisaba la sabiduría de Salomón y la paciencia de Júpiter para formarse una idea de lo que realmente sabían.
Penelope Ashford pertenecía a otra especie. Había llegado a oídos de Barnaby que era muy suya, que prestaba poca atención a las convenciones sociales si éstas se interponían en su camino. Se decía que era demasiado inteligente para su propio bien, franca y directa en extremo, y abundaban quienes atribuían su soltería a esa combinación de rasgos.
Era notablemente atractiva a su manera, no bonita ni guapa pero tan llena de viveza que atraía las miradas de los hombres. Además, estaba muy bien relacionada por ser hija de un vizconde, y su hermano Luc, que ahora ostentaba el título, era sumamente rico y podría proporcionarle una dote más que apropiada. No obstante, su hermana Portia se había casado hacía poco con Simon Cynster y, si bien Portia quizá fuera más discreta, Barnaby recordaba que las señoras del clan Cynster, juezas dignas de su confianza en tales cuestiones, veían poca diferencia entre Portia y Penelope salvo la franqueza de la segunda.
Y, si mal no recordaba, también salvo su voluntad implacable.
Basándose en lo poco que sabía de las hermanas, también él habría dicho que Portia daría su brazo a torcer, o al menos que se avendría a negociar, mucho antes que Penelope.
– E igual que en los demás casos, cuando esta mañana hemos ido a Herb Lane para recoger a Dick, había desaparecido. Se lo llevó ese hombre misterioso a las siete, poco después del alba.
Terminado el relato, pasó sus persuasivos ojos oscuros de las llamas a su semblante.
Barnaby le sostuvo la mirada durante un instante y acto seguido asintió.
– O sea que de un modo u otro esa gente… pues vamos a suponer que es un grupo organizado quien recoge a los niños…
– Sí, ha de ser un grupo. Esto no nos había ocurrido nunca y ahora, de repente, cuatro casos en menos de un mes, y todos con el mismo modus operandi. -Enarcando las cejas, lo miró de hito en hito.
Con cierto laconismo, Barnaby dijo:
– Precisamente. Tal como estaba diciendo, esas personas, sean quienes sean, parecen estar informadas sobre la identidad de sus futuros pupilos…
– Antes de que sugiera que pueden enterarse a través de alguien del orfanato, permítame asegurarle que eso es harto improbable. Si conociera a quienes trabajan allí, entendería por qué estoy tan segura. Además, aunque le haya referido nuestros cuatro casos, no podemos saber si otros niños del East End que acaban de quedar huérfanos no están desapareciendo también. Las más de las veces nadie avisa a nuestra institución. Es posible que estén desapareciendo muchos más, pero ¿quién va a dar la voz de alarma?
Barnaby la miraba fijamente mientras se hacía una composición mental de la situación.
– Abrigaba la esperanza -prosiguió Penelope, bajando la vista para alisar los guantes- de que usted se aviniera a investigar esta última desaparición, ya que a Dick se lo han llevado esta misma mañana. Soy consciente de que por lo general investiga delitos relacionados con la buena sociedad, pero me preguntaba, dado que estamos en noviembre y la mayoría de nosotros se dispone a marcharse al campo, si quizá dispondría de tiempo para tomar en consideración nuestro problema. -Levantó la vista, buscando sus ojos; no había ni un ápice de timidez en los suyos. -Naturalmente, podría encargarme del asunto yo misma…
Barnaby evitó reaccionar justo a tiempo.
– Pero he pensado que contar con el apoyo de alguien con más experiencia en estas cuestiones podría conducir más deprisa a una resolución.
Penelope le sostuvo la mirada y confió en que su anfitrión fuera tan agudo como se decía. Por otro lado, sabía por experiencia que la franqueza rara vez resultaba contraproducente.
– Hablando claro, señor Adair, he venido aquí en busca de su ayuda para averiguar el paradero de los pupilos que hemos perdido, no por el mero deseo de informar a un tercero sobre su desaparición para luego desentenderme de ellos. Tengo la firme intención de buscar a Dick y los otros tres niños hasta que los encuentre. Pero como no soy boba, preferiría tener al lado a alguien familiarizado con el crimen y los métodos de investigación apropiados. Además, si bien es cierto que a través de nuestro trabajo tenemos contactos en el East End, pocos de nosotros, por no decir ninguno, nos movemos en los bajos fondos, de modo que mi capacidad para obtener información en ese terreno es limitada.
Hizo una pausa y le escrutó el semblante. La expresión de Barnaby apenas revelaba nada; su frente despejada, las cejas rectas, los firmes pómulos bien dibujados, las líneas austeras del mentón y la mandíbula permanecían fijos, impasibles. Penelope abrió las manos.
– Bien, le he explicado nuestra situación. ¿Nos ayudará?
Para su fastidio, Barnaby no contestó enseguida. No mordió el anzuelo incitado por el temor de que ella se aventurase sola en el East End. No obstante, tampoco se negó. La estudió con detenimiento, manteniendo la expresión indescifrable el tiempo suficiente para que ella se preguntara si él había descubierto su estratagema. Luego cambió de postura, reclinándose de nuevo en el respaldo.
– ¿Cómo cree que deberíamos plantear nuestra investigación?
Penelope disimuló una sonrisa.
– Pensaba que, si no tiene otros compromisos, podría visitar el orfanato mañana para formarse una idea de cómo trabajamos y del tipo de niños que acogemos. Luego…
Barnaby escuchó mientras ella bosquejaba una estrategia sumamente sensata que le proporcionaría los datos esenciales para establecer por dónde encauzar la pesquisa y, por consiguiente, el mejor modo de proceder.
Las sensatas y lógicas palabras que pronunciaban sus labios, todavía lozanos y carnosos, todavía turbadores, confirmaron que Penelope Ashford era peligrosa. Tanto o más de lo que sugería su reputación.
En el caso de Barnaby, sin duda más, habida cuenta de la fascinación que le causaban sus labios. Por añadidura, le estaba ofreciendo algo que a ninguna otra damisela se le habría ocurrido darle: un caso. Justo cuando con más urgencia lo necesitaba.
– Una vez que hayamos hablado con los vecinos que vieron cómo se llevaban a Dick, confío en que estará en condiciones de trazar un plan de acción.
Barnaby levantó la mirada hasta sus ojos.
– Así lo espero. -Vaciló unos instantes; a todas luces ella estaba resuelta a tomar parte activa en la investigación. Dado que él conocía a su familia, era incuestionable que el honor lo obligaba a disuadirla de tan imprudente empeño, aunque tenía igual de claro que cualquier insinuación por parte de él para que se retirara a su casa y dejara que él diera caza a los villanos toparía con una férrea oposición. Ladeó la cabeza. -Da la casualidad de que mañana estoy libre. ¿Podría reunirme con usted en el orfanato por la mañana?