Griselda sonrió, y la tetera eligió ese momento para silbar.
Se atarearon disponiendo una bandeja con tazas que cogió Griselda, mientras Penelope llevaba el plato de galletas, y regresaron a la sala de arriba.
Provistos de té y galletas, los hombres dejaron a un lado la política y la conversación retomó el asunto que preocupaba a todos. Comieron, bebieron y se devanaron los sesos en busca de algún otro método ingenioso para localizar a los niños, pero no encontraron ninguno.
– Nada-resopló Penelope. -Hemos repartido avisos. Hemos ofrecido una recompensa. Tenemos gente buscando. Tenemos una trampa tendida. -Fulminó la tetera con la mirada. -Es como para que ocurriera algo.
Ninguno de los demás tenía nada que añadir; permanecieron sentados, tomando sorbos de té, compartiendo su disgusto.
Griselda contempló el pequeño círculo, consciente de que en muy poco tiempo habían logrado sentirse a gusto en su mutua compañía. Ni en sueños hubiera imaginado que un día estaría sentada en su salita con el tercer hijo de un conde, la hija de un vizconde y un inspector de Scotland Yard. Sin embargo, allí estaban todos, unidos por una causa común y por una incipiente amistad.
Una amistad que se estaba consolidando rápidamente porque todos ellos compartían un rasgo: el gusto por la justicia, por ver que se hiciera justicia. Eran diferentes en muchos aspectos, pero aquello lo compartían todos; los unía y siempre sería así.
Notó la mirada gris de Stokes. Le miró a los ojos un momento, disfrutando de la conexión, de lo que veía y sentía, y luego, sabiendo que se ruborizaría si se demoraba demasiado, bajó la vista y tomó un sorbo de té.
La conversación se volvió intermitente y errática.
El té se había enfriado; estaba pensando en preparar una nueva tetera cuando de pronto aporrearon la puerta de la tienda, haciéndola vibrar.
Todos dieron un respingo. Acto seguido, Stokes y Barnaby se precipitaron escaleras abajo. Penelope dejó su taza y fue tras ellos seguida por Griselda.
Seguían llamando con insistencia. Stokes llegó el primero a la puerta. Descorrió los pestillos y la abrió de par en par.
El chico que estaba llamando dio un salto atrás, abriendo ojos como platos.
El inspector lo inmovilizó con una dura mirada.
– ¿Qué pasa? -Visto que eso sólo provocó una mirada asustada, procuró suavizar el tono: -¿A quién buscas?
– A mí, obviamente. -Griselda se abrió paso. Reconoció al chaval. -Barry, ¿qué ha sucedido?
Tranquilizado, el chico se acercó.
– Mis hermanos dicen que venga enseguida, señorita; a BIack Lion Yard. Un malnacido ha intentado matar a la abuela de Horry.
Los cuatro adultos intercambiaron una mirada. Luego Penelope corrió en busca de su abrigo con Barnaby pisándole los talones. Griselda se volvió de nuevo hacia Barry Wills.
– Espera aquí; vuelvo enseguida.
Anochecía cuando llegaron a Black Lion Yard. Dejaron el coche de punto en la entrada y corrieron por el adoquinado sorteando cajas y cajones de embalaje camino de casa de Mary Bushel.
Stokes iba delante. Ninguno sabía lo que iban a encontrar, pero todos sintieron un gran alivio al ver a Mary sana y salva en su butaca junto al fuego, flanqueada por dos fornidos hermanos Wills.
Los Wills y la habitación presentaban un aspecto lamentable. Barnaby reconoció a Joe, que ahora lucía un ojo a la funerala y un labio partido.
Joe asintió a modo de saludo.
– Esos canallas han venido. -Miró a la mujer con ojos brillantes de orgullo. -No lograron su propósito. -Miró a Stokes e hizo una mueca. -Pero no pudimos reducirlos y al final escaparon.
Stokes adoptó un aire adusto y asintió.
– La seguridad de la señora y el chaval es lo principal. ¿Qué ocurrió? Comienza por el principio.
Joe miró a Mary, que levantó la vista hacia él, que estaba apoyado en el brazo de la butaca. Alargó el brazo y le dio unas palmaditas en la mano.
– Cuéntaselo, cielo.
Joe asintió y miró a los recién llegados. Ted y yo estábamos de guardia. Ted los vio venir con sigilo y aire sospechoso. Así que él y yo nos llevamos a Horry atrás -con la cabeza indicó la cortina que daba a otro cuarto- y vigilamos desde allí.
Llamaron a la puerta -terció Mary, -la mar de educados. Dieron que los enviaba el alguacil.
– ¿Eran dos? -preguntó Stokes.
La mujer asintió.
– Uno era un matón grandote, el otro un tipo corriente.
Barnaby cruzó una mirada con Stokes; la descripción encajaba con la que les habían dado de los raptores de Jemmie. Mary prosiguió.
– Preguntaron por mi salud y por Horry, que dónde estaba. Me molesté, bueno, cualquiera se hubiera molestado, y les dije que se marcharan. Pero no se fueron. El grandullón cogió ese cojín de ahí y… -Con la vista en el cojín, se le quebró la voz.
Joe le rodeó los hombros con el brazo y miró a Stokes.
– Pretendía asfixiarla con el cojín. Lo agarró con las dos manos y vino hacia ella.
Entonces fue cuando salimos.
Mary se sorbió la nariz.
– Armaron un buen follón; forcejeando, rompiendo cosas.
El inspector frunció el ceño. Miró a los dos hermanos.
– ¿Cómo lograron escapar? Sois dos, y hay tres agentes ahí fuera.
Joe se mostró un poco avergonzado.
– Creímos que nos plantarían cara, pero no lo hicieron. En cuanto se dieron cuenta de que íbamos a protegerlos y Horry hizo sonar el silbato que usted le dio, se rajaron. Y Smythe es muy grande; hacen falta más de dos para reducirlo. Se nos quitó de encima, empujó al otro tipo a la calle y derribaron a los policías como quien juega a los bolos.
– Smythe -repitió Barnaby, incapaz de disimular su excitación. -¿Le conoces?
Joe asintió.
– Por eso no me preocupó tanto que se escapara. Al menos sabemos quién es.
– ¿Qué aspecto tiene ese Smythe? -preguntó Stokes.
– Es un mangui, y la gente dice que mejor que no se cruce contigo. -Joe frunció el ceño. -Nunca he oído decir que tenga las manos manchadas de sangre, normal siendo un mangui, pero está más claro que el agua que quería matar a Mary.
– Con eso de mangui quieres decir ladrón -dijo Barnaby- ¿Trabaja con niños?
Joe asintió.
– Ladrón de altos vuelos; seguro que usa niños.
– ¿Sabes de dónde los saca?
Joe negó con la cabeza.
– Smythe es un solitario, casi todos los grandes manguis lo son. Saca a sus niños de escuelas de ladrones de las barriadas, pero cogerá a los que le dé cualquiera. Dicen que es muy quisquilloso con sus niños, pero todos los manguis lo son. Es lo que los hace buenos en lo suyo, supongo.
Su hermano Ted se movió. Cuando todos le miraron, se puso rojo y bajó la cabeza. Mirando a su hermano, dijo:
– El otro tipo trabaja para Grimsby. Casi seguro que Grimsby está entrenando a los niños de Smythe, si no, ¿por qué lleva al chaval de Grimsby con él cuando va a buscarlos?
Joe estaba tan asombrado como el resto de ellos.
– ¿Conoces a ese tipo?
Ted asintió.
– Es Wally. Trabaja para Grimsby.
Joe meneó la cabeza y miró a Stokes.
– No reconocería a ese tío si volviera verlo.
Sin alterar su expresión adusta, el inspector asintió.
– Nos han dicho que tiene un aspecto corriente.
– Es verdad -dijo Ted. -No es nada listo pero siempre obedece. Lleva años con Grimsby.
– Bueno, pues asunto resuelto. -Joe los miró a todos. -Grimsby es vuestro hombre; todo el mundo sabe que monta escuelas de vez en cuando.
– ¿Dónde podemos encontrar a Grimsby? -preguntó Stokes. -Para ser más exactos -terció Penelope, -¿dónde podemos encontrar su escuela?
«Ven a mi casa, dijo la araña a la mosca.» El viejo proverbio reptaba por la mente de Grimsby mientras entraba en el salón de Alert. Como siempre, la habitación estaba sumida en la penumbra. Con el cielo encapotado, había poca luz que iluminara la estancia; apenas distinguía a Alert, sentado en el sillón de costumbre junto al hogar.