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Maldiciéndolo mentalmente, Grimsby avanzó pesadamente seguido de Smythe. Se alinearon delante de Alert, que permaneció sentado como hacía siempre.

Ni él ni Smythe necesitaban más luz para ver que Alert estaba furioso, aunque lo disimulaba bien.

– ¿Qué ha sucedido? -EI tono desabrido de Alert cortó el silencio.

Smythe se lo contó, sin rodeos y sucintamente.

– Nos estaban esperando.

Como Alert no reaccionó y se limitó a seguir mirándolos, Grimsby se removió.

– Hay que dejarlo correr. Los polizontes están al tanto de nuestro juego. Si no quiere echarse atrás, al menos retrase el asunto hasta que la tormenta amaine.

Alert lo estudió en silencio.

– Oiga. -Grimsby procuró hallar palabras que transmitieran el peligro que entrañaba la situación. -Ahora están circulando esos avisos, y la gente se ha enterado de que hay una recompensa. Y encima ese niño y su abuela tienen protección, protección vecina, y agentes montando guardia. La cosa está peliaguda. -Endureciendo la expresión, insistió: -Hay que dejarlo correr.

El hombre a quien conocían como Alert negó lentamente con la cabeza.

– Ni hablar.

Sostuvo sus miradas y aguardó, dándoles tiempo para asumir la irrevocabilidad de su negativa. Ellos no sabían que había recibido visita del chupasangre de su acreedor aquella misma velada, sólo para recordarle que faltar a su promesa de pagar no sería una idea prudente.

Le había asegurado que todo estaba en orden. Aun siendo él quien lo decía, su plan era brillante. Saldría bien. Se vería libre de sus deudas de una vez por todas; y a finales de año tendría la fortuna que durante años había fingido tener.

– Seguiremos adelante con los siete niños que tenemos. Como no habéis conseguido el octavo, tendréis que apañaros con siete.

Smythe no dio muestras de estar de acuerdo o en desacuerdo, cosa que Alert dio por buena. Smythe no era su principal fuente de preocupación.

Miró a Grimsby.

– Seguirás entrenando y alojando a los niños. Los tendrás listos para Smythe. Él completará su entrenamiento como convenga. Y dentro de pocos días pasaremos a la acción. Lo único que tienes que hacer es cumplir con tu parte unos días más. -Suavizo su tono. -Es cuanto necesitas para asegurarte de no volver a saber de mí nunca más; no oirás ni un susurro sobre lo que sé. -Lo que sabía conllevaría la deportación de Grimsby y, como bien sabía éste, él podía hacer que ocurriera. Y lo haría si Grimsby no bailaba al son de su música. No le sorprendió ver que Grimsby apretaba los labios y cedía. Pasando su mirada a Smythe, enarcó una ceja. -¿Algún comentario?

Smythe le devolvió la mirada y negó con la cabeza.

– Haré el trabajo, los trabajos, con siete. No estarán tan bien entrenados como me hubiera gustado pero… -Encogió los hombros. -Con suerte, nos las arreglaremos.

– Bien.

Eso era exactamente lo que Alert quería oír. Smythe, gracias a Dios, sabía ponerlo contento.

– Esta noche tengo conmigo a los dos más prometedores. Los sacaré a la calle, les enseñaré a moverse por los callejones y las casas, a entrar y salir de las mansiones y orientarse una vez dentro. He encontrado dos casas vacías en Mayfair. Los entrenaré allí.

Alert se permitió mostrar su aprobación.

– Estupendo. De modo que pese a este pequeño tropiezo, vamos encarrilados. El plan sigue adelante según lo previsto. -Miró a uno y otro. -¿Alguna pregunta más?

Ambos negaron con la cabeza.

– Bien, pues. -Con una sonrisa, les indicó la puerta. -Buena suerte, caballeros.

Aguardó a que Smythe hubiese salido y Grimsby estuviera a punto de hacerlo para decir:

– Ten cuidado, Grimsby.

Éste le lanzó una mirada y cerró la puerta a sus espaldas.

Alert permaneció sentado a oscuras y, por enésima vez, revisó NÚ plan. Era consistente. Era necesario. En la silenciosa oscuridad, su necesidad estaba muy clara y la presión para tener éxito era tangible, real.

No le gustaba considerar un posible fracaso, pero una ruta de encape era parte esencial de todo plan cuidadoso. Recostándose, miró en derredor, luego hacia arriba, y sonrió.

Incluso si toda la operación se iba al garete, escaparía sin ser descubierto. Tendría que abandonar Londres para evitar al acreedor, pero conservaría su libertad.

Calculando que ya había transcurrido el tiempo suficiente, se levantó y salió por la puerta cristalera, cerrándola con cuidado. Un conocido suyo, Riggs, vástago de una casa noble, era el dueño de la casa; la amante de Riggs, que vivía allí, era adicta al láudano. Riggs hacía semanas que se había ido de Londres para disfrutar de las amenidades campestres, dejando la casa como el lugar perfecto para que el hombre conocido como Alert se permitiera encarnar a su álter ego.

Mientras se alejaba al amparo de la noche, sonrió. Si el plan finalmente fracasaba, no habría nada que lo implicara. Ninguna posibilidad de seguir una pista que condujera hasta él.

CAPÍTULO 17

Por lo que Penelope entendió, era la primera vez que el nuevo Cuerpo de Policía y los vecinos del East End trabajaban codo con iodo para localizar a Grimsby y su escuela de ladrones.

Joe Wills y sus hermanos hicieron correr la voz, avisando a sus amigos, asegurándose de que la petición y su propósito, el ataque contra la señora Hughes, la historia de Jemmie y su madre asesinada, se propagara por todo el barrio.

Era un enclave densamente poblado; el boca a boca era más efectivo incluso que los avisos impresos que ofrecían recompensas.

La información que esperaban llegó entrada la noche. Tanto Penelope como Griselda se habían negado a regresar a sus respectivos hogares; Penelope se avino a enviar una nota a Calverton House pero, por lo demás, se negó a moverse de allí. Ambas aguardaron sentadas en el despacho de Stokes junto con los hombres. Sus hombres. No hizo falta discutir para dejar claro que así iban a ser las cosas.

Hicieron pasar a Joe Wills poco antes de la medianoche. Se le veía incómodo rodeado por tantos policías, pero incluso en compañía del sargento que le hizo entrar, el triunfo brillaba en sus ojos.

Penelope lo vio y se levantó.

– Los habéis encontrado.

Joe le sonrió y bajó la cabeza. Saludó a Griselda con el mismo ademán y luego miró a Stokes y Barnaby, ahora también de pie, detrás del escritorio del inspector.

Alguien ha tenido la brillante idea de buscar en Grimsby Street.

Stokes lo miró pasmado.

– ¿Vive en Grimsby Street?

– Qué va. Pero la calle lleva el nombre de su abuelo, así que parecía probable que alguien de allí supiera adonde se había dado el piro. En efecto, su vieja tía aún vive allí; nos dijo que tiene una casa en Weavers Street. No queda lejos de Grimsby Street. Fuimos allá a investigar sin levantar la liebre. Fue fácil de encontrar, sabiendo dónde teníamos que buscar; hace años que vive allí. -Joe miró a Stokes. -He dejado a Ned, Ted y unos amigos nuestros vigilando la casa. Tiene bajos, dos pisos arriba y desván. Los vecinos con los que hablamos no sabían nada de niños, pero si los tienen dentro, en los pisos de arriba, no hay motivo para que nadie los vea. Ellos, los vecinos, saben que Wally vive allí, junto con Grimsby.

Stokes tomaba notas.

– De modo que hay al menos dos hombres dentro de la casa.

– Sí. -Joe hizo una mueca. -De Smythe no sé nada. Los vecinos lo conocen bastante, pero que ellos sepan no está allí y no suele quedarse.

– Bien. Lo primero es dar con Grimsby y los niños. De Smythe nos ocuparemos después. -El inspector miró al sargento apostado en el umbral. -Miller, dígale a Coates que necesito a todos los hombres disponibles.

El sargento se puso firmes.

– ¿Ahora, señor?

Stokes echó un vistazo al reloj.