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– Usted es la señora de la casa. Mi madre dijo que iría a buscarme pero en cambio vino el viejo Grimsby.

– Es verdad; te secuestró. Por eso hemos venido a buscaros y a él lo mandaremos a prisión.

Los niños miraban a los agentes que se abrían paso como podían, en su mayoría camino de la calle ahora que los niños estaban a salvo y los villanos detenidos.

– ¿Todos estos policías están aquí por nosotros? -preguntó otro niño.

Ella rebuscó en la memoria el nombre del chico.

– Sí, Dan, así es. Os hemos buscado durante semanas.

Los niños intercambiaron miradas, impresionados de ser objeto de tanta atención.

– Muy bien. -Penelope sonrió a los niños; apenas podía creer que después de tanto investigar por fin los hubieran hallado sanos y salvos. -Ahora os llevaremos al orfanato.

Se movió para ver los ojos de los dos últimos niños, que seguían un poco retirados. De repente, le cayó el alma a los pies. Tendrían que haber sido Dick y Jemmie, pero no lo eran.

Al ver que ella los miraba fijamente, agacharon la cabeza.

Al cabo de un momento, uno la miró a hurtadillas por debajo de un flequillo mugriento.

– ¿Y qué va a pasar con nosotros, señorita? Tommy y yo no íbamos a ir a ninguna casa para huérfanos.

Penelope parpadeó; trató de pensar con lucidez entre la maraña de emociones que la acuciaban.

– No, pero… ahora sois huérfanos, ¿verdad?

Tommy y su amigo cruzaron una mirada y asintieron.

– En ese caso, también podéis venir con nosotros. Luego arreglaremos los detalles, pero no os quedaréis en las calles. Podéis venir con Fred, Dan y Ben, y os daremos un magnífico desayuno y una cama caliente.

La promesa de comida garantizó la buena disposición de los niños para ir a donde ella quisiera. Penelope inspiró profundamente.

– Pero antes, decidme… ¿Había más niños con vosotros aquí? ¿Niños que tendrían que haber ido al orfanato?

– Se refiere a Dick y Jemmie. -Con los ojos brillantes, deseoso de ayudar, Fred asintió. -Están aquí; al menos estaban, pero ayer salieron con Smythe y todavía no han vuelto.

Dejando a los cinco niños al cuidado de Griselda, con órdenes estrictas de que la esperasen, Penelope se abrió paso entre el remolino de agentes, dirigiéndose a la escalera. Llegó al pie al tiempo que Miller bajaba.

– Tengo que hablar con Stokes y Adair; es urgente.

Miller reparó en su tensa expresión. Echó un vistazo escaleras arriba.

– Ya están bajando, señorita.

Miller y Penelope retrocedieron hacia el centro de la habitación al bajar dos agentes fornidos que llevaban esposado a un hombre de aspecto corriente.

Wally, supuso Penelope. Tenía el pelo de punta, la ropa arrugada y una expresión de absoluta incomprensión. No causó ningún problema a los agentes, que lo llevaron a un lado para que los demás pudieran bajar.

Descendieron otros dos agentes, esta vez conduciendo a un hombre de mucha más edad. Grimsby. Su cabezota redonda de mandíbula prominente y pelambrera lacia y gris se apoyaba sobre unos hombros encorvados y un pecho hundido. Grimsby quizás antaño había tenido un aspecto imponente, pero ahora estaba viejo, le pesaban los años. Pese a todo, sus ojos brillaban con astucia mientras miraba todo, reparando en los niños y Griselda, en los demás agentes, en Miller… y en Penelope.

Ésta le hizo fruncir el ceño. Grimsby no la ubicaba.

Stokes y Barnaby fueron los últimos en bajar.

Los agentes pusieron a Grimsby en medio de la zona despejada y le dieron la vuelta, de cara a Stokes. Siguiendo indicaciones de Miller, los agentes colgaron varios faroles que iluminaron bien la habitación.

Penelope aprovechó el momento; adelantándose, llamó la atención de Barnaby y Stokes. Ambos se volvieron hacia ella, que habló en voz baja:

– Dick y Jemmie, los dos últimos niños raptados, no están aquí, -Ellos miraron a los niños. -Sí, hay cinco, pero hay dos de quienes no sabíamos nada. Según los demás, Dick y Jemmie estaban aquí pero Smythe se los llevó ayer y aún no los ha devuelto.

El inspector maldijo entre dientes y cruzó una mirada con Barnaby, que también puso mala cara.

– Si Smythe es la mitad de bueno de lo que dicen, no volverá a acercarse a este lugar.

– Y si necesita niños -observó Barnaby, -se quedará con los dos que tiene; no los soltará.

– ¡Maldita sea! -Stokes dio voz a su frustración. Al cabo de un momento, dijo: -Veamos qué podemos sonsacar a Grimsby.

– Prueba primero con Wally. -Penelope miró al joven. -Parece… más ingenuo.

No exactamente ingenuo, pero desde luego acertaba en que no andaba sobrado de luces. Dando la espalada a Penelope y Barnaby, Stokes se encaró con los detenidos. Penelope deslizó una mano la de Barnaby y le dio un apretón. Luego lo soltó y regresó con los niños; no quería que se sintieran abandonados de nuevo.

Tras un breve titubeo, Barnaby la siguió. Stokes observó impasible a Grimsby y luego a Wally. Finalmente, dijo:

– Wally, ¿verdad? -Cuando el aludido asintió, frunciendo el ceño desconcertado, el inspector preguntó: -¿Quién te pidió que mataras a la señora Carter?

Wally frunció más el ceño y meneó la cabeza.

– Yo no he matado a nadie. ¿Quién es la señora Carter?

Saltaba la vista que decía la verdad.

– Wally, te llevaste a un niño, Jemmie, de casa de su madre; ella era la señora Carter.

Wally asintió y puso cara de entender.

– Sí, me lo llevé. Fui a buscarlo con Smythe. Su madre no se encontraba bien, pero estaba viva cuando nos marchamos.

– Cuando tú te marchaste. -Hizo una pausa y al cabo aventuró: -De modo que tú y Jemmie os fuisteis…

Wally asintió.

– Smythe me dijo que me llevara al niño para poder hablar a solas con su madre. AI salir, dijo que le había dicho que Jemmie tenía que venir con nosotros porque se encontraba mal y necesitaba descansar…

– Entiendo. Y ayer fuiste con Smythe a Black Lion Yard. Wally asintió de nuevo.

– Sí. Teníamos que recoger a otro niño; su abuela estaba enferma. -Volvió a fruncir el ceño. -Pero todo salió mal. Sólo queríamos llevarnos al chico para traerlo a la escuela de Grimsby; así tendría un oficio cuando creciera, pero la gente que había allí no lo entendió.

No era la gente de Black Lion Yard quien no lo había entendido. Stokes miró a Barnaby, que estaba junto a Penelope. Barnaby ladeó la cabeza hacia los niños y, articulando los labios, dijo: «Smythe.»

Centrándose otra vez en Wally, Stokes preguntó:

– ¿Sabes dónde para Smythe? Tiene a dos de los niños, ¿verdad?

– Sí. Anoche se llevó a Dick y Jemmie para entrenarlos en las calles. Dijo que eran los dos más avispados. -Frunció todavía más el ceño al caer en la cuenta. -Aunque no los ha devuelto; bueno, no creo que lo haga con tanta bofia por aquí. Pero no sé dónde cuelga la gorra. A lo mejor el jefe lo sabe.

Miró a Grimsby, que estaba ceñudo.

– No, no lo sé. Smythe no va por ahí repartiendo tarjetas, y mucho menos me invita a tomar unas copas de vez en cuando. Es muy reservado.

Barnaby no había esperado menos. Miró a Penelope y le estrechó los dedos que había deslizado otra vez en su mano.

Stokes se volvió hacia Grimsby.

– Tienes edad suficiente para saber cómo va todo esto, Grimsby. Has montado una escuela aquí para entrenar a niños que ayuden a robar. Ningún juez lo verá con buenos ojos. Pasarás el resto de tu vida entre rejas. No volverás a ver la luz del día.

La indignación de Grimsby aumentó.

– Sí, ya lo sé… -Miró a Stokes especulativamente. -Si me: avengo a ayudar contando todo lo que sé, ¿qué opciones tengo?

La sonrisa del inspector fue la personificación del cinismo.

– Sí, y sólo si logras convencerme de que desnudas tu alma y lo que ofreces nos sirve en la investigación, hablaré con el juez. Lo máximo que puedes esperar es una sentencia menos severa. La deportación en lugar de una celda.