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Grimsby hizo una mueca.

– Soy demasiado viejo para hacer largos viajes por mar.

– Mejor eso que pasar el resto de tu vida a oscuras, según dicen, -Stokes encogió los hombros. -Sea como fuere, en tu caso no puedo hacer más.

Grimsby torció el semblante y suspiró.

– De acuerdo. Pero, maldita sea, se lo advertí tanto a Alert como a Smythe en cuanto vi el condenado aviso. Les dije que la cosa se estaba poniendo muy fea, pero ¿acaso me escucharon? No. Ningún respeto por la edad y la experiencia. Y ahora soy yo quien acaba entre rejas cuando lo único que hago es enseñar unos cuantos trucos a un puñado de chavales. No soy yo quien los lleva por mal camino.

– ¡No se atreva a fingir que no es un anciano malévolo que se aprovecha de la inocencia de unos niños!

La voz de Penelope cortó la viciada atmósfera, vibrando con tanta furia que todos los presentes se callaron.

Grimsby la miró fijamente, palideció y retrocedió hacia los dos fornidos agentes.

Stokes carraspeó.

– En efecto. Yo no habría sabido expresarlo mejor.

Grimsby lanzó una mirada impresionada hacia él.

– ¿Quién es? -susurró con voz ronca.

– Ella y el caballero que la acompaña tienen mucho interés en este asunto, y entre ambos es probable que estén emparentados con cualquiera de los jueces que vas conocer. -Stokes sostuvo la mirada cada vez más horrorizada de Grimsby. -Me parece que ha llegado la hora de que te dejes de excusas y nos cuentes lo que queremos saber.

Aturullado, Grimsby movió sus manos esposadas.

– Voy a decirle todo lo que sé. De verdad.

Stokes no sonrió.

– ¿Quién es Alert?

– Un encopetado empeñado en robar casas.

– Casas de Mayfair.

– Sí. Quería un mangui, así que lo puse en contacto con Smythe, pero yo no sé nada sobre sus acuerdos.

– ¿No sabes nada sobre los robos planeados? -preguntó Stokes con aire escéptico.

– ¡No! Alert juega sus cartas sin enseñarlas. Ese canalla tiene la sangre muy fría. Y Smith es más cerrado que una almeja sobre cualquier trabajo que hace. Lo único que sé es que Alert decidió que necesitaba ocho chicos. ¡Ocho! Nunca había oído que un mangui necesitara ocho chicos a la vez, pero eso es lo que me dijo Smythe.

– Y estuviste encantado de proporcionárselos, claro.

Grimsby se mostró malhumorado.

– Pues no, si quiere que le diga la verdad. Ocho son difíciles de encontrar, sobre todo con lo quisquilloso que es Smythe. No lo habría hecho ni siquiera para él, sólo que…

Cuando Grimsby le lanzó una mirada, Stokes terminó la frase por él.

Smythe tenía algo contra ti, alguna palanca para obligarte a hacer lo que quería.

– Smythe no. Alert.

El inspector frunció el ceño.

– ¿Cómo es posible que un encopetado se trate con alguien como tú, y que encima te tenga a su merced?

Grimsby hizo una mueca.

– Ocurrió hace años, estaba pasando una mala racha e intenté hacer un poco de palanqueta por mi cuenta. Solía dárseme bien en mis años mozos. Entré en una casa y me topé con Alert en la oscuridad. Me dio con una porra en la cabeza. Cuando volví en mí, me tenía bien atado; me dio una oportunidad: contarle todo sobre mí, qué hacía, cómo lo hacía y demás, y no me entregaría a la pasma. Como si yo fuera una atracción de feria. Lo tomé por uno de esos nobles a los que les gusta codearse con la plebe, que les gusta pensar que están enterados, así que se lo conté todo. -Meneó la cabeza ante su propia ingenuidad. -No me pareció que corriera ningún riesgo. Quiero decir, era un encopetado, un caballero. ¿Qué iba a importarle yo y mis historias?

– Pero lo recordó.

Grimsby se pasó la mano por la cara.

– Sí, y tanto que sí. -Hizo una pausa. -Me dijo que si proporcionaba a Smythe los niños que necesitaba, se olvidaría de mí.

– ¿Y le creíste?

– ¿Qué alternativa tenía? -Grimsby miró en derredor, otra vez indignado. -Y aquí me tiene, en manos de la bofia.

Apartándose de Penelope, Barnaby se unió a Stokes.

– Dice que Alert es un encopetado. Descríbalo.

Grimsby la observó un momento y dijo:

– No tan alto como usted. Pelo castaño, más bien oscuro y liso. Entre mediano y pesado. Nunca lo he visto con buena luz, así que no puedo decir mucho más.

– ¿Ropa? -quiso saber Barnaby.

– Buena calidad, lo propio de Mayfair.

– ¿Te has visto con él últimamente? -preguntó Stokes.

Grimsby asintió.

– En una casa de St. John's Wood. Nos reunimos en la sala de atrás. Envía un mensaje a Smythe cuando quiere vernos allí, y cuando es al revés, Smythe deja una nota en una taberna, no sé cuál.

– ¿Smythe está enterado de todo el plan de Alert? -pregunto Barnaby.

– Ayer no lo estaba. Cuando vino a buscar a los chavales se quejó de que Alert no soltaba prenda sobre los objetivos. A Smythe le, gusta reconocer bien el terreno antes de actuar. Smythe sabe más que yo pero no lo sabe todo. Todavía no.

Stokes frunció el ceño.

– Esa casa donde os reunís… ¿es suya?

Grimsby hizo una mueca de «¿cómo quiere que lo sepa?».

– Supongo que sí. Siempre está a sus anchas, cómodo y relajado.

– ¿Cuál es la dirección? -preguntó Stokes.

– El 32 de St. John's Wood Terrace. Siempre vamos por atrás, a las puertas del salón que da al jardín. Hay un callejón que pasa por detrás.

Barnaby había estado estudiando a Grimsby.

– Dice que es poco habitual que Smythe quiera ocho niños. ¿Por qué cree que quiere tantos? -Al ver que Grimsby se encogía de hombros, Barnaby endureció su tono. -Adivínelo.

Grimsby le sostuvo la mirada un momento y luego dijo:

– Si tuviera que adivinarlo, diría que Alert pretende entrar en más de ocho casas a la vez, todas en la misma noche. De esta manera la pasma no tendría ocasión de detenerlo.

Barnaby lo imaginó, combinando la perspectiva con lo que Grimsby había dado a entender.

– Ha dicho objetivos. Objetivos concretos. De modo que Alert está planeando enviar a Smythe a robar casas concretas que él ha seleccionado en Mayfair, más de ocho, todas en una noche. -Volvió a centrarse en Grimsby. -¿Ése es el plan?

– Supongo que sí. Lo que no sé es qué casas tiene en mente.

Stokes miró a Grimsby, formándose un juicio sobre él, y luego preguntó:

– ¿Hay algo más, cualquier cosa, que puedas contarnos? -En particular sobre ese Alert -apostilló Barnaby.

Grimsby comenzó a negar con la cabeza pero se detuvo.

– Una cosa; no sé si es real o sólo una figuración mía, pero en más de una ocasión Alert dijo que sabe cómo funciona la policía. Insistió en ello, siempre nos decía que dejáramos que él se preocupara de los polizontes.

Stokes frunció el ceño y miró a Barnaby. Barnaby le devolvió la mirada; le gustaba tan poco como a Stokes lo que Grimsby acababa de decir. En voz baja, dijo:

– Un caballero que dice estar al corriente de cómo trabaja la policía.

Stokes se volvió de nuevo hacia Grimsby.

– Esa casa en St. John's Wood Terrace… Creo que va siendo hora de que hagamos una visita al señor Alert.

– No hay ningún señor Alert que viva en St. John's Wood Terrace. -La voz de Griselda hizo que todos la miraran. Se ruborizó, pero miró con firmeza a Stokes. -Conozco el lugar. No estoy segura de quién vive en el número 32, pero desde luego no se llama Alert.

El inspector asintió.

– No me sorprende, estará usando un alias.

A su lado, Barnaby murmuró:

– ¿Y usa su propia casa?

Aquello costaba de tragar, pero estaba claro que tenían que visitar St. John's Wood Terrace. Stokes dio orden de que llevaran a Wally a Scotland Yard. El sargento Miller, Grimsby y dos agentes irían con ellos a St. John's Wood.

Mientras paraban coches de punto y los demás agentes recibían instrucciones de regresar a sus respectivos puestos, Barnaby y Stokes cruzaron adonde Penelope y Griselda tenían reunidos a los cinco niños.