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La expresión de la joven revelaba que se debatía entre el deber de poner a los niños a salvo en el orfanato y su determinación de atrapar a los villanos. La noticia de que Alert fuese un caballero no hacía sino aumentar su determinación, así como la de Barnaby.

Deteniéndose a su lado, éste la miró a los ojos y aguardó a que tomara una decisión; la conocía lo suficiente como para guardarse de insinuarle siquiera cuál sería la mejor. Ella arrugó la nariz.

– Llevaré los niños al orfanato.

Barnaby asintió.

– Yo iré con Stokes.

El inspector señaló a dos agentes que flanqueaban la puerta.

– Johns y Matthews os escoltarán hasta el orfanato. Tienen mi coche esperando.

Penelope dio las gracias y comenzó a sacar a los niños de allí, Los cinco seguían mirando a los policías con los ojos muy abiertos, fijándose en las esposas que llevaban puestas Grimsby y Wally. No perdían detalle para luego poder describir la escena a los demás; era su billete a la importancia, al menos durante unos días.

Barnaby la ayudó a subir a los niños al carruaje, luego le tomó la mano y la ayudó a ella. Penelope se detuvo en el estribo y lo miró.

El sonrió.

– Después iré a contártelo todo.

Ella le apretó los dedos.

– Gracias. Estaré ansiosa hasta entonces.

Barnaby la soltó, dio un paso atrás y cerró la portezuela del carruaje.

Griselda se acercó afanosamente y dijo a Penelope a través de la ventanilla:

– Me voy con ellos. Nos veremos luego. Prometo contártelo todo, incluso lo que él -ladeó la cabeza hacia Barnaby- se deje.

Penelope rió y se reclinó en el asiento. Los dos agentes ya habían subido. El conductor hizo restallar su látigo y el caballo echó a andar lenta y pesadamente, llevándosela a ella y a sus cinco pupilos hacia el orfanato, que era donde debían estar.

– ¿Es aquí?

Señalando la puerta del número 32 de St. John's Wood Terrace, Stokes miró a Grimsby.

– Sí. -Grimsby asintió. -Nunca entré por delante; siempre nos hacía venir por el callejón de atrás. Pero es ésta, seguro.

Stokes subió la escalinata y llamó con la aldaba con un golpeteo autoritario.

Al cabo de un momento, unos pasos se acercaron. La puerta se abrió revelando a una sirvienta de cierta edad con cofia y delantal. ¿Sí?

– Inspector Stokes, Scotland Yard. Quisiera hablar con el señor Alert.

La sirvienta frunció el ceño.

– Aquí no hay ningún señor Alert; se habrá equivocado de dirección.

Observando al reducido grupo reunido en la acera con patente desagrado, comenzó a cerrar la puerta.

– Un momento. Tengo que hablar con su patrono. Vaya a avisarlo, por favor.

La sirvienta miró con desprecio a la chusma que había detrás del Inspector.

– Patrona. Y es demasiado temprano. Aún no han dado las ocho, ni siquiera es una hora decente para…

Se interrumpió al ver el bloc de notas que Stokes sacaba de un bolsillo de su abrigo. Lápiz en mano, preguntó:

– ¿Su nombre, madame?

La sirvienta frunció los labios antes de decir:

– Muy bien. Aguarde aquí; voy a avisar a la señorita Walker.

Se volvió y cerró la puerta, tras dedicar un amago de sonrisa a Stokes.

Barnaby se reunió con él en la escalinata; se apoyaron en las barandillas laterales del porche.

– Diez minutos -dijo Barnaby. -Como mínimo. Stokes se encogió de hombros. -Quizá lo consiga en cinco.

Ocho minutos después volvió a abrirse la puerta, pero como quien apareció iba ligera de ropa, tan sólo con una bata de puntillas, Barnaby consideró que había atinado más en su estimación. El cutis de la mujer era pálido como marcaba la moda, aunque presentaba unas acusadas ojeras. Contempló a Stokes, luego miró a Barnaby con la misma parsimonia, y finalmente volvió a posar la mirada en el inspector.

– ¿Sí?

– ¿Es usted la dueña de esta casa? -Stokes se ruborizó levemente; a juzgar por el atuendo de la mujer, la pregunta se prestaba a la mayor ambigüedad. Ella arqueó las cejas y asintió.

– Lo soy.

Visto que no agregaba nada más, limitándose a mirarlo con expectación, Stokes prosiguió:

– Busco a un tal señor Alert.

La mujer no contestó, aguardando a que él se explicara, pero entonces, cayendo la cuenta, dijo:

– Aquí no hay nadie que se llame así.

Se oyó mascullar a Grimsby:

– Maldita sea. Sabía que no tenía que fiarme de ese canalla.

Stokes se volvió hacia Grimsby.

– ¿Sigues estando seguro de que ésta es la casa? -Como Grimsby asintió enfáticamente, el inspector agregó: -Entonces aún nos queda una pregunta.

Se volvió y miró a la señorita Walker; su sirvienta había reaparecido y no perdía detalle de la conversación.

– Un caballero que se hace llamar señor Alert ha estado usando su salón trasero para reunirse con este hombre -señaló a Grimsby- y con otro, en varias ocasiones durante las últimas semanas. Me gustaría saber cómo ha podido ser.

La confusión de la señorita Walker era claramente genuina.

– Vaya, le aseguro que no tengo ni idea. -Miró a su sirvienta. -No hemos tenido ningún… incidente, ¿verdad? Siempre cerramos las puertas del salón del jardín en cuanto anochece.

La sirvienta asintió, ceñuda. Tanto Stokes como Barnaby repararon en ello. El primero preguntó:

– ¿Qué ocurre?

La sirvienta miró a su ama y luego dijo:

– El sillón que está junto a la chimenea del salón de atrás. Alguien se ha sentado en él de vez en cuando. Arreglo el salón cada noche antes de irme, y a veces el cojín está hundido a la mañana siguiente.

Stokes no disimuló su perplejidad.

– Pero la señorita Walker…

Esta se ruborizó.

– Yo… Verá… -Lanzó una mirada a su sirvienta y acto seguido añadió: -Normalmente ya estoy acostada cuando Hannah se marcha, y suelo dormir profundamente.

Hannah asintió.

– Muy profundamente -puntualizó la sirvienta. Había desaprobación en sus ojos, pero ni un asomo de mentira.

Barnaby comprendió, igual que Stokes, que les estaban diciendo que la señorita Walker era, como muchas mujeres de su condición, adicta al láudano. Una vez en cama y con su dosis, no oiría ni un obús de artillería que explotara en la calle.

– Tal vez este hombre-sugirió Barnaby, -el señor Alert, conozca a su… benefactor.

Stokes pilló la indirecta.

– ¿Quién es el dueño de esta casa, señorita Walker?

Pero la señorita Walker se había alarmado. Ladeó el mentón.

– Creo que eso no es asunto suyo. Él no está aquí, y no hay necesidad de que lo moleste por un asunto como éste.

– Es posible que pueda ayudarnos -repuso Stokes. -Y se trata de una investigación por asesinato.

Barnaby gimió para sus adentros. Era de esperar que mencionar un asesinato no ayudara en nada. Ahora la señorita Walker y la sirvienta estaban muertas de miedo y se negaron en redondo a revelar nada más.

Hubo movimiento en la acera y Griselda se reunió con ellos; tiró de la manga de Stokes. Cuando la miró, dijo:

– Riggs. El caballero propietario de esta casa es el honorable Carlton Riggs. -Dirigió la vista más allá de Stokes. -A veces viene a la tienda a comprar sombreros y guantes para la señorita Walker.

Stokes se volvió hacia la señorita Walker y enarcó una ceja.

– Sí. Carlton Riggs es dueño de esta casa desde hace años, desde antes de que yo le conociera.

El inspector inclinó la cabeza.

– ¿Y dónde está el señor Riggs ahora?

Ella lo miró parpadeando y luego miró a Barnaby. Obviamente) lo reconoció como miembro de la aristocracia.

– Bueno, está de vacaciones, ¿no? -Miró de nuevo a Stokes- Es temporada baja en la ciudad. Se fue al norte, a la casa familiar hace tres semanas.