Выбрать главу

El cementerio contiguo a la iglesia de St. John Wood era un lugar oscuro y lúgubre en los mejores momentos. A las once de una neblinosa noche de noviembre, los desmoronados monumentos intercalados con viejos árboles retorcidos proyectaban sombras más que suficientes para ocultar a dos hombres.

Smythe estaba debajo del árbol más grande, en medio del recinto, y observaba los andares desenfadados de Alert, con el aire de un caballero excéntrico tomando el fresco, aproximándose a él.

Tuvo que reconocer su mérito; tenía una sangre fría a prueba de bomba. Como de costumbre, Smythe le había dejado recado al barman del Crown and Anchor de Fleet Street, pero esta vez el mensaje no se había limitado a unas pocas palabras. Pedía una reunión con urgencia y advertía a Alert en términos muy claros que no debían encontrarse en el sitio habitual, el salón del número 32 de St. John Wood Terrace, unas pocas manzanas más al norte, proponiendo el cementerio en su lugar.

Tal como había esperado, Alert había sido lo bastante inteligente como para tomar en serio su advertencia. Y tal como había previsto también, no estaba nada contento con ella.

Deteniéndose delante de él, Alert le espetó:

– Más vale que tengas una buena razón para pedir este encuentro.

– La tengo -gruñó Smythe.

Alert echó una ojeada al cementerio.

– ¿Y por qué demonios no podemos vernos en la casa?

– Porque la casa, en realidad toda la calle, está plagada de polizontes que aguardan a que usted o yo asomemos la cabeza.

Pese a la escasa luz, Smythe percibió el susto de Alert aunque éste no reaccionó de inmediato. Cuando lo hizo, su voz sonó ecuánime, monótona, sepulcral.

– ¿Qué ha ocurrido?

Smythe le contó lo que sabía; que habían hecho una redada en la escuela de Grimsby y habían perdido a Grimsby, Wally y cinco niños. Smythe estaba furioso por la cuenta que le traía; la oportunidad de llevar a cabo una serie de robos en cadena del calibre que Alert había descrito sólo se presentaba una vez en la vida; aparte del dinero, se habría forjado un nombre, lo cual le habría dejado en muy buena posición por el resto de sus días. Estaba enfadado, pero su furia no era comparable a la de Alert.

Tampoco es que Alert hiciera más que dar dos pasos y apoyar un puño en el borde de una lápida. Era la cólera que clamaba en cada línea de su cuerpo, en la rígida y crispada tensión que se había adueñado de él, su violencia contenida, lo que hacía temblar al mismísimo aire y al instinto de Smythe.

Y lo que le hizo pensar: semejante furia sugería que Alert necesitaba desesperadamente cometer aquellos robos. Lo cual, en opinión de Smythe, era un buen augurio. Para él.

No podía efectuar los robos sin la información que Alert se había reservado hasta entonces, pero ahora quizá se avendría a llevar a cabo la empresa a la manera de Smythe.

– ¿Tienes idea de quién…? -La voz de Alert vibraba de furia; se interrumpió para inspirar hondo. -No. Eso no importa. No podemos permitir que nada nos distraiga…

Volvió a interrumpirse. Se volvió, dio tres zancadas en otra dirección, se detuvo, levantó la cabeza y tomó aire otra vez antes de encararse a Smythe.

Smythe reflexionó, sopesando los pros y los contras; como lo que más pesaba eran sus ganas de hacer el trabajo, finalmente asintió.

– De acuerdo. Haremos las ocho en dos noches.

– Bien. -Alert hizo una pausa antes de agregar: -Nos reuniremos aquí dentro de tres noches. Hasta entonces, tú y los niños será mejor que os perdáis de vista.

Recomendación del todo innecesaria; Smythe reprimió su respuesta instintiva y, con toda calma, dijo:

– Según cuando quiera hacer los trabajos, es posible que no salga bien. -Como Alert frunció el ceño, añadió: -Se lo he dicho antes, necesito tres días para estudiar las casas. Dado que vamos a hacer tantas, aunque estén en la misma zona preferiría más tiempo, pero si es preciso haré la exploración en tres días. No menos de tres días.

Alert vaciló y se metió la mano en el bolsillo. Smythe se puso en guardia, pero Alert sólo sacó un trozo de papel. Lo miró y se lo entregó.

– Éstas son las casas, pero las familias aún no se han marchado. En cuanto lo hagan y estemos preparados para hacer el trabajo, te daré la lista de artículos que hay que robar en cada casa, así como detalles sobre la ubicación de todos ellos.

Smythe cogió la lista y la ojeó, pero estaba muy oscuro para leer nada. La dobló y se la metió en el bolsillo.

– ¿Seguimos con un artículo por casa?

– Sí. -Alert lo miró con rapacidad. -Tal como expliqué al principio, con estos artículos en concreto, uno de cada casa es cuanto necesitamos. Con sólo uno, serás más rico de lo que jamás hayal soñado; ocho artículos en total. Y-bajó la voz, que sonó más dura y amenazadora- hay motivos para que, en estos casos, cojamos un solo artículo. Arramblar indiscriminadamente con otras cosas pondría en peligro… toda la jugada.

Smythe se encogió de hombros.

– Lo que usted diga. Inspeccionaré esas casas y entrenaré a los chicos; en cuanto no haya moros en la costa, me dará la lista de artículos y nos pondremos en marcha.

Alert lo estudió un momento antes de asentir.

– Bien. Nos vemos aquí dentro de tres noches.

Dicho esto, dio media vuelta y se encaminó a la salida del cementerio.

Smythe permaneció bajo el árbol y vigiló hasta que Alert desapareció entre los monumentos. Sonriendo para sí, enfiló en otra dirección.

Dio unas palmadas al bolsillo, tranquilizado por el crujido del papel en su interior. Llevaba tiempo esperando tener algo que utilizar contra Alert; algo que identificara a aquel hombre. No le gustaba hacer negocios con personas que no conocía, sobre todo si eran encopetados. Cuando las cosas se ponían feas, los encopetados eran propensos a acusar a las clases bajas y proclamarse inocentes. Tampoco era que Smythe esperara ser atrapado, pero tener un pequeño as en la manga para asegurarse el silencio de Alert o, según cómo, para negociar si las cosas se ponían peliagudas, siempre resultaba tranquilizador.

Ahora tenía la lista de casas, casas que Alert sabía que contenían un objeto muy valioso y, más aún, que conocía lo bastante bien como para describirlos con detalle, así como su ubicación precisa dentro de las diversas casas.

– ¿Y cómo ibas a saber eso, mi distinguido caballero? -Sonriendo, Smythe se contestó: -Porque eres un visitante habitual de esas casas.

Ocho casas. Si alguna vez tenía que identificar a Alert, una lista de ocho casas con las que estaba familiarizado bastaría para ello. Smythe estaba convencido.

CAPÍTULO 18

– A menudo las investigaciones son como arrancar un diente. -Ante la chimenea de la sala de Griselda, Barnaby cogió otro panecillo de levadura de la bandeja. -Dolorosas y lentas.

Penelope terminó de masticar su bollo, tragó y rezongó.

– Una lenta tortura, querrás decir.

Barnaby hizo una mueca pero no lo negó.

Habían transcurrido tres días desde la redada en la escuela de Grimsby; pese a los esfuerzos de todos, no habían oído ni un rumor sobre Smythe y los niños que lo acompañaban. Jemmie y Dick seguían en paradero desconocido, de ahí su sombrío estado de ánimo.

Griselda se desplazó hasta el borde de la butaca y cogió la tetera que había dejado en el hogar. Llenó los tazones.

– ¿Qué tal se están adaptando al orfanato los niños?

– Muy bien. -Penelope había pasado la mayor parte de los dos días anteriores allanando el terreno a los niños y ocupándose de las formalidades para asumir la custodia de los dos niños nuevos que habían encontrado. -Por supuesto, haber sido rescatados durante una redada policial en una conocida escuela de ladrones del East End significa que se han convertido en una especie de héroes, así que apenas cabe envidiarles su momento de gloria y, además, les ha puesto más fácil el hacerse un sitio entre los demás niños.