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Stokes centró su atención en su amigo.

– ¿Tenemos alguna posibilidad de hacer correr la voz entre la aristocracia para que alerten al servicio? ¿Quizás identificar casas que contengan objetos muy valiosos que un niño pueda birlar?

Barnaby lo miró y luego dirigió la vista a la ventana y al cielo en capotado.

– En cuanto a tu primera pregunta, el Parlamento cerró el jueves. Ahora es sábado por la tarde. -Miró a Stokes a los ojos. -Es demasiado tarde para dar una alerta general; la mayoría de las familias ya se ha marchado de la ciudad. Además, habida cuenta del actual clima político, no creo que fuese prudente para Peel dar a entender, aunque sea indirectamente, que la policía no es capaz de proteger las mansiones de Mayfair de los expolios de un ladrón.

Stokes hizo una mueca de espanto y apartó la vista.

– En cuanto a identificar casas que contengan objetos pequeños muy valiosos -dijo Penelope, -todas las familias bien los tienen a montones. En cualquier casa de Mayfair habrá al menos uno. -Hizo una mueca, desvió la mirada hacia Griselda y volvió a mirar a Stokes. -Sé que parece absurdo, pero generalmente esas cosas han sido nuestras durante generaciones. No solemos considerarlas valiosas, como sucede por ejemplo con el jarrón que un admirador parisino regaló a mi tía abuela Mary. Cosas de esa clase. Por más que se trate de un jarrón de Limoges de valor incalculable, ésa no es la razón por la que está en la mesa del rincón, y tampoco es lo que pensamos o recordamos de él.

– Lleva razón. -Barnaby buscó los ojos de Stokes. -Olvida la idea de identificar las casas. -Hizo una mueca. -Si bien ahora quizá sabemos la clase de objeto que busca Alert, lamentablemente eso no nos ayuda a avanzar.

Al cabo de un momento, el inspector dijo:

– Tal vez no. Pero hay otra cosa. -Miró a Barnaby. -Si, como parece seguro, el plan de Alert estaba pensado para evitar la interferencia de la policía, entonces Alert, sea quien sea…

– Sabe bastante más que la mayoría de caballeros sobre el funcionamiento de la Policía Metropolitana. -Barnaby asintió. -Es verdad. -Al cabo de un momento, prosiguió: -No podemos encontrar a Smythe ni identificarlas casas que tiene en mente con prensión suficiente para tender una trampa. Según mis cálculos, eso nos deja con una única medida a tomar.

Stokes asintió.

– Dar caza a Alert.

Se dijo que era la frustración, la decepción y la simple impaciencia con la investigación lo que la había conducido a buscar distracción, pero lo cierto era que lo había echado de menos.

Aquella noche, Penelope yacía recostada en la gran cama de Barnaby. Él estaba tendido a su lado, boca arriba, con un brazo doblado debajo de la cabeza. El resplandor de las velas bañaba sus cuerpos desnudos. Penelope dejó vagar la vista y sonrió con, -tuvo que admitirlo, -posesivo deleite.

Al menos de momento era suyo, todo suyo, y lo sabía.

Alargando el brazo, le puso una mano en el pecho y luego, lentamente, la deslizó hacia abajo, recorriendo su musculatura hasta el ombligo, luego más abajo, hacia esa parte de él que siempre parecía ansiosa de que ella la tocara. Que a pesar de sus recientes apareamientos, todavía crecía debajo de su mano.

Esa constatación le causó una estremecedora sensación de dominio.

Tampoco era que el resto de él, todo él, no se hubiese alegrado de verla. Aunque no habían fijado una cita, cuando Penelope había llamado a su puerta unas horas antes, él estaba aguardando para abrir; y ni rastro de Mostyn. Barnaby la había conducido a su dormitorio y cerrado la puerta; todo ello con una prontitud que la había reconfortado. Que había hecho que su corazón palpitara, que sus sentidos se pusieran a la expectativa.

Penelope se había arrojado en sus brazos y dado rienda suelta a su anhelo. Dejando que ardiera. Para él. Y él la había correspondido. Habían forcejeado, como siempre, el control primero de él, luego de ella, luego de él otra vez. Finalmente Barnaby la había inmovilizado, desnuda, debajo de él en la cama, y se unió a ella en un frenesí que los había dejado a ambos agotados, deliciosamente saciados.

Satisfechos de nuevo.

Esa había sido la primera vez. La segunda… Penelope tenía una memoria excelente; podía recordar con todo lujo de detalles las diversas posturas descritas en textos esotéricos que ella y Portia habían estudiado años antes llevadas por las ansias de educarse en todos los aspectos de la vida. Esos textos habían resultado sumamente reveladores.

Y muy claros y precisos. Cuando se había puesto a gatas y preguntado si podían intentarlo de esa manera, Barnaby se había quedado perplejo, aunque sólo un instante. Luego estuvo detrás de ella, y dentro de ella, acoplándose mediante prolongados, profundos, terriblemente controlados empujones; había demostrado a conciencia por qué esa postura aparecía en la mayoría de textos.

Después ambos se desmoronaron, formando un amasijo de miembros enmarañados, mutuamente saciados.

Ahora, después de que el embriagador resplandor de la saciedad se desvaneciera, Penelope se había quedado envuelta en una penetrante calidez, el cuerpo le resonaba con un ronroneo de satisfacción y una serena alegría que jamás hubiera imaginado que fuera posible sentir.

Acariciaba el pecho de Barnaby con ternura, fascinada como siempre por los contrastes. Su mano parecía tan minúscula, tan raquítica sobre aquel cuerpo musculoso, inherentemente poderoso; él era duro y ella suave, él pesado y ella ligera, él grande y ella menuda… Sin embargo, en muchos aspectos parecían complementarios.

Y no sólo físicamente.

En la superficie, los interludios como aquél buscaban mayormente satisfacer anhelos físicos, mas en todo ello subyacía un anhelo más poderoso y dominante que a todas luces no era físico. Al menos no para ella.

Y empezaba a creer que tampoco para él.

La actitud posesiva, el afán de proteger, la necesidad y el cuidado formaban parte de lo que ahora había entre ellos, y al menos en los confines de su cama eran reconocidos como tales; prueba de una conexión emocional que no hacía más que fortalecerse y profundizarse con cada día que pasaba.

Tras haber pasado los últimos tres días separados, la mera idea de perder esa conexión, de terminarla… Baste decir que la mente de Penelope evaluaba distintas maneras de garantizar que esa conexión continuara indefinidamente.

Era consciente de que Barnaby la estaba observando, estudiando su rostro con ojos entornados. Girando la cabeza sobre las almohadas, se topó con su mirada azul; al cabo de un momento, enarcó una ceja.

Barnaby sonrió. Alzó una mano hasta su mejilla y le apartó un mechón de pelo, recogiéndoselo detrás de la oreja.

– Stokes y yo comenzaremos a primera hora de mañana… -Echó un vistazo a la ventana- De hoy. Pero si la suerte no está de nuestra parte, llevará tiempo identificar a Alert, suponiendo que lo logremos. Y tiempo es algo de lo que vamos escasos.

Penelope se puso de costado para verle la cara. Sino encontráis a Alert antes de que se cometan los robos, no habrá modo de rescatar a los niños antes de que estén… implicados.

Él hizo una mueca.

– Mientas los rescatemos antes de que Alert lleve a cabo su plan, tendremos argumentos para impedir que acaben ante un tribunal, pero si su plan tiene éxito, una vez concluido y al cabo de un tiempo, a los niños se les podrá imputar el delito igual que a Smythe y Alert. -Hizo una pausa. -También es importante tomar en consideración que si el plan de Alert llega a buen puerto, el Cuerpo de Policía se verá duramente desacreditado, y Peel y los comisionados tendrán serias dificultades para defender su existencia. -La miró a los ojos. -Hay muchos que estarían encantados de ver cómo se desmantela el Cuerpo.

Penelope emitió un sonido de desaprobación y se tumbó boca arriba. Mirando al techo, preguntó: