Выбрать главу

– ¿Qué clase de persona será Alert? ¿Por dónde empezaréis tú y Stokes?

Satisfecho con el derrotero de la conversación, él se dispuso a contárselo. La había distraído deliberadamente, igual que a sí mismo, mencionando la investigación; en aquel momento sólo tenía en mente dos temas, el primero más que satisfecho, pero no quería arriesgarse a sacar el segundo antes de tiempo. No antes de que ella hubiera puesto en orden sus ideas y llegado a la conclusión que él ya había alcanzado.

La entrevista con Carlton Riggs había sido una buena excusa que había aprovechado con los ojos cerrados. La finca de la familia Riggs estaba en Lancashire, a no demasiada distancia de Calverton Chase. Después de interrogar a Riggs, había rehusado la invitación a quedarse a dormir y en cambio siguió su camino para pasar a ver a Luc, vizconde de Calverton, hermano mayor y tutor de Penelope.

Luc y su esposa, Amelia, lo recibieron encantados; habían coincidido en numerosos actos sociales de sus respectivas familias, y Luc había colaborado con él en una investigación anterior. Afortunadamente, con tres hijos que reclamaban la atención de Amelia, no había sido difícil tener ocasión de estar a solas con Luc en su estudio.

Barnaby no perdió tiempo en anunciar sus intenciones y pedir formalmente la mano de Penelope. Tras digerir su sorpresa, meneó la cabeza sin dar crédito a sus oídos y comentar que Barnaby era el último hombre que se hubiese figurado que perdiera la cabeza por su hermana, Luc le preguntó en qué medida la conocía, a lo que Barnaby contestó lacónicamente que «demasiado bien», cosa que suscitó un momento de tensión entre ambos hombres. Y finalmente Luc, con los ojos entornados y en su papel de sagaz, caballero con cuatro hermanas, había asentido, dando a Barnaby su consentimiento para que le hiciera la corte a Penelope, suponiendo que ella lo permitiera.

Barnaby sabía de sobra que no podía dar por sentado eso último, ni siquiera con ella tendida desnuda y saciada a su lado en la cama.

Pero al menos ya no se sentía culpable por tenerla desnuda y saciada a su lado en la cama. Que Penelope se encontrara en esa situación quizá se debiera a su propia y deliberada instigación, pero él la había estado esperando, listo y más que dispuesto a complacerla.

– Stokes y yo… seguramente comenzaremos por confeccionar una lista de todos los caballeros vinculados con la policía. Los comisionados y su personal, así como quienes tengan relación con el cuerpo a través de otras autoridades, como el Ministerio del Interior y la Policía Fluvial.

– Hummm… -Penelope entornó los ojos, reflexionando. -Habida cuenta de lo que hemos deducido sobre su plan, Alert no solo es alguien que conozca a otros caballeros de alcurnia, a través de su club, por ejemplo, sino que también visita sus domicilios. Si no, ¿cómo iba a saber en qué casas centrarse? -Miró a Barnaby a los ojos. -De modo que Alert debe de ser alguien con cierta posición social.

Barnaby frunció el ceño y asintió.

Tienes razón. En cuanto tengamos nuestra lista, la usaremos para refinarla, para eliminar a los menos probables. -Al cabo de un momento, agregó: -Muy pocos empleados tendrían acceso a ciertos círculos sociales. Tendremos que ver quién cae en nuestra red.

CAPÍTULO 19

El día siguiente era domingo. Por la mañana, Barnaby y Stokes se reunieron en el despacho de este último y comenzaron a redactar la lista.

La observación de Penelope eliminó un buen puñado de nombres sin necesidad de investigarlos; otros, como los comisionados y buena parte de su personal, tendrían que ser objeto de pesquisas más concienzudas por parte de Barnaby.

Pero el domingo por la tarde no era buen momento para incordiar a personas ilustres. Dejando que Stokes se las arreglara solo, lo cual sospechaba que conllevaría una visita a St. John's Wood High Street, Barnaby regresó a Jermyn Street, donde encontró a Penelope aguardándole, no sin impaciencia, en su salón.

No permanecieron mucho rato en el salón.

El crepúsculo de noviembre caía sobre la ciudad cuando, con una deliciosa, serena y, en cierto modo, tranquilizadora tarde de acoplamientos intercalados con partidas de ajedrez, Penelope seguía a Barnaby escalera abajo y a través de la puerta del fondo del vestíbulo hasta la entrada trasera de su casa.

Al enterarse de que Penelope había venido en el carruaje de su hermano, al que había dejado esperando en la calle aunque no frente a su domicilio, Barnaby había ordenado al cochero que llevara el vehículo al callejón de detrás de la casa. Pese a la penumbra de aquel domingo de noviembre, en Jermyn Street, la calle predilecta de los solteros de familia bien, seguro que habría algún transeúnte. Alguien que podría ver cómo la ayudaban a subir a su carruaje a una hora tan reveladora, alguien que podría reconocerla y luego comentarlo.

Penelope entendió perfectamente que Barnaby hubiese ordenado al cochero que aparcara el carruaje en el callejón. Ella podía ser bastante displicente con su propia reputación, pero que él no lo fuera, lejos de molestarla, la hacía sentirse cuidada.

Sentirse cuidada era una de las ventajas emocionales de su relación y comenzaba a gustarle; se había sorprendido a sí misma disculpando según qué conductas de Barnaby, aceptando y tolerando actitudes posesivas o protectoras por las que cualquier otro caballero habría sido duramente reprendido. Con Barnaby, se encontró sonriendo con cariñoso afecto, tanto para sus adentros como abiertamente.

Los cambios que él y su relación estaban obrando en ella resultaban un tanto perturbadores. Penelope no soportaba a los idiotas ni que se vulnerase su voluntad, pero con él se sentía menos rígida, menos a la defensiva y, por consiguiente, más dispuesta y capaz de complacerlo dentro de ciertos límites. Dentro de una estructura que aún tenía que definir; aún tenía que decidir si su relación sería, podría ser, compatible con el matrimonio.

Si casarse con Barnaby Adair daría resultado.

Si casarse con él era su verdadero destino.

Al llegar a la puerta de atrás, se volvió hacia ella.

– Aguarda aquí mientras echo un vistazo.

Abrió la puerta, salió y la dejó entornada, protegiéndola de la racha de viento gélido que intentaba colarse en la casa, y de posibles ojos curiosos.

Penelope contempló la puerta entornada, consciente de la calma que se había adueñado de ella. Su frustración con la investigación, su impaciencia y los obstáculos que parecían tan insalvables que la obligaban a plantearse que, a pesar de todo lo que hacían, quizá no fueran capaces de rescatar a Dick y Jemmie, normalmente la tendrían dando vueltas por la habitación y clamando al cielo.

Inútilmente, pero aun así habría clamado, tanto en silencio como a voz en cuello. Lo cual habría sido un enorme derroche de energía que, seguramente le habría dado dolor de cabeza.

En cambio, había venido a ver a Barnaby, y ahora se sentía serena y en cierto modo más fuerte. Más capaz de enfrentarse a las exigencias que la investigación requiriera de ella, más convencida de que Stokes, Griselda, Barnaby y ella saldrían victoriosos.

Esa confianza no tenía un fundamento sólido pero aun así le levantaba el ánimo, dándole esperanzas y determinación para seguir adelante.

Barnaby regresó y abrió la puerta del todo para ofrecerle la mano. Ella sonrió, posó los dedos en los suyos -todavía sentía aquella emoción cuando él los estrechaba- y dejó que la ayudara a salvar el umbral.

El carruaje aguardaba. Penelope se volvió para despedirse de Barnaby. Entornando los ojos sin darse cuenta, éste alcanzó la capucha de su capa y se la puso encima del pelo recogido con premura; la mitad de las horquillas estaban esparcidas por el suelo del dormitorio.

Sonriendo, ella alzó una mano y la posó un instante en su mejilla.

– Gracias. -Por una tarde que había significado para ella más de lo que hubiese imaginado, por cuidar de ella y atender a sus necesidades sin tener que pedírselo, espontáneamente.