Выбрать главу

Barnaby le como la mano y se la estrechó con ternura.

– Has hecho bien. Me ha parecido oír que la señorita Marsh no ha encontrado nada raro…

Penelope asintió.

– Aun así, ha sido sensato no correr ningún riesgo. Bastante penoso ha sido ya; si alguien hubiese puesto alguna prueba de algo nefando, el escándalo habría puesto en entredicho la reputación del orfanato.

Y la de ella. Barnaby le estudió el semblante, la inquebrantable testarudez que disimulaba su cansancio.

– ¿Cómo te has enterado del registro? ¿Dónde estabas?

Penelope hizo una mueca y se lo dijo.

– Pese a que ya queden tan pocas señoras en la ciudad, la noticia de que el orfanato ha sido objeto de una orden de registro mañana estará en boca de todos.

– No, no será así. No si actuamos apropiadamente esta noche, ¿Qué planes tenías para la velada?

Ella frunció el ceño y tardó un poco en recordarlo.

La cena de lady Forsythe. Tengo que ir porque estarán presentes algunos de nuestros principales donantes. Mamá ya tenía compromiso con una vieja amiga, lady Mitchell; es su última oportunidad de verse antes del invierno, de modo que iré sola a casa de lady Forsythe.

Barnaby reflexionó y dijo:

– Tengo una idea.

– ¿Cuál?

La miró y sonrió.

– Antes tengo que hablar con tu madre.

Penelope estaba demasiado cansada para discutir, para exigir que le contara lo que tenía en mente; inusitadamente, dio su brazo a torcer y dejó que la acompañara a casa. Era una hora extraña cuando de llegaron a Mount Street: las seis. Minerva, la condesa viuda de Calverton, los recibió en el vestidor.

Escuchó paciente y compasivamente mientras Penelope le refería el resultado de su regreso al orfanato y el incidente de la orden.

– Y ahora -concluyó, -tengo que ir a casa de lady Forsythe y tratar de acallar los inevitables rumores.

– En lo cual -terció Barnaby, -creo que puedo ayudar. -Se dirigió directamente a Minerva. -Ni el inspector Stokes ni yo nos inclinamos por descartar esa orden como algo meramente enojoso. Creemos que nuestro villano ha intentado servirse de la policía para sus propios fines, para devolver el golpe a Penelope y el orfanato ya que en buena medida han frustrado sus planes o, como mínimo, los han vuelto más difíciles de llevar a cabo.

Hizo una pausa y prosiguió:

– Para dar el paso siguiente, es posible que el villano, quienquiera que sea, se proponga hacer daño a Penelope. La mayoría de damas no habrían sabido mantenerse firmes ante la orden y mucho menos cómo ponerse en contacto con Stokes. Pero como cualquiera que vive en nuestros círculos sabe bien, y no cabe duda de que nuestro villano lo hace, los rumores pueden causar mucho daño en el seno de la buena sociedad. Con vistas a asegurarnos de acallar todo posible rumor antes de que se propague, creo que sería sensato que acompañara a Penelope a la cena que lady Forsythe ofrece esta noche. Incluso si Penelope explica que la orden no tenía validez, cabe que no todo el mundo quede convencido, si no de su inocencia, al menos de que el orfanato esté limpio. Sin embargo, si yo, que todo el mundo sabe tengo contactos en la policía, declaro que la orden era falsa, serán pocos quienes no lo acepten como un hecho, librando a la vez a Penelope y al orfanato de toda sospecha.

Minerva sonrió con afecto.

– Gracias, señor Adair; es un ofrecimiento muy amable que yo, por mi parte, estaré encantada de aceptar. -Volvió sus ojos negros hacia su hija. -¿Penelope?

La joven había estado observando a Barnaby con aire meditabundo; salió de su ensimismamiento y asintió.

– Sí. Debo admitir que agradeceré contar con apoyo para enfrentarme a este mal trago.

El percibió el parpadeo de Minerva, su sorpresa, rápidamente disimulada, ante la pronta aceptación de su ayuda y compañía.

– Bien -dijo Minerva, -en ese caso enviaré una nota a Amarantha Forsythe y suplicaré su indulgencia para que lo añada a su mesa con tan poca antelación. -Sonrió. -Tampoco es que no vaya a estar encantada. En esta época del año quedamos tan pocos en Londres, que añadir un servicio no supondrá ninguna molestia, y si doy a entender el motivo de su presencia, señor Adair, le garantizo que le recibirá con los brazos abiertos.

Él hizo una reverencia.

– Muchas gracias, señora.

Los ojos negros de Minerva se posaron en los suyos; los de ella brillaban.

– No hay de qué. Precisamente ahora estaba leyendo una carta de mi hijo en que comenta asuntos muy interesantes desde Leicestershire.

Penelope se reanimó.

– ¿Qué cuenta Luc?

Barnaby maldijo para sus adentros y rezó…

La sonrisa de Minerva se acentuó. Miró a su hija.

– Los habituales asuntos de familia, cariño… Y, por supuesto, órdenes estrictas de vigilarte.

– Oh. -Penelope perdió interés de inmediato. Echó un vistazo al reloj. -Mira qué horas. Tengo que arreglarme.

Barnaby se levantó al mismo tiempo que ella. Miró a Minerva y le sostuvo la mirada un instante, antes de dedicarle una reverencia más pronunciada de lo normal.

– Cuidaré bien de la señorita Ashford, señora. Cuente con ello.

Minerva asintió gentilmente.

– Oh, ya lo hago, señor Adair. Ya lo hago.

Un tanto aliviado, Barnaby se escapó aprovechando la partida de Penelope. Se despidió de ella en el vestíbulo y se marchó a su casa para cambiarse de ropa.

– Iba en serio, ¿verdad? Lo que le has dicho a mi madre.

Mucho más tarde esa misma noche, tras haber asistido a la cena de lady Forsythe y atajado los rumores con la verdad, Penelope estaba acurrucada en brazos de Barnaby, su mullida cama un caliente y confortable nido en penumbra, y más aún sus brazos y su cuerpo.

Nunca se había sentido tan a salvo y protegida; nunca hasta entonces había querido sentir algo igual, ni había valorado ese sentimiento. Incluso ahora, con el malvado Alert intentando dañar su reputación, dudaba que hubiese hallado consuelo en ningún otro hombre.

Barnaby Adair, tercer hijo de un conde, investigador de delitos de altos vuelos, era diferente. Muy diferente.

Por ejemplo, no necesitaba más palabras para entender a qué estaba aludiendo. Para saber en qué estaba pensando ella.

Él movió la cabeza y la besó en la sien.

– Por desgracia, sí. Pienso que Alert ha arremetido contra ti, no sólo contra el orfanato. Visto así, su mensaje está claro: si tú me haces daño, yo te lo devolveré.

Tras fruncir el ceño en la oscuridad, Penelope preguntó:

– ¿Pero cómo lo ha hecho? Sabemos que conoce bien el modus operandi de la policía, pero ¿falsificar órdenes de Scotland Yard? Seguro que no hay muchas personas que puedan hacerlo.

– Esperemos que no. Hablé con Stokes antes de irte a buscar para acudir a la cena. Él y yo iremos al puesto de Holborn y recogeremos el original de la orden enviada desde Scotland Yard. Seguiremos la pista hasta quienquiera que la haya expedido, si podemos.

– Seguramente no habrá dejado rastro.

– Me figuro que nuestras pesquisas no llegarán a señalar a una persona en concreto, pero tal vez avancemos lo bastante como para deducir el número de posibles sospechosos.

Cómoda y calentita, con los dramas del día resueltos y cualquier daño posible anulado, Penelope descubrió que podía contemplar los sucesos con mayor desapego. Retorciéndose éntrelos brazos de Barnaby, se incorporó y se apoyó en su pecho para mirarlo a la cara.

– Sería irónico que, al arremeter contra mí, Alert hubiese abierto una vía a través de la cual tú y Stokes podáis desenmascararlo.

Subiendo las manos desde los muslos y por el trasero para deslizarlas, acariciándole astutamente los costados, Barnaby enarcó las cejas.

– Irónico. Y conveniente.

Acomodándose mejor encima de él, lo miró sonriente a los ojos. ¿Te he dado las gracias por haberme respaldado esta noche durante ese tedioso interrogatorio?