Oyeron los pasos de Barnaby acercándose. Penelope inclinó la cabeza hacia Mostyn y se volvió hacia la puerta, murmurando:
– Y en cuanto a lo de inoportuna, tendremos que verlo.
– Por supuesto, señora. Espero recibir pronto buenas noticias. Le deseo buenas noches.
Con el rabillo del ojo, vio que Mostyn hacía una reverencia y se retiraba en silencio, fundiéndose con las sombras del vestíbulo.
Barnaby apareció entre la lluvia y subió aprisa la escalinata. Penelope se envolvió con la capa y salió a su encuentro mientras el carruaje se detenía junto al bordillo.
CAPÍTULO 20
– No teníamos manera de saber que la orden era falsa, señor. -El capitán del puesto de vigilancia de Holborn se inclinó sobre la mesa y señaló la orden que había recibido de Scotland Yard. -Está en el impreso correcto, debidamente rellenado y firmado, como siempre.
La orden estaba en medio de la mesa. Barnaby, sentado frente al capitán con Stokes a su lado, la estudiaba, tal como lo hacía el sargento que había llevado a cabo el registro en el orfanato.
– Desde luego parece auténtica-admitió Stokes. -Por desgracia, la firma no es de nadie del Yard ni del Cuerpo.
El capitán hizo una mueca.
– Sí, bueno, eso no podíamos saberlo. Si comprobáramos con el Yard la autenticidad de cada firma en cada orden, nunca tendríamos tiempo para ejecutarlas.
Stokes asintió.
– Tiene razón. Y eso es con lo que contaba nuestro villano.
Cogió la orden y la dobló. El sargento torció el gesto.
– ¿Puedo preguntar, señor, quién puede ser ese villano, para conseguir hacerse con el formulario de una orden y saber cómo rellenarlo, y luego hacer que nos lo enviaran en la saca oficial?
Stokes sonrió apretando los labios.
– Eso es lo que el señor Adair y yo tenemos intención descubrir.
Tras salir del puesto de vigilancia, dejaron Procter Street para adentrarse en el bullicio matutino de High Holborn. Junto al bordillo a la espera de un coche de punto, Barnaby preguntó:
– ¿Qué ponía en la firma? No la he visto bien.
Stokes masculló:
– Grimsby.
Barnaby se volvió para mirarlo de hito en hito. Al cabo de un momento, apartó la vista.
– Nuestro señor Alert tiene sentido del humor.
– Está jugando con nosotros.
– Obviamente. -Al ver un coche libre, Barnaby le hizo señas; el conductor se dio por enterado con un gesto de su látigo. Mientras aguardaban que el carruaje se abriera paso entre el denso tráfico, preguntó: -Háblame sobre esa saca oficial. ¿Es así como se envían las órdenes a los distintos puestos de vigilancia?
Stokes asintió.
– Las órdenes relacionadas con crímenes importantes proceden del oficial que lleva el caso en el Yard. Cualquier oficial tiene un montón de formularios; yo tengo uno en un cajón de mi escritorio.
– O sea que echar mano a un formulario es bien fácil.
– En efecto. Una vez rellenados y firmados, los formularios se meten en las valijas de expedición oficiales; sacas de cuero que están colgadas en la oficina de expedición. Hay una para cada puesto de vigilancia.
– De modo que este asunto de la orden falsa lleva la relación de Alert con la policía un paso más allá; tiene que ser alguien con acceso a Scotland Yard, que sabe cómo funciona todo lo bastante bien como para falsificar una orden y hacer que la envíen sin que nadie se entere.
Stokes gruñó cuando el coche de punto se detuvo delante de ellos.
– Hay una cosa más; la oficina de expediciones nunca está desguarnecida. Siempre hay como mínimo un sargento y normalmente uno o dos mensajeros para llevar las órdenes urgentes.
– ¡Ajá! De modo que Alert es alguien que los sargentos están acostumbrados a ver metiendo órdenes en las sacas; debe de ser alguien que participa en los procedimientos habituales. Debe de ser parte de su trabajo habitual.
– Exacto. -Stokes abrió la portezuela del coche. -De ahí que ahora vayamos a la oficina de expediciones.
Barnaby subió al carruaje. Stokes miró al cochero.
– A Scotland Yard. Tan deprisa como pueda.
Mientras ambos amigos daban tumbos entre el tráfico, en el orfanato Penelope trabajaba con diligencia para asegurarse que después de la incursión policial todo volviera a marchar sobre ruedas.
La señora Keggs y el personal se habían recuperado magníficamente; incluso la señorita Marsh, normalmente tan tímida, se mostraba determinada y resuelta mientras ordenaba los archivos que los agentes habían revuelto.
– Qué patanes tan patosos. -Chascó la lengua mientras Penelope cruzaba el ante-despacho. -Ni siquiera dejaron las cosas en su sitio.
La joven reprimió una sonrisa y prosiguió hacia su despacho. Estaba impresionada por la contundencia con que el personal e incluso los niños mayores habían reaccionado a la amenaza implícita de la incursión policial. Y también por la firmeza con que habían evitado el pánico, negándose a creer nada malo relacionado con el establecimiento; más aún, les había ofendido la sugerencia de que hubiera algo malo en la manera en que la casa, y ella como administradora, conducía sus asuntos.
Desplomándose en la silla, pensó que, paradójicamente, había salido algo bueno de la redada. La casa existía desde hacía cinco años; estaba claro que en esos cinco años habían logrado convertirla en la clase de institución que sus empleados y sus residentes valoraban lo bastante como para luchar por ella.
De no haber sido por aquel fastidioso registro, nunca habría sabido en qué medida el personal y los niños valoraban lo que habían conseguido.
Y ahora que todo había vuelto a la normalidad, sólo había paz y tranquilidad en aquella parte de su mundo. Lo único que faltaba eran Dick y Jemmie. En cuanto los recuperase, su vida, aquel aspecto de ella, sería plena y completa.
Por entero.
Recostándose en la silla, la hizo girar y miró el día gris. Lloviznaba; los niños se habían quedado dentro, calientes y secos en el comedor.
Su vida, la cuestión de su integridad, su plenitud, le ocupaba la mente. Todo lo que sentía, todo lo que pensaba la conducía progresivamente hacia un camino muy concreto, uno que jamás había imaginado que recorrería. Y las inesperadas revelaciones de Mostyn suscitaban otra pregunta.
Si bien cada vez estaba más segura de lo que pensaba, ¿qué pasaba por la mente de Barnaby?
Había creído, supuesto, que lo sabía, pero en vista de las agudas observaciones de Mostyn su certeza empezaba a zozobrar.
De una cosa estaba segura: Barnaby Adair era tan inteligente, ingenioso y listo como ella. Había demostrado ser sorprendentemente perspicaz en lo concerniente a sus pensamientos y reacciones. En más de una ocasión había respondido a sus deseos sin que ella los hubiera manifestado; a veces incluso antes de que ella fuera consciente de ellos.
Pero, a pesar de todo lo que percibía entre ambos, ¿realmente deseaba aceptar el riesgo inherente a seguir el camino hacia el que la empujaba su intuición más que sus pensamientos?
Contempló el día nublado mientras los minutos se sucedían; luego, con un suspiro, se volvió de nuevo hacia el escritorio y se obligó a concentrarse en el trabajo.
Pese a todo, tenía sus reservas; preguntas para las que aún no tenía respuesta y que, de momento, no sabía cómo contestar. A pesar de la coacción del instinto y los sentimientos, e incluso del pensamiento racional, su lado lógico y prudente se sentía incómodo, incapaz de seguir adelante hasta que esas preguntas se hubiesen resuelto.
La cuestión era cómo resolverlas.
Puso una pila de documentos de custodia sobre el cartapacio, cogió el primero y comenzó a leer.
La Oficina de Expediciones de Scotland Yard estaba ubicada en la planta baja, al final de un pasillo que salía del vestíbulo hacia la parte posterior. Barnaby siguió a Stokes a través de las puertas de vaivén.