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Deteniéndose en medio de la habitación, miró en derredor y vio lo que su amigo le había querido decir: el sargento de expediciones, sentado detrás de un largo mostrador que ocupaba toda la pared enfrente de las puertas, y sus subalternos trabajando en pupitres altos detrás de él, no podían dejar de ver a cualquiera que entrara allí.

En las paredes de ambos lados se alineaban cuatro hileras de ganchos de madera; una saca de cuero colgaba de cada gancho. Encima de cada uno había una placa con el nombre de uno de los puestos de vigilancia de Londres. Siguiendo a Stokes hasta el mostrador, Barnaby se fijó en que incluso había sacas de expedición para Birmingham, Manchester, Liverpool… todas las grandes ciudades de Inglaterra.

El sargento, un veterano, saludó al inspector con una sonrisa y una inclinación de la cabeza.

– Buenos días, señor. ¿Qué se le ofrece?

– Buenos días, Jenkins. -Stokes le mostró la orden que había sido enviada a Holborn, explicándole que había sido falsificada.

– Holborn. -Jenkins señaló una sección de ganchos a unos tres metros del mostrador. -Lo tenemos por allí; la segunda hilera contando desde arriba.

Dada la distancia entre la puerta y la saca en cuestión, y su proximidad al mostrador, la idea de que alguien entrara sigilosamente y metiera la orden en la saca de Holborn sin que nadie se apercibiera resultaba insostenible.

– Bien, pues. -Stokes se volvió hacia Jenkins. -¿Quién tiene acceso a las sacas? Enumere todas las clases de personas que normalmente ve entrar aquí para meter órdenes, o cualquier otro documento, en esas sacas.

Jenkins lo meditó y luego dijo:

– No son tantas, al fin y al cabo. Están los sargentos de turno, los sargentos de guardia; cuatro de cada. Los inspectores como usted mismo y sus investigadores jefe, el comisario y los comisionados, aunque, por supuesto, ellos no vienen en persona. Es a sus secretarios a quienes vemos ir y venir. -Entornó los ojos y echó un vistazo a la habitación. Bajó la voz. -Como el señor Cameron -añadió señalando con el mentón.

Stokes y Barnaby oyeron la puerta al cerrarse. Mirando en derredor, vieron entrar a un hombre a quien ambos conocían de vista.

Douglas Cameron, el secretario personal de lord Huntingdon, era un sujeto arrogante; se notaba en sus andares y en su postura de la cabeza, levantando la afilada nariz con las ventanas abiertas como si siempre anduviera oliendo alguna sustancia nociva.

Fingiendo no haber reparado en su presencia, Cameron fue hasta la saca de Birmingham, en el lado opuesto de la saca de Holborn y más cerca del mostrador. Levantó la solapa, metió dentro una hoja doblada y se volvió hacia ellos.

Era imposible que no hubiera reparado en que le estaban observando. Su dura mirada color avellana pasó por Jenkins y Stokes sin un parpadeo de reconocimiento; ellos, obviamente, no eran dignos de su atención. Su mirada llegó a Barnaby y se detuvo. Con frialdad, Cameron inclinó la cabeza.

– Adair. ¿Visitando los barrios bajos de nuevo?

Barnaby sonrió forzadamente.

– Ya ve.

Tras enarcar ligeramente las cejas, Cameron inclinó la cabeza y se marchó con la misma parsimonia que había exhibido al entrar.

Torciendo los labios, Jenkins bajó la mirada y revolvió unos papeles.

– No sacará gran cosa de la gente de aquí, señor.

Barnaby suspiró.

– Lamentablemente, ser un gilipollas estirado no es razón suficiente para suponer que Cameron pueda ser nuestro hombre.

Stokes gruñó su asentimiento. Dirigió una inclinación de la cabeza al sargento.

– Gracias, Jenkins. -Vaciló un instante y agregó: -Por si acaso, ¿podría preguntar a los mensajeros si han visto algo raro, alguna persona que no suela venir por aquí por el motivo que sea? Jenkins asintió. Descuide, señor.

Barnaby y Stokes salieron de la Oficina de Expediciones y subieron la escalera hasta los dominios de Stokes. Una vez dentro, Stokes cerró la puerta de forma harto significativa, cosa que rara vez hacía, y rodeó su escritorio para dejarse caer en su silla. Barnaby ya estaba espatarrado en una de las de enfrente con aire meditabundo.

El inspector lo miró unos instantes antes de preguntar:

– ¿Qué opinas? ¿Podemos permitirnos descartar a los miembros del Cuerpo que no son caballeros?

– Creo que pisamos terreno firme al concluir que Alert es un caballero. Si lo aceptamos como un hecho, dado que se ha estado reuniendo con Grimsby y Smythe, me parece que podemos suponer que ha sido él mismo quien fue a la Oficina de Expediciones para meter esa orden falsificada en la saca de Holborn.

Stokes asintió.

– Tratar con Smythe directamente, cara a cara, es el mayor riesgo que ha corrido nunca, según la opinión generalizada lo corrió sin la más ligera reserva. Nunca ha intentado guardar las distancias, ¿por qué iba a empezar a hacerlo ahora, siendo un asunto de relativa importancia?

– Más aún, se trata de un acto tangencial; no forma parte de su plan principal. Arremeter contra Penelope y el orfanato ha sido el acto de un hombre confiado, no de uno asustado o temeroso de ser descubierto. Está seguro de sí mismo, sumamente confiado; no me lo imagino molestándose en buscar a un tercero para que metiera la orden en la saca de Holborn. ¿Por qué complicar las cosas?

– ¿Y arriesgarse a que ese alguien, caso de ser preguntado, recordara y diera su nombre?

– Exacto. -Barnaby asintió con determinación. -Borremos de la lista de Jenkins a todos los que no sean caballeros. ¿Cuántos nos quedan?

Stokes estaba escribiendo.

– Aparte de nuestro amigo Cameron, están Jury, Partridge, Wallis, Andrews, Passel, Worthinton y Fenwick. -Frunció el ceño. -Hay unos cuantos más en las oficinas de los comisionados, asistentes cuyos nombres desconozco. Pero puedo conseguirlos.

– Estupendo. -Incorporándose, Barnaby echó un vistazo a la lista. -Nuestro próximo paso debería ser ver qué podemos averiguar sobre las finanzas de estos caballeros.

Comenzando a duplicar la lista, Stokes le miró.

– Buena parte de esto tendrás que hacerla tú. Yo puedo investigar a los prestamistas, pero si son deudas de juego…

Barnaby asintió.

– De eso me encargo yo. -Sonrió y se levantó. -Sé a quién preguntar.

– Bien. -Le pasó la copia de la lista de nombres y se levantó a su vez. -Ve y pregunta. Yo haré lo mismo. -Acompañando a su amigo hasta la puerta, agregó: -Nos estamos quedando sin tiempo; es preciso que encontremos a esos niños.

La velada llevó a Penelope a otra cena, ésta todavía más formal que la de lady Forsythe. Lady Carlingford era una anfitriona sagaz en cuestiones de política; entre sus invitados se contaban varios donantes que contribuían a llenar las arcas del orfanato, haciendo que la asistencia de Penelope fuera esencial.

Llegó con su madre; después de saludar a lady Carlingford, circularon entre los invitados reunidos en corrillos en el salón.

Penelope se había separado de su madre y conversaba con lord Barford cuando Barnaby apareció a su lado. Sorprendida y complacida, le tendió la mano. El la saludó con cortesía y luego, llevándose su mano al brazo, sonrió a lord Barford y le preguntó cómo seguían sus caballos de caza; su señoría era un entusiasta de la caza con jauría.

Al separarse, lord Barford aseguró a Penelope que podía seguir contando con su apoyo.

– No olvide darle recuerdos a su hermano, querida. La mejor presa que he cobrado es la zorra que me brindó Luc.

Sonriendo a modo de respuesta, Penelope dejó que Barnaby la condujera hacia el siguiente corrillo.

– No esperaba verte aquí-dijo, levantando la vista hacia él. La sonrisa que bailaba en sus ojos la enterneció.

– Mi padre se ha marchado de Londres. A menudo le sustituyo en reuniones como ésta, sobre todo cuando tienen que ver con el Cuerpo de Policía, más que con sus demás asuntos.

– ¿A tu hermano mayor no le interesa la política?

– Si guarda relación con la policía, pues no. Pero de todos modos, tanto los otros dos, junto con sus esposas, como mi hermana y su marido, ya están en Cothelstone.