Ella guardaba silencio, tranquila y confortada entre sus brazos.
La ocasión estaba servida si él quería aprovecharla, no obstante, era un momento tan especial, tan novedoso y serenamente espléndido, que no tuvo ánimo de interrumpirlo o abreviarlo.
Después del comentario de lord Montford, después de que ella hubiera venido a su casa, después de su reacción al encontrarla aguardándole no cabía duda sobre lo que los unía. Había deseado que ella hablara, que propusiera casarse, eximiéndole así de tener que hacerlo él, no obstante, su necesidad de tenerla por esposa y lo que suscitaba esa necesidad, aunque su mente todavía lo consideraba una debilidad, ya no era algo que quisiera ocultar… o, para ser más exacto, ocultarla ya no era razón suficiente para impedirle tomar lo que necesitaba, lo que deseaba, lo que tenía que tener.
Si ella no hablaba pronto, lo haría él.
Pero allí, esa noche, no era el momento.
Ambos estaban cansados, y el nuevo día estaría empeñado en exigirles mucho. Aquella noche necesitaban descanso, necesitaban lo que encontrarían uno en brazos del otro. Placer, y un olvido que todo lo curaba.
Con cuidado, la levantó sosteniéndola con firmeza en brazos. Se encaminó hacia la puerta.
– ¿Tu pobre cochero está aguardando fuera? Penelope apoyó la cabeza en su hombro, rodeándole el cuello con los brazos.
– No. Le dije que se fuese a su casa. Más tarde tendremos que buscar un coche de punto. -Mientras él se volvía hacia la escalera, ella sonrió y murmuró: -Mucho más tarde; al alba.
CAPÍTULO 22
Penelope pasó la mañana siguiente intentando concentrarse en la rutina del orfanato. No tenía nada inusual entre manos, y asuntos tales como decidir a qué proveedor pasar el próximo pedido de toallas no le exigían lo suficiente como para apartar la mente de los pensamientos que en verdad la ocupaban.
Cuando había descubierto la desaparición de Dick, en cierto sentido se sintió responsable. Lógicamente, sabía que no era culpa suya pero, no obstante, tuvo la impresión de que, de un modo u otro, tendría que haberla evitado.
Perder a Jemmie no había hecho sino acrecentar ese sentimiento. Al asesinar a su madre y raptar al niño, Smythe y Grimsby, y por extensión Alert, habían cargado directamente contra ella. A partir de ahí, la investigación había tomado un cariz muy personal.
Ahora, con tantas vías agotadas o cerradas para ellos por las razones que fueren, la consumía una especie de frustración rociada de espanto.
Tenían que encontrar y rescatar a Jemmie y Dick, costara lo que costase. Sin embargo, por más que se devanara los sesos, no se le ocurría nada que hacer para lograrlo, no veía hacia dónde tirar.
– ¿Hay noticias sobre esos dos niños, señora?
Levantó la vista y consiguió son reír brevemente a la señora Keggs.
– Por desgracia, no.
La matrona suspiró y meneó su cabeza entrecana. -Menuda preocupación, dos chiquillos inocentes en manos de un asesino.
– En efecto. -Consciente de que debía hacerlo para mantener alta la moral del personal, Penelope adoptó una expresión confiada. -El señor Adair, el inspector Stokes, yo misma y otras personas estamos haciendo todo lo posible para localizar a Dick y Jemmie.
– Sí, lo sé; y es un alivio saber que no han sido olvidados. -La señora Keggs juntó las manos. -Todos rezaremos para que tengan éxito, y pronto.
Tras una inclinación, la señora Keggs se retiró.
Perdiendo su fingida confianza, Penelope hizo una mueca mirando hacia la puerta.
– Yo también, Keggs. Yo también.
Rezar, según parecía, era lo único que podía hacer.
– No se me ocurre nada. -Stokes, paseándose por su despacho, lanzó una penetrante mirada a Barnaby, una vez más sentado en el borde de su escritorio. -¿Y a ti?
Su amigo meneó la cabeza.
– Lo hemos repasado cien veces. Smythe tiene a los niños y, excepto si el Todopoderoso decide intervenir, no tenemos posibilidad de dar con él en un plazo breve.
– Y un plazo breve es cuanto tenemos.
– Así es. Alert… Ahora tenemos una idea más aproximada del juego que se trae entre manos, cada vez estoy más seguro de que le identificaremos a tiempo. -La voz de Barnaby se endureció. -De nuevo se trata de lograrlo a tiempo. Montague ha enviado un mensaje esta mañana; sus indagaciones confirman que los once caballeros sospechosos están en mayor o menor grado endeudados. Teniendo en cuenta su edad y que todos son solteros, tampoco es que resulte sorprendente. No obstante, la importancia de esas deudas depende de las circunstancias de cada uno de ellos, y Montague todavía no ha tenido tiempo de esclarecer esa cuestión. Dice que le llevará días, como mínimo.
El inspector hizo una mueca.
– Ninguno de mis contactos ha encontrado indicios de que alguno de los once esté implicado en asuntos turbios.
Barnaby negó con la cabeza.
– Dudo mucho que Alert se haya rebajado a cometer delitos menores o a tratar con criminales en el pasado. Es listo y prudente aunque cada vez se esté poniendo más gallito. Stokes gruñó sin dejar de caminar.
– Tiene derecho a ponerse gallito. Por el momento, nos ha ganado todas las manos.
Barnaby no contestó. Por primera vez en su carrera de investigador no tenía ningún as en la manga, al menos en lo que a localizar a los niños atañía. A Alert lo perseguiría y tarde o temprano caería en sus manos, pero en cuanto a rescatar a los pequeños. Había hecho una promesa a la madre de Jemmie e incluso al propio niño. Perder a Jemmie, que siguiera secuestrado y por tanto no pudiera cumplir su promesa, le pesaba como un sombrío plomo en el alma, en su honor.
Para colmo de desdichas, la pérdida de Dick y Jemmie estaba poniendo a Penelope terriblemente inquieta. Igual que él, no llevaba bien el fracaso.
Y esta vez el fracaso les estaba mirando a la cara. Stokes seguía yendo de acapara allá. A todos ellos, verse obligados a aguardar sin hacer nada, conscientes de la situación en que se hallaban los niños, les consumía los nervios. Y el tiempo se estaba agotando. Ahora los niños habían robado casas junto con Smythe y no sería raro que éste, sabiendo que los estaban buscando, los viera como una amenaza en potencia.
Ahora que Alert había llevado a cabo su plan y conseguido sus robos con escalo, aunque sólo estuvieran al corriente de uno. De repente, Barnaby volvió a centrar su atención en su amigo. -¿Es posible que Smythe cometiera los ocho robos en una noche?
Stokes se detuvo y lo miró parpadeando.
– ¿Con dos niños? No.
– ¿No? ¿Seguro?
El otro entendió lo que quería decir. Se le iluminó el semblante.
– No, maldita sea; es materialmente imposible. Lo cual significa que si Alert se está ciñendo a su plan de cometer ocho robos…
– ¿Y por qué no iba a hacerlo, viendo que su estratagema le está dando un resultado perfecto?
Stokes asnillo.
Entonces le quedan al menos tres robos por cometer.
– ¿Cinco es el máximo en una noche?
– Cuatro es más razonable, sobre todo si tiene que usar niños en todos. Según Grimsby, tal es el caso.
– De modo que la serie de robos de Alert aún no ha concluido, lo cual significa que como mínimo tenemos una noche más y cuatro posibles robos más durante los cuales podríamos atraparlos.
El inspector hizo una mueca.
– Yo no contaría con que Smythe se equivoque.
– No tiene por qué hacerlo él.
Stokes enarcó las cejas.
– ¿Los niños?
– Siempre cabe la posibilidad. Y si hay posibilidad, hay esperanza. -Barnaby reflexionó un momento y, al cabo, se levantó y cogió el abrigo. -Me voy a ver a un hombre para comentar otra clase de posibilidad.
– ¿Sólo te ha dicho eso? ¿Y has dejado que se fuera sin más?
Penelope miraba a Stokes con patente indignación. El encogió los hombros y cogió otro crepé.