– Si con sus pesquisas se entera de algo útil ya me lo contará. Entretanto, con los robos pendientes tengo bastante en que pensar.
Penelope refunfuñó. Salvo Barnaby, volvían a estar reunidos en la sala de Griselda. En esa ocasión, la anfitriona había preparado crepés como los que Penelope tomaba de niña. Resultaba reconfortante estar acurrucada en el sofá de Griselda, tazón de té en mano, picando y bebiendo, pero no así compartir su desaliento.
– Joe y Ned Wills han pasado a verme esta mañana -dijo Griselda. -No hay novedades, pero me han dicho que todo el East End está con los ojos bien abiertos. En cuanto Smythe suelte a los niños, daremos con ellos en cuestión de horas.
Stokes suspiró.
– No lo hará.
– ¿No los soltará? -preguntó Penelope mirándolo fijamente.
Poniéndose muy serio, el inspector meneó la cabeza.
– Sabe que los estamos buscando. O bien se quedará con ellos para cometer otros robos, o se librará de ellos de modo que no representen una amenaza para él. Quizá se los lleve a Deptford o Rotherhithe y los coloque de aprendices o grumetes en barcos carboneros. Obtendrá dinero a cambio de ellos y al mismo tiempo se asegurará de que no le vayan con cuentos a nadie hasta dentro de mucho.
Una llamada a la puerta de la calle hizo que Griselda bajara a abrir; regresó seguida por Barnaby.
A Penelope le pareció verle más resuelto de lo que esperaba. Barnaby se sirvió tres crepés y Griselda le dio un tazón de té. Bebió unos sorbos mientras ella le decía:
– Estábamos comentando lo que Smythe hará con los niños. Stokes piensa que quizá los enrole como grumetes.
El miró a su amigo.
– ¿No pensarás que vaya a matarlos? -insistió la sombrerera. Ésa era la pesadilla que acechaba en los recovecos de su mente.
Stokes la miró a los ojos con firmeza.
– No puedo decir que no vaya a hacerlo. Si se siente realmente amenazado por ellos, quizá lo haga. -Miró a Barnaby. -¿Dónde has estado?
El interpelado dejó su tazón.
– Consultando con lord Winslow; toda una autoridad en cuestiones legales. Si puede demostrarse que los niños, como menores actuando bajo coacción de un adulto, fueron obligados a robar casas en contra de su voluntad, y eso podemos demostrarlo mediante testimonios que incluyen el mío y el de la señorita Ashford, serán absueltos del delito y podrán declarar contra su raptor.
La expresión de Stokes devino aún más sombría.
– O sea que si damos con ellos representarán una verdadera amenaza para Smythe.
Barnaby asintió. Buscó los ojos de Penelope.
– Serán considerados inocentes sólo si logramos encontrarlos. Pero tenemos que encontrarlos pronto y arrebatárselos a Smythe. Quizás él no sepa qué significa «bajo coacción», a saber, que los niños pueden declarar contra él sin implicarse ellos mismos, pero saben demasiado y, al igual que Grimsby, Smythe sabrá de sobra que se puede pactar con la policía. Dará por sentado que se alentará a los niños para que cuenten todo lo que saben a cambio de una sentencia más leve. -Serio, le sostuvo la mirada. -Lo cual significa que para Smythe, lo mire como lo mire, Jemmie y Dick representarán una verdadera amenaza en cuanto termine los robos de Alert.
Aquel resumen y sus consecuencias los enfrentaron a la cruda realidad.
Repasaron cuanto sabían una vez más. Por desgracia, saber que iban a tener lugar más robos no servía para impedirlo, como tampoco para localizar a Smythe y los niños.
– Hay que admitir que Alert lo tiene todo bien atado. -Stokes dejó su tazón. -Ha previsto lo que nosotros, la policía, íbamos a hacer, y desde el principio ha jugado con ventaja.
Siguieron hablando hasta encontrarse de nuevo en un punto muerto. Penelope miró por la ventana y vio que el día gris había dado paso a una tarde aún más fea. Suspiró, dejó su tazón en la mesa y se levantó.
– Debo marcharme. Esta noche tengo otra cena para recaudar fondos.
Barnaby le escrutó el semblante. También dejó su tazón y se puso en pie.
– Te acompaño a casa.
Una vez más tuvieron que caminar hasta más allá de la iglesia y su camposanto para buscar un coche de punto. Ya en camino hacia Mount Street, Barnaby estudió su perfil y luego le cogió una mano, se la llevó a los labios y le besó con delicadeza los dedos.
Ella le lanzó una prolongada mirada inquisitiva.
Él sonrió.
– ¿Qué cena es ésa?
– La de lord Abingdon, en Park Place. -Suspiró mirando al frente. -Portia es quien organiza estas veladas, ¡y luego se marcha al campo con Simon y a mí me toca asistir! -Hizo una pausa -Nunca la había echado tanto de menos como ahora. Detesto tener que concentrarme en cumplidos y conversaciones corteses cuando hay asuntos mucho más importantes que atender.
Acariciándole los dedos con ademán tranquilizador, Barnaby dijo:
– En realidad esta noche no podemos hacer nada. No sabemos cuándo se propone llevar a cabo los próximos robos Alert ni si los repartirá en más de una noche; ni siquiera sabemos cuántos de los ocho previstos tiene aún pendientes Smythe. Si Alert está bien relacionado con la policía, sabrá que no van a actuar hasta recibir respuesta del marqués a propósito de esa urna. E incluso entonces, ¿qué van a hacer? Desde el punto de vista policial, la situación es diabólicamente difícil.
Penelope recostó la cabeza contra el respaldo almohadillado.
– Ya lo sé. Y lord Abingdon es una buena persona que nos ayuda en varios frentes. No debería tomarla con él esta noche. -Al cabo de un momento agregó: -Por desgracia, mamá no puede asistir; esta mañana se ha enterado de que una vieja amiga está enferma y se ha marchado a Essex a verla porque pronto tendremos que irnos a Calverton Chase.
El tiempo se estaba acabando en más de un frente.
– Conozco a Abingdon bastante bien. Le ayudé a resolver un asunto de menor importancia hace algún tiempo. -Cuando ella se volvió, él la miró a los ojos. -Si te apetece, esta noche te acompaño.
Penelope le estudió la expresión; luego sus labios se curvaron ligeramente.
– Sí. Me encantaría.
Barnaby sonrió. Alzándole la mano, le besó los dedos otra vez.
– Iré a recogerte a las… ¿siete?
Sonriendo más abiertamente, ella asintió.
– Sea.
A las once de aquella noche, tras una agradable cena con lord Abingdon y dos amigos que, al igual que su señoría, sentían un especial interés por obras de beneficencia, Barnaby y Penelope bajaron la escalinata de su residencia londinense para encontrarse con que la niebla había escampado, dejando una noche fría y despejada.
– ¡Vaya!, incluso pueden verse las estrellas. -Penelope se colgó del brazo de Barnaby. -No nos molestemos en buscar un coche; será agradable dar un paseo.
Barnaby le echó un vistazo cuando echaron a andar por la acera.
– Tendremos que cruzar medio Mayfair para ir hasta Mount Street. ¿No será que, por casualidad, esperas tropezarte con Smythe por el camino?
Penelope enarcó las cejas.
– Por raro que te parezca, no se me había ocurrido esa idea. -Lo miró sonriendo-No pensaba caminar hasta Mount Street. Jermyn Street queda mucho más cerca.
Así era. Barnaby parpadeó.
– Pero tu madre…
– Está en Essex.
Llegaron a Arlington Street, doblaron la esquina y siguieron caminando.
– Creo que por una cuestión de recato no deberías exhibirte paseando del brazo de un caballero por Jermyn Street a estas horas de la noche.
– Tonterías. Con esta capa y la capucha puesta, no me reconocerá nadie.
Barnaby no sabía muy bien por qué discutía; estaba la mar de contento de llevarla con él, exactamente como si ya estuvieran casados o al menos fueran una pareja comprometida, pero…
– Mostyn se quedará de una pieza.
Penelope resopló.
– Podría exigir ver tus menús para la semana y lo único que Mostyn haría sería una reverencia, murmurar «sí, señora» y salir corriendo a buscarlos.