Penelope se mareó y dejó de soplar, pero entonces percibió movimiento en la calle y el sonido de pasos raudos que resonaban en la noche mientras los agentes del orden convergían desde todas direcciones.
Con hosca satisfacción, observó a los asaltantes volverse para enfrentarse a la policía.
Lo que vino a continuación la dejó atónita.
Los atacantes no huyeron como sería normal que hicieran, sino que arremetieron contra los guardias. En cuestión de segundos se armó una refriega en toda regla. Acudieron más agentes mientras de entre las sombras del otro lado surgían más hombres para sumarse a la pelea.
– Qué raro -se sorprendió Penelope.
Era como si el objetivo final de los asaltantes no hubiese sido Barnaby sino la policía…
Apartándose de la ventana, siguió mirando sin ser vista.
– ¡Dios mío! -comprendió de pronto.
Corrió de nuevo hacia la puerta y se lanzó escaleras abajo con absoluta temeridad.
La muy castigada puerta principal estaba abierta. Salió corriendo a la calle y murmuró un rezo de alivio cuando encontró a Barnaby en la escalinata y no en el bullente amasijo de cuerpos que no paraba de crecer bloqueando la calle.
Tal como había hecho ella, él miraba ceñudo la refriega como si no acabara de entenderla.
Penelope le agarró el brazo.
– ¡Es una maniobra de distracción! -chilló para hacerse oír por encima de los gruñidos y gritos.
Barnaby la miró perplejo.
– ¿Qué?
– ¡No es más que una estratagema! -Levantó un brazo señalando la pelea. -Mira cuántos policías han acudido; todos los agentes de guardia de los alrededores. Están aquí, de modo que han dejado de patrullar donde deberían nacerlo.
La comprensión iluminó los ojos azules de Barnaby.
– Lo que significa que ahora mismo se están cometiendo más robos.
– ¡Sí! -Penelope literalmente brincaba de impaciencia. -¡Tenemos que ir en su busca!
– Me consta que es potencialmente peligroso, pero no podemos quedarnos en casa de brazos cruzados y aguardar a ver qué pasa. -Penelope caminaba resueltamente al lado de Barnaby, escudriñando las casas ante las que pasaban.
Aunque no había levantado la voz, sus palabras vibraron con una fiera determinación que Barnaby no podía discutir; era tan poco propenso a la pasividad y la paciencia como ella.
Había sido imposible acabar con la contienda. Se había zambullido en ella y pescado a un joven agente, al que liberó y mandó a toda prisa a Scotland Yard con un mensaje para Stokes. No sabía si el sargento Miller estaría de guardia ni si habría algún otro oficial con quien pudiera contar. Y menos sabía aún dónde estaría Stokes; tenía la leve sospecha de que su amigo podría estar en St. John's Wood, en cuyo caso estaba demasiado lejos para prestarles ayuda.
De modo que allí estaban, sólo ellos dos, recorriendo las calles de Mayfair.
Diciembre estaba al caer, como bien lo anunciaba el aire frío y vigorizante; igual que las mansiones, las calles estaban casi desiertas. De vez en cuando pasaba un coche de punto o un carruaje. Ya era más de medianoche; las pocas parejas que quedaran en la ciudad ya habrían regresado a casa después de sus compromisos nocturnos y estarían bien arropados en la cama, mientras que los solteros acomodados aún no habrían salido de sus clubs.
Era la hora en que actuaban los ladrones.
Habían subido por Berkeley Street, dado la vuelta a la plaza y luego bajado por Bolton Street. En aquel momento caminaban Clarges Street arriba. Al llegar a la esquina, torcieron a la izquierda hacia Queen Street. Delante de ellos, un carruaje negro avanzaba despacio.
Penelope frunció el ceño.
– Juraría que antes he visto ese mismo carruaje.
Barnaby gruñó.
Ella no dijo más. El carruaje era negro y pequeño, el clásico carruaje de ciudad que cualquier casa importante tenía en sus caballerizas a modo de segundo carruaje. ¿Por qué le había llamado la atención? ¿Por qué estaba tan convencida de haberlo visto antes? Recordó dónde. Ellos atravesaban Berkeley Square cuando el carruaje había cruzado Mount Street una manzana por delante, avanzando con la misma lentitud por Carlos Place.
Se volvió para mirarlo: el ángulo de su visión del caballo, el carruaje y el cochero en el pescante era idéntico al de unos minutos antes.
Ahora bien, ¿por qué semejante visión, siendo tan normal en aquella zona, la inquietaba? ¿Por qué no lograba apartar de la mente la certeza de que era el mismo carruaje? No tenía ni idea. Siguió cavilando sobre ello mientras caminaban en silencio, escrutando las sombras, asomándose a las escaleras de los sótanos, pero no llegó a ninguna conclusión.
Al llegar a Queen Street vacilaron un momento, pero Barnaby optó por torcer a la izquierda. Acomodando mejor la mano en el brazo de él, ella siguió andando a su lado. En otra época del año, cualquiera que les viera los tomaría por una pareja de novios dando un largo paseo para disfrutar más tiempo de su mutua compañía. Con el invierno en el aire, semejante motivo resultaba improbable, pero su falta de prisa les permitía examinar las casas.
Igual que la pareja que vieron caminando por la otra acera del Curzon Street.
Al llegar a la esquina de Queen y Curzon, Penelope tiró del brazo de Barnaby y señaló hacia Curzon Street. El miró y sonrió.
Cruzaron a la acera sur de la calle y aguardaron a que la otra pareja se acercara.
Stokes se mostró abochornado y se encogió de hombros.
– No se nos ha ocurrido otra cosa que hacer.
– No podíamos quedarnos en casa sin hacer nada -declaró Griselda.
– Además -añadió el inspector, -deduzco que vuestra presencia aquí se debe a lo mismo.
– En realidad -Barnaby lanzó una mirada a Penelope, -nuestra presencia aquí es más bien una respuesta a una acción directa.
Stokes frunció el ceño.
– ¿Qué ha ocurrido?
Barnaby se lo explicó brevemente.
– Hemos enviado un mensaje -dijo Penelope, -pero si estabais paseando, no habrán sabido dónde encontrarte.
– Ya, pero aquí estamos; y tenéis razón: deben de estar robando más casas esta noche. -Echó un vistazo en derredor. -Y es harto probable que en esta zona.
– Dado que la maniobra de distracción ha sido en Jermyn Street -dijo Barnaby, -¿qué rondas de Mayfair es más probable que hayan quedado desguarnecidas?
Stokes señaló hacia el sur.
– Si tomamos Piccadilly como límite sur, pues todo el camino hasta el Circus, luego hacia arriba por Regent Street -señaló hacia el este- hasta Conduit Street. Desde allí, cruzando Bond Street hasta Burton Street, siguiendo por la parte de arriba de Berkeley Square… y como tu casa está en ese extremo de Jermyn Street, es probable que hayan acudido desde tan al norte como Hill Street y seguramente -se volvió hacia Curzon Street- desde la zona aledaña a Park Lane.
– Así pues, ¿estamos más o menos en medio de la zona desprotegida? -preguntó Penelope.
Apretando la mandíbula, Stokes asintió. -Depende de en qué parte de la ronda estuvieran, pero no he visto a ningún agente desde que enfilamos hacia aquí.
– Nosotros tampoco -dijo Barnaby mirando en torno, -pero nosotros empezamos desde donde habían ido todos.
Stokes maldijo entre dientes.
– Dividamos la zona y separémonos.
Ambos amigos decidieron las rutas a seguir. Stokes asintió.
– Nos reuniremos de nuevo en el lado sur de Berkeley Square, salvo si alguno de nosotros ve a esos canallas. ¿Tenéis el silbato?
Penelope se palpó el bolsillo.
– Lo tengo.
Barnaby volvió a cogerle la mano. Se despidió de Griselda con una inclinación de la cabeza y miró a Stokes a los ojos.
– Si alguno de nosotros ve a un agente, o incluso un coche de punto, deberíamos mandar aviso al Yard y hacer que envíen más hombres.
Stokes asintió y alcanzó el brazo de Griselda.
Barnaby y Penelope dieron media vuelta para enfilar Curzon Street hacia el este. Antes de haber dado un solo paso, un chillido estridente cortó la noche y los dejó helados.