El inspector se plantó a su lado, escrutando la penumbra.
– ¿Dónde?
Ninguno de ellos estaba seguro.
Entonces un segundo chillido rompió el silencio. Penelope señaló hacia la izquierda.
– ¡Allí! En Half Moon Street.
Recogiéndose las faldas, echó a correr. En pocas zancadas, Barnaby y Stokes la habían adelantado. Griselda se puso a su lado.
Los chillidos habían dado paso a un lamento que aumentaba de volumen a medida que se aproximaban al cruce.
Barnaby y Stokes estaban a pocos pasos de Half Moon Street cuando los chillidos alcanzaron nuevas cotas y dos figuras menudas salieron disparadas de la esquina.
Corriendo a toda mecha, se cruzaron como una centella con los dos hombres sin darles tiempo a reaccionar.
Más atrás, Penelope paró en seco resbalando. Ahora que sus chillidos ya no eran distorsionados por el eco de las casas, oyó con claridad que pedían auxilio.
– ¿Dick? -Un rostro pálido levantó la vista. Penelope reconoció al otro. -¡Jemmie! -Casi sin dar crédito a sus ojos, les hizo perentorias señas para que se acercaran a ellas.
Jemmie giró bruscamente para ir a su encuentro pero Dick se plantó en mitad de la calzada muerto de miedo, dispuesto a seguir corriendo. Jemmie se dio cuenta y le dijo:
– Tranquilo, es la señorita del orfanato.
Dick la miró de nuevo y el alivio que iluminó su semblante resultó conmovedor. Penelope echó a correr hacia los niños.
Ambos le cocieron las manos, una cada uno, estrujándoselas y temblando de nerviosismo.
– ¡Por favor, señorita, sálvenos!
– Por supuesto.
Penelope se puso en cuclillas y abrazó a Jemmie, al tiempo que Griselda hacía lo mismo envolviendo a Dick con ademán protector.
Barnaby y Stokes regresaron junto a ellos. Ambos eran hombres corpulentos; con los rasgos ensombrecidos e irreconocibles, resultaban intimidadores. Penelope no se sorprendió de que los niños se arrimaran más a ella y Griselda.
– No pasa nada. -Les sonrió para tranquilizarlos. -Estamos aquí. Pero ¿de qué os estamos salvando?
Apenas había acabado de formular la pregunta cuando un bramido resquebrajó la noche otra vez. Todos levantaron la vista. Barnaby y Stokes se volvieron, protegiendo con sus cuerpos a las mujeres y los niños. Alguna clase de peligro se avecinaba.
Un hombretón salió disparado de Half Moon Street, renegando y maldiciendo, arremetiendo derecho contra ellos.
– ¡De él! -chillaron los niños.
El agresor levantó la vista y vio al reducido grupo. Maldijo, frenó con un patinazo y cayó al suelo. Se levantó apresuradamente y huyó en dirección contraria.
Ambos amigos ya corrían tras él.
Barnaby lo alcanzó antes de que hubiese recorrido una manzana, seguido de cerca, por Stokes. En menos de un minuto tuvieron al villano reducido boca abajo sobre el adoquinado. Barnaby se sentó encima de él mientras Stokes le ataba las manos y los tobillos con las correas que encontró sujetas a su cinturón.
– Me gusta que un criminal vaya bien pertrechado. -Stokes puso al hombre de pie. Lo miró a la cara y sonrió. -El señor Smythe, supongo.
Smythe gruñó.
CAPÍTULO 23
– ¿Quién es Alert?
Stokes daba vueltas lentamente delante de la silla en que estaba sentado Smythe. Lo habían llevado al domicilio de Barnaby; Jermyn Street no sólo quedaba mucho más cerca que Scotland Yard sino que, tal como Barnaby se había apresurado en señalar, si Alert, quienquiera que fuese, tenía contactos en la policía, era preferible no mostrar las cartas que por fin habían caído en sus manos.
Incluso si Alert sabía que algo había ido mal, incluso si sabía que tenían a Smythe, cuanto menos supiera sobre lo que le sonsacaran, mejor.
Habían atado a Smythe a la silla. No podía soltarse y había dejado de intentarlo. Había probado a romper las ataduras una vez, pero, viendo que no lo conseguiría, no había desperdiciado energía en obstinarse.
Tal vez fuera un grandullón, un ladrón y muy probablemente un asesino también, pero no era un estúpido; Stokes estaba convencido de que Smythe acabaría por contarles todo lo que sabía. Querría algo a cambio, pero no iba a ganar nada guardando los secretos da Alert.
Habían situado la silla de Smythe en medio de la habitación, de cara al hogar; el inspector deambulaba por el espacio despejado que había delante de él. Penelope y Griselda estaban sentadas en las butacas de ambos lados del fuego, que ahora ardía vivamente. Barnaby permanecía de pie junto a Penelope, con un brazo apoyado en la repisa de la chimenea.
Dick y Jemmie estaban sentados a una mesa auxiliar arrimada a una pared, devorando los emparedados que Mostyn les había preparado. Mostyn se mantenía a su lado, tan interesado como ellos en la escena que se representaba en medio del salón.
A Stokes no le sorprendió que Smythe no contestara de inmediato a su pregunta, sino que cavilara con la cabeza gacha, el mentón sobre el pecho.
Lo que los sorprendió a ambos fue la respuesta de Jemmie.
– Es un caballero, un noble. Planeó todos los robos y se llevó todas las cosas que sacamos de las casas.
Stokes se volvió hacia el niño; incluso Smythe levantó la cabeza y le miró.
– ¿Le viste?
Jemmie se cohibió un poco.
– Como para reconocerlo, no; siempre era de noche, y llevaba gorra y bufanda para fingir que era cochero.
– ¡El cochero! -Penelope se incorporó. -¡Eso es! -Miró a Stokes. -Vi un carruaje que avanzaba muy despacio mientras paseábamos; lo vi tres veces esta noche. La última, cuando enfilamos Bolton Street con los niños y Smythe; el carruaje pasó por detrás de nosotros. Había algo raro en él, y ahora sé el qué. Conozco muy bien el aspecto que tienen los cocheros cuando están en el pescante; siempre van un poco encorvados. Ese hombre iba muy erguido. Vestía como un cochero pero no lo era. Era un caballero que fingía ser cochero.
Miró a los niños.
– ¿Es ahí a donde fueron a parar las cosas que habéis cogido de las casas, a ese carruaje?
Ambos asintieron.
– Así es como estaba montado -dijo Jemmie. -Al salir de cada casa, el carruaje y el señor Alert estaban esperando en la esquina para recoger las cosas.
Dick se decidió a intervenir.
Alert entregaba a Smythe un portamonedas, cuota inicial lo llamaban, después de que metiéramos cada cosa en el maletero del carruaje.
– Smythe iba a conseguir más dinero después -agregó Jemmie. -Cuando Alert vendiera las cosas.
Stokes miró a Smythe y casi pudo oír los engranajes de su cerebro. Si aguardaba mucho más, los niños quizá revelaran lo suficiente como para desenmascarar la identidad de Alert, dejándolo a él sin ningún as en la manga.
Smythe percibió la mirada de Stokes y le miró a su vez.
El inspector enarcó una ceja.
– ¿Alguna idea? -Como Smythe titubeaba, añadió. -Se te acusará de robo con escalo, asesinato e intento de homicidio. Te van a colgar, Smythe, y todo por culpa de tu asociación con Alert y sus ardides. Tal como están las cosas, él tiene todos los objetos que quería salvo uno, y parece resuelto a escapar, dejando que tú te enfrentes al tribunal cuando finalmente se averigüe lo que has robado.
El gigantón se revolvió.
– Puede que haya robado algunas cosas, pero ha sido por cuenta de Alert. Salta a la vista que no es mi manera normal de trabajar; ¿a quién se le ocurre llevarse sólo un objeto cuando has entrado en una casa? -Bajó la vista. -Y yo no he matado a nadie.
Stokes lo estudió un momento y preguntó:
– ¿Qué me dices de la señora Carter?
Smythe no levantó la mirada.
– No puede probar nada.
– Sea como fuere -el tono de Stokes fue duro como el granito, -tenemos varios testigos que te vieron intentar matar a Mary Bushel en Black Lion Yard.
Smythe soltó un bufido.