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Una vez la alfombra recuperó su lugar en el suelo, Halt decidió que varias de sus cacerolas no brillaban con la suficiente intensidad.

—Vamos a tener que frotar un poco —dijo, más o menos para sí.

Will ya sabía que aquello quería decir «Tú vas a tener que frotar un poco». Así que, sin decir una palabra, se llevó las cacerolas a la orilla del río y las llenó por la mitad de agua y arena fina, las frotó y pulió el metal hasta que brilló.

Halt, mientras tanto, se había trasladado a una silla de lona en la veranda, donde se sentó a leer una buena pila de lo que parecían ser comunicados oficiales. Will pasó por delante una o dos veces y pudo ver que varios de los papeles llevaban blasones y escudos de armas, mientras que la gran mayoría estaba encabezada por el dibujo de una hoja de roble.

Cuando volvió de la orilla del río, Will sostuvo en alto las cacerolas para la inspección de Halt. El montaraz hizo una mueca a su reflejo distorsionado en la brillante superficie de cobre.

—Mmm. No está mal. Puedo ver mi propia cara —dijo, y añadió sin rastro de una sonrisa—: Puede que eso no sea tan bueno.

Will no dijo nada. Si se tratase de otra persona, podía haber sospechado que era una broma, pero con Halt, simplemente, no se sabía. Éste le estudió durante un segundo o dos, se encogió ligeramente de hombros y le hizo un gesto para que devolviera las cacerolas a la cocina. El muchacho se encontraba a medio camino de la puerta cuando escuchó a Halt decir, a su espalda:

—Mmm. Qué extraño.

Pensando que el montaraz se dirigía a él, Will se detuvo en la puerta.

—¿Disculpe? —le dijo con suspicacia.

Cada vez que Halt encontraba una tarea nueva a la que dedicarle, parecía iniciar la orden con un enunciado como «Qué raro. La alfombra del salón está llena de polvo», o «Creo que el hornillo tiene la extrema necesidad de una provisión de leña».

Era una afectación que Will había encontrado algo más que un poco molesta a lo largo del día, aunque a Halt parecía encantarle. Esta vez, sin embargo, parecía que estaba en realidad reflexionando para sí mientras leía otro informe, uno con el emblema de la hoja de roble, notó Will. El montaraz levantó la vista, un poco sorprendido de que Will se hubiera dirigido a él.

—¿Qué pasa? —dijo.

Will se encogió de hombros.

—Perdone. Cuando dijo «qué extraño», pensé que me estaba hablando a mí.

Halt movió la cabeza varias veces, con el ceño aún fruncido y observando el informe en sus manos.

—No, no —dijo un pelín distraído—. Sólo estaba leyendo esto… —su voz se fue apagando y, pensativo, frunció de nuevo el ceño. Había despertado la curiosidad de Will, que aguardaba expectante.

—¿Qué es? —se aventuró finalmente a preguntar.

Cuando el montaraz volvió sus ojos oscuros hacia él, deseó al instante no haberlo hecho. Halt le contempló por un segundo o dos.

—Eres curioso, ¿verdad? —dijo por fin, y cuando Will asintió incómodo, prosiguió en un tono inesperadamente más suave—. Bien, supongo que es una cualidad en un aprendiz de montaraz. Al fin y al cabo, por eso te pusimos a prueba con ese papel en el despacho del barón.

—¿Me pusieron a prueba? —Will dejó la cacerola de cobre junto a la puerta—. ¿Esperaban que intentara ver lo que decía?

Halt asintió.

—Me habría decepcionado que no lo hubieras hecho. También quise ver cómo te apañarías para conseguirlo —levantó una mano para detener el torrente de preguntas que estaba a punto de salir en avalancha de la boca de Will—. Discutiremos eso más tarde —dijo, mirando de forma significativa la tetera y el resto de cacerolas.

Will se agachó para recogerlas y se volvió hacia a la casa una vez más. Pero la curiosidad aún le quemaba y se giró de nuevo hacia el montaraz.

—Entonces, ¿qué dice? —preguntó inclinándose hacia el informe.

Se produjo otro silencio mientras Halt le contemplaba, quizás evaluándolo. Después dijo:

—Lord Northolt ha muerto. Al parecer le mató un oso la semana pasada mientras se encontraba de caza.

—¿Lord Northolt? —preguntó Will. El nombre le resultaba vagamente familiar pero no era capaz de situarlo.

—Antiguo comandante supremo de los ejércitos del rey —le informó Halt, y Will asintió, como si ya lo supiera. Y, como parecía que Halt respondía a sus preguntas, se animó a continuar.

—¿Qué hay de raro en ello? Al fin y al cabo, los osos matan gente de vez en cuando.

Halt asintió.

—Cierto. No obstante, habría dicho que el feudo de Cordom estaba demasiado al oeste para los osos. Y también que Northolt era un cazador con demasiada experiencia como para ir detrás de uno él solo —se encogió de hombros, como desechando el pensamiento—. Pero la vida también está llena de sorpresas y la gente comete errores —hizo otro gesto hacia la cocina, indicando que la conversación se había terminado—. Cuando hayas recogido eso, a lo mejor te apetece limpiar la chimenea —dijo.

Will se dirigió a hacerlo al instante. Y unos minutos más tarde, según pasaba por una de las ventanas hacia la gran chimenea que ocupaba la mayor parte de una de las paredes del salón, miró al exterior para ver cómo el montaraz golpeaba pensativo su barbilla con el informe, con sus pensamientos claramente muy lejos.

Capítulo 8

Poco después, por la tarde, a Halt por fin se le acabaron las tareas para Will. Echó un vistazo alrededor de la cabaña, advirtiendo los brillantes utensilios de cocina, la inmaculada chimenea, el suelo minuciosamente barrido y la alfombra sin una mota de polvo. Una pila de leña descansaba junto a la chimenea y otra, cortada en trozos más cortos, llenaba el cesto de mimbre junto al hornillo de la cocina.

—Mmm. No está mal —dijo—. No está nada mal.

Will sintió una oleada de satisfacción ante los parcos elogios, pero antes de que pudiera sentirse complacido consigo mismo, Halt añadió:

—¿Sabes cocinar, chico?

—¿Cocinar, señor? —preguntó Will, inseguro. Halt elevó la mirada hacia algún ser superior invisible.

—¿Por qué los jóvenes siempre responden a una pregunta con otra pregunta? —se cuestionó. Acto seguido, al no recibir réplica, continuó—: Sí, cocinar, preparar alimentos de forma que se puedan comer. Hacer la comida. Supongo que sabes lo que son los alimentos, lo que es la comida, ¿no?

—Ss-sí —respondió Will, cuidándose de eliminar de la palabra cualquier entonación de pregunta.

—Bien, como te conté esta mañana, esto no es un gran castillo. Aquí, si queremos comer, tenemos que cocinar nosotros —le dijo Halt.

Ahí estaba ese «nosotros» de nuevo, pensó Will. Todas y cada una de las veces que Halt había dicho «nosotros debemos» parecía haberse traducido como «tú debes».

—No sé cocinar —admitió Will, y Halt aplaudió y se frotó las manos.

—¡Pues claro que no sabes! La mayoría de los chicos no sabe. Así que tendré que enseñarte cómo se hace. Vamos.

Le precedió en el camino a la cocina e introdujo a Will en los misterios culinarios: pelar y cortar cebollas, escoger una pieza de ternera de la despensa de la carne, trocearla en cubos perfectos, cortar verduras, dorar la ternera en una sartén muy caliente y, por último, añadir un generoso chorreón de vino tinto y un poco de lo que Halt llamó sus «ingredientes secretos». La resulta fue un estofado de olor sabroso que hervía a fuego lento en lo alto del hornillo.

Después, mientras esperaban a que la cena estuviese lista, se sentaron en la veranda al atardecer y charlaron tranquilamente.

—El Cuerpo de Montaraces se fundó hace más de ciento cincuenta años, con el rey Herbert en el trono. ¿Sabes algo de él? —Halt miró de reojo al muchacho, que se sentaba a su lado, lanzando la pregunta con rapidez para ver su respuesta.